"¿Sabe usted cómo escribo yo mis cuentos? -le dijo a Korolenko, el periodista y narrador radical, cuando acababan de conocerse- Así." Echó una ojeada a la mesa -cuenta Korolenko- tomó el primer objeto que encontró, que resultó ser un cenicero, y poniéndomelo delante dijo: " Si usted quiere mañana tendrá un cuento. Se llamará El cenicero."Y en aquel mismo instante le pareció a Korolenko que aquel cenicero estaba experimentando una transformación mágica: "Ciertas situaciones indefinidas, aventuras que aún no habían hallado una forma concreta, estaban empezando a cristalizar en torno al cenicero". V.NABOKOV/"Chéjov"


"¿Has visto alguna vez un montaje realmente hermoso de, digamos, "El jardín de los cerezos"? No me digas que sí. Nadie lo ha visto. Puede que hayas visto "montajes inspirados, montajes eficaces", pero nunca algo hermoso. Nunca una versión en la cual todos los que salen al escenario estén a la altura del talento de Chéjov, matiz por matiz, carácter por carácter."-J.D.Salinger

Letras Libres: 17 enero 2020 ***Feliz cumpleaños,Anton Chéjov

martes, 3 de diciembre de 2019

Navidad 2019







Joseph Brodsky hizo con  prodigios  los versos de Navidad de 1989


                     Rembrandt, 1646, La adoración de los pastores


Imagina a tres Reyes, la procesión de sus caravanas hacia el portal; o mejor, tres rayos que alcanzan la estrella,el crujido de su carga, el sonido de las campanillas (en el azul espeso, el Niño aún no cuenta 
con el eco de una gran campana).Imagina que el Señor en el Hijo del Hombre por vez primera  se reconoce a Sí mismo, a una distancia remota,en las tinieblas:un vagabundo en otro vagabundo. 



Joseph Brodsky, Poemas de Navidad, Visor

domingo, 29 de septiembre de 2019

Gabriel García Márquez "Un día de estos"





García Márquez aplica con precisión y mucho talento la idea del "iceberg" de  Hemingway a un breve texto cargado de electricidad que se dilata y completa  en la parte sumergida.




Un día de éstos


El lunes amaneció tibio y sin lluvia. Don Aurelio Escovar, dentista sin título y buen madrugador, abrió su gabinete a las seis. Sacó de la vidriera una dentadura postiza montada aún en el molde de yeso y puso sobre la mesa un puñado de instrumentos que ordenó de mayor a menor, como en una exposición.Llevaba una camisa a rayas, sin cuello, cerrada arriba con un botón dorado, y los pantalones sostenidos con cargadores elásticos. Era rígido, enjuto, con una mirada que raras veces correspondía a la situación, como la mirada de los sordos.
Cuando tuvo las cosas dispuestas sobre la mesa rodó la fresa hacia el sillón de resortes y se sentó a pulir la dentadura postiza. Parecía no pensar en lo que hacía pero trabajaba con obstinación, pedaleando en la fresa incluso cuando no se servía de ella.
Después de las ocho hizo una pausa para mirar el cielo por la ventana y vio dos gallinazos pensativos que se secaban al sol en el caballete de la casa vecina. Siguió trabajando con la idea de que antes del almuerzo volvería a llover. La voz destemplada de su hijo de once años lo sacó de su abstracción.
-Papá.
-Qué.
-Dice el Alcalde que si le sacas una muela.
-Dile que no estoy aquí. 
Estaba puliendo un diente de oro. Lo retiró a la distancia del brazo y lo examinó con los ojos a medio cerrar. En la salita de espera volvió a gritar su hijo.
-Dice que estás porque te está oyendo. 
El dentista siguió examinando el diente. sólo cuando lo puso en la mesa con los trabajos terminados,dijo:
-Mejor.
Volvió a operar la fresa. De una cajita de cartón donde guardaba las cosas por hacer, sacó un puente de varias piezas y empezó a pulir el oro.
-Papá.
-Qué.
Aún no había cambiado de expresión.
-Dice que si no le sacas la muela te pega un tiro.
Sin apresurarse, con un movimiento extremadamente tranquilo, dejó de pedalear en la fresa, la retiró del sillón y abrió por completo la gaveta inferior de la mesa. Allí estaba el revólver.
-Bueno -dijo-.Dile que venga a pegármelo.
Hizo girar el sillón hasta quedar de frente a la puerta, la mano apoyada en el borde de la gaveta. El Alcalde apareció en el umbral. Se había afeitado la mejilla izquierda, pero en la otra, hinchada y dolorida, tenía una barba de cinco días. El dentista vio en sus ojos marchitos muchas noches de desesperación. Cerró la gaveta con la punta de los dedos y dijo suavemente:
-Siéntese.
-Buenos días -dijo el Alcalde.
-Buenos -dijo el dentista.
Mientras hervían los instrumentos, el alcalde apoyó el cráneo en el cabezal de la silla y se sintió mejor. Respiraba un olor glacial. Era un gabinete pobre: una vieja silla de madera, la fresa de pedal y una vidriera con pomos de loza. Frente a la silla, una ventana con  un cancel de tela hasta la altura de un hombre. Cuando sintió que el dentista se acercaba, el Alcalde afirmó los talones y abrió la boca. Don Aurelio Escovar le movió la cara hacia la luz. Después de observar la muela dañada, ajustó la mandíbula con una cautelosa presión de los dedos.
-Tiene que ser sin anestesia -dijo.
-¿Por qué? 
-Porque tiene un absceso.
El Alcalde lo miró a los ojos. "Está bien", dijo, y trató de sonreír. El dentista no le correspondió. Llevó a la mesa de trabajo la cacerola con los instrumentos hervidos y los sacó del agua con unas pinzas frías, todavía sin apresurarse. Después rodó la escupidera con la punta del zapato y fue a lavarse las manos en el aguamanil. Hizo todo sin mirar al Alcalde. Pero el Alcalde no lo perdió de vista.
Era un cordal inferior. El dentista abrió las piernas y apretó la muela con el gatillo caliente. El Alcalde se aferró a las barras de la silla, descargó toda su fuerza en los pies y sintió un vacío helado en los riñones, pero no soltó un suspiro. El dentista sólo movió la muñeca. Sin rencor, más bien con una amarga ternura,dijo:
-Aquí nos paga veinte muertos, teniente.
El Alcalde sintió un crujido de huesos en la mandíbula y sus ojos se llenaron de lágrimas. Pero no suspiró hasta que no sintió salir la muela. Entonces la vio a través de las lágrimas. Le pareció tan extraña a su dolor, que no pudo entender la tortura de sus cinco noches anteriores.
Inclinado sobre la escupidera, sudoroso, jadeante, se desabotonó la guerrera y buscó a tientas el pañuelo en el bolsillo del pantalón. El dentista le dio un trapo limpio.
-Séquese las lágrimas  -dijo.
El Alcalde lo hizo. Estaba temblando. Mientras el dentista se lavaba las manos, vio el cielo raso desfondado y una telaraña polvorienta con huevos de araña e insectos muertos.El dentista regresó secándose las manos. "Acuéstese -dijo- y haga buches de agua con sal." El Alcalde se puso de pie, se despidió con un displicente saludo militar, y se dirigió a la puerta estirando las piernas, sin abotonarse la guerrera.
-Me pasa la cuenta -dijo
-¿A usted o al municipio?
El alcalde no lo miró. Cerró la puerta, y dijo, a través de la red metálica:
-Es la misma vaina.              (1962)





relacionado:

Antología crítica del cuento hispanoamericano del siglo XX. Alianza Editorial,tercera edición, 2017


domingo, 16 de junio de 2019

Anton Chéjov sobre la belleza


Chéjov escribe  sobre  la  belleza, su magia y su misterio,  también de forma inigualable.
Isaak Levitan

LAS BELLAS 

Recuerdo que cuando era un colegial de quinto o sexto curso acompañé una vez a mi abuelo desde la aldea de Bolshaia Krepkaia, en la región del río Don, hasta Rostow del Don. Era un día de agosto sofocante, depresivamente aburrido. Nuestros párpados permanecían pegados y nuestra boca reseca a causa del calor y del viento seco que arrastraba las nubes de polvo en nuestra dirección.Ninguno de nosotros era capaz de observar lo que nos rodeaba, iniciar una conversación o pensar, y cuando nuestro adormilado cochero, Karpo el jojol [forma poco amable de referirse a un ucraniano] rozó mi gorra con su látigo al increpar al caballo, no protesté, no hice sonido alguno, sino que me limité a entreabrir los ojos,a otear desanimado el horizonte: ¿podía verse alguna aldea a través de la polvareda? Nos detuvimos para dar de comer a los caballos en el extenso asentamiento armenio de Bachj-Salaj, en la casa de un acomodado armenio conocido de mi abuelo. 
Nunca en toda mi vida he visto nada más grotesco que aquel hombre.  Imaginaos una cabeza diminuta y pelada, con unas cejas enormes que colgaban hacia abajo, una nariz de aguilucho, bigotes inacabables y encanecidos, y una boca gruesa de la que sobresalía un chubuk de madera de cerezo.La cabecita había sido colocada con descuido sobre una carcasa extravagante y jorobada, recubierta por extraños atuendos, una chaqueta corta roja y unos vistosos pantalones bombachos azul cielo. La criatura caminaba extendiendo las piernas, arrastrando las zapatillas, mascullando con su chubuk metido en la boca, pero sin dejar de comportarse con la dignidad que caracteriza al auténtico armenio: ni una sola sonrisa, los ojos al acecho, y esforzándose en prestar tan poca atención a sus huéspedes como fuera posible. 
Dentro de la morada del armenio no hacía viento, pero era igual de desagradable, recargada y deprimente que la pradera y el camino. Recuerdo que me senté sobre un cofre de color verde en una esquina de la sala, manchado de polvo y acalorado.Las paredes de madera sin pintar, los muebles y el entarimado recubierto de manchas ocres, apestaban a madera achicharrada por el sol. Donde quiera que mirase sólo había moscas y más moscas. Mi abuelo y el armenio hablaban en voz baja sobre las ovejas, los campos  y los problemas del pastoreo...Era consciente de que sería necesaria al menos una hora para que el samovar estuviera listo, y de que mi abuelo se pasaría otra hora entera tomando el té, para después echarse la siesta durante dos o tres horas. Me pasaría un cuarto de día esperando, y lo que me aguardaba después era más calor, más polvo,más carreteras llenas de socavones. Escuchando las dos voces susurrantes empezó a parecerme que ya había visto hacía mucho al armenio, aquel armario lleno de cubiertos, las moscas y las ventanas sobre las que golpeaba  el sol caliente, y que sólo desaparecerían en un futuro muy distante. Sentí un odio inmenso por la estepa, el sol y las moscas...Una mujer ucraniana que llevaba un chal puesto entró con una bandeja con los avíos del té, y después con el samovar. El armenio se dirigió con pasos cansinos hacia el vestíbulo y gritó:-¡Mashia!¡Entra y sirve el té! ¿Dónde está Mashia? 
A continuación se escucharon unos pasos que se apresuraban, y una chica de unos dieciséis años entró en la sala.Llevaba puesto un vestido de algodón sin adornos y un chal blanco. Mientras lavaba los utensilios y servía el té permaneció de espaldas a mí, y todo cuanto observé fue que tenía la cintura estrecha y que iba descalza y que sus largos pantalones la cubrían hasta los talones. 
El dueño de la casa me ofreció un poco de té. Mientras tomaba asiento dirigí la mirada hacia el rostro de la muchacha que sostenía el vaso en mi dirección, y de pronto me sentí como si una brisa fresca hubiera inundado mi alma, llevándose a su paso todas las impresiones del día, toda su pesadez, todo el  polvo de la carretera. Los rasgos más encantadores que puedan ser imaginados componían el rostro más maravilloso que hubiera visto nunca, ya fuera soñando o despierto. Frente a mí se encontraba una joven , y fue este un hecho que acepté tan de súbito como se aceptan los fogonazos causados por los rayos en las tormentas.A pesar de que podía jurar que Masha, o Mashia, como la llamaba su padre con su acento armenio, era una auténtica belleza, demostrar el hecho de su hermosura sería otra cuestión. 
A menudo las nubes se apelotonan sin orden ni concierto en el horizonte, y el sol que se pone las tiñe a ellas y al mismo cielo de todos los tonos posibles, púrpura, naranja, dorado, lila, o rosado sucio; una nube se parece a un monje, otra a un pez, una tercera a un turco con su turbante. Abrazando un tercio del cielo, el sol poniente brilla sobre la cruz de una iglesia y sobre las ventanas de la casa del terrateniente. Se refleja sobre el río y los estanques, se balancea sobre los árboles; lejos, muy lejos , una bandada de patos salvajes vuela atravesando el crepúsculo  a su lugar de reposo nocturno...El muchacho que pastorea las vacas, el agrimensor que se dirige al molino en su carro, las damas y los caballeros que están dando un paseo vespertino, todos ellos miran la puesta de sol,, y todos la encuentran increíblemente hermosa. Pero nadie podría explicar donde reside esa belleza. 
Yo no era el único que encontraba hermosa a la muchacha armenia. Mi abuelo, un anciano de ochenta años, duro, indiferente a las mujeres y a las bellezas de la naturaleza, la observó conmovido durante un minuto entero. 
-¿Es esa tu hija, Avet Nazarich?-preguntó. 
-Mi hija, es mi hija...-respondió nuestro anfitrión. 
-Una joven muy agraciada -admitió mi abuelo. 
Un artista habría llamado a la belleza de la muchacha armenia clásica y severa.Contemplar tales encantos significaba sentirse inundado, el cielo sabrá por qué razón con la convicción de que los rasgos armoniosos, el cabello, los ojos, la nariz, la boca, el cuello, el pecho y cada movimiento de su cuerpo juvenil, habían sido combinados por la naturaleza sin cometer el más mínimo error en un todo lleno de armonía, sin una sola nota discordante. en cierta forma se te antojaba que la mujer de la belleza más ideal debía poseer una nariz como la suya, recta pero ligeramente aquilina, los mismos enormes ojos oscuros, las mismas pestañas interminables, la misma forma lánguida de mirar; que su cabello negro y rizado y sus cejas constituían la combinación más idónea para la piel blanca y delicada de la frente y las mejillas, igual que los arroyos reverdecidos y silenciosos arroyos van juntos; su cuello blanco y su pecho juvenil no estaban desarrollados por entero, pero daban la impresión de que sólo un genio podría esculpirlos. Cuanto más mirabas más deseabas decir algo que fuera agradable en extremo, sincero y hermoso a la joven, algo que fuera tan bello como ella misma. 
Al principio me sentí ofendido y desconcertado porque Masha no me hiciera caso, limitándose a bajar los ojos.Era como si algún aire especial, de orgullo y dicha, la mantuviera fuera de mi alcance y con celo la ocultara de mi mirada. 
"Debe de ser porque estoy cubierto de polvo, porque estoy quemado por el sol, porque no soy más que un niño", pensé. Pero entonces me fui olvidando de forma gradual de mí mismo, entregándome por entero a la sensación de belleza.Ya no me acordaba de la monótona estepa ni del polvo, ya no era consciente del zumbido de las moscas, el té ya no tenía sabor para mí; sólo era consciente de la hermosa muchacha al otro lado de la mesa. 
Mi apreciación de su belleza no dejaba de ser algo extraña. No era deseo, ni éxtasis ni placer lo que Masha despertaba en mi persona, sino más bien una melancolía opresiva pero agradable. Esta melancolía era indefinible y vaga como un sueño. De alguna forma me sentía apenado por mi mismo, por mi abuelo, por el armenio e incluso por la muchacha. Sentí como si los cuatro hubiéramos perdido para siempre algo de una importancia vital y necesario para nuestras vidas, algo que no volveríamos a recuperar nunca. Mi abuelo también parecía apesadumbrado. Ya no hablaba de las ovejas ni del pastoreo; permanecía en silencio,observando pensativo a Mashia. 
Después del té el abuelo se echó su siesta y me senté en el porche. La casa, como todas las otras en Bajchi-Salaj, recibía el sol en toda su crudeza. No había árboles,ningún toldo, ninguna sombra, Conquistado por el cenizo y la malva, el enorme patio del armenio estaba lleno de vida y animación a pesar del intenso sofoco. Detrás de una de las pequeñas eras se escuchaba el ruido de un martilleo. Doce caballos agarrados por el pecho y formando un único radio alargado, trotaban alrededor de un pilar dispuesto en el centro exacto de la zona de trilla. Detrás de ellos marchaba un jojol vestido con una levita que le quedaba grande y unos amplios pantalones, usando su látigo y gritando como si pretendiera burlarse de los animales o exhibir su poder ante ellos: 
-¡Ah! ¡Malditos!¡Ah!¡No tenéis vuelta y media! ¿Es que tenéis miedo? 
Los caballos, bayos, grises, rojizos, sin entender por qué eran obligados a dar vueltas en el mismo sitio y aplastar la paja, se movían con dificultad, casi al límite de sus fuerzas y meneando las  colas con un aire ofendido. El viento levantaba nubes enteras de polvo dorado y debajo de sus cascos y lo transportaba lejos más allá de la verja. Mujeres con rastrillos se afanaban cerca de las altas niaras, y los carros marchaban de un lado a otro. En un segundo patio más allá de las niaras, otra docena de caballos iguales a los primeros trotaban alrededor de otro pilar, y un jojol con un látigo idéntico al del primero se burlaba igualmente de ellos. 
Los escalones sobre los que me encontraba sentado estaban calientes. La cola había empezado a desprenderse debido al calor en las junturas de madera de las  pegajosas balaustradas y los marcos de las ventanas. En las líneas de sombra formadas por los escalones y las contraventanas se agrupaban diminutos escarabajos rojizos. El sol achicharraba mi cabeza, mi pecho y mi espalda, pero no le prestaba ninguna atención, ya que solo era consciente del ruido de pies descalzos sobre el entarimado del vestíbulo y las habitaciones que quedaban detrás de mí.Tras haber recogido los avíos del té, Mashia bajó corriendo las escaleras, alterando el aire a su paso, y voló como un pájaro hacia un cobertizo exterior y sucio que debía ser la cocina, de donde provenía el olor a cordero asado y el ruido de enojadas voces armenias. Desapareció más allá del umbral oscurecido, donde ocupó su lugar una vieja encorvada y de rostro enrojecido que llevaba puestos unos bombachos verdes, y regañaba a alguien con enfado. Entonces Mashia volvió a aparecer de repente en la puerta con el rostro ruborizado a causa del calor de la cocina, cargada con una enorme telera de pan negro sobre el hombro. 
Meneándose con gracia bajo el peso del pan, atravesó al patio a toda prisa  hacia la era, saltó sobre un cercado, aterrizó sobre una nube dorada de polvo, y desapareció tras los carros. El jojol a cargo de los caballos bajó su látigo, guardó silencio, y contempló los carros durante un minuto entero. Después, cuando la chica volvió a pasar corriendo rozando los caballos y saltó la cerca, la siguió con la mirada y gritó a los caballos con una voz altisonante y ofendida: 
-¡A ver si os morís, criaturas del infierno! 
Después de aquello continué oyendo sus pies descalzos sin parar y la contemplé corriendo de un lado a otro con un aire severo y preocupado. Ahora bajaba a toda prisa los escalones, pasándome de largo con una ráfaga de aire; ahora se dirigía hacia la cocina; ahora hacia la era; ahora saltaba por encima del cercado, y yo apenas podía mover mi cabeza lo suficientemente rápido para seguirla. 
Cuanto más contemplaba a esa criatura encantadora, más melancólico me sentía. Sentía pena por mí mismo, por ella, y por el jojol que de modo fúnebre la contemplaba correr sobre las cascarillas en dirección a los carros. Sólo Dios sabe si la envidiaba por su belleza, si lamentaba que la chica no fuera mía ni lo sería nunca, que para ella yo no fuese nadie, o acaso intuía que su belleza singular no era más que un accidente y, como todo sobre esta Tierra, algo transitorio; o bien mi tristeza no era otra cosa que esa sensación peculiar que despierta en cualquier ser humano la contemplación de la verdadera belleza. 
Las tres horas de espera se pasaron sin que me diera cuenta. Sentí que no había tenido el tiempo suficiente para que mis ojos se regocijaran  en Masha cuando Karpo condujo al caballo hasta el río, lo bañó, y comenzó a engancharlo. El animal mojado resoplaba con placer y pateaba la lanza del carro. Karpo gritó al caballo:"¡Para atrás!". El abuelo se despertó, Mashia abrió la verja chirriante, y nosotros nos subimos al carruaje y salimos del patio en silencio, como si estuviéramos enfadados los unos con los otros. Cuando un par de horas más tarde Rostov y Najichevan aparecieron a la distancia, Karpo, que no había dicho nada durante todo aquel tiempo, se giró de repente y  exclamó: 
-¡Una chica espléndida, la hija del viejo armenio!
Y sin decir nada más aplicó el látigo al caballo.



***[...]Hay una segunda parte de texto,  no hay que olvidar que se llama "Las Bellas"en plural, pero esta es  esencial y  completa en sí misma. 

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Cuentos completos  (1887-1993), Páginas de espuma. El original se publicó el 21 de septiembre de 1888 en Tiempo nuevo firmado por "an. Chéjov". La traducción es de James y Marian Womack





viernes, 3 de mayo de 2019

Anton CHÉJOV "Camino de la escuela"





Hay  poco  que añadir sobre Chéjov.Casi todo ya  lo han dicho los grandes escritores  del pasado,Thomas Mann, Natalia Ginzburg, Nabokov, Sergio Pitol, Vasili Grossman, ...y lo siguen diciendo los mejores escritores actuales
Ciento quince años después de su muerte -en sus irrepetibles cuentos   y  milagroso teatro- los lectores encuentran, -cada vez-, el temblor  que, según Peter Handke, le identifica y hace inimitable...


          Bosque, Isaak Levitan ,  el gran paisajista ruso  amigo de Chéjov

Camino de la escuela

Salieron de la ciudad a las ocho y media.El camino estaba seco. El bello sol abrileño picaba ya; pero en las cunetas y en el bosque aún había nieve. Acababa de irse el invierno, crudo y lúgubre, y la primavera se había presentado como por sorpresa, pero para  Maria Vasílievna, que iba sentada en la carreta, no constituían novedad alguna ni tenían el menor interés el calor, los lánguidos bosques transparentes, entibiados por el hálito de la primavera, ni las negras bandadas que se cernían sobre los enormes charcos, verdaderos lagos, ni el cielo maravilloso e insondable, al que hubiera volado de tan buena gana. 
Llevaba trece años de maestra y había ido incontables veces a la ciudad para cobrar su paga; ya fuese en primavera como ahora o en una lluviosa tarde otoñal, o en el frío invierno, le daba igual; ; y su único afán era siempre el mismo: llegar pronto. 
Tenía la impresión de llevar viviendo en aquellos parajes un siglo, y le parecía conocer cada piedra y cada árbol del camino de la ciudad a su escuela. Allí estaban su pasado y su presente; y no podía imaginarse otro porvenir que la escuela y el camino de la ciudad, y otra vez la escuela, y otra vez el camino... 
No solía recordar ya, y casi había olvidado, su vida anterior. En tiempo tuvo familia; sus padres y vivían en Moscú, cerca de Krasnie Vorota, donde ocupaban un piso espacioso; pero de todo ello no le quedaba en la memoria sino un rasgo vago y difuso, como un sueño.Su padre murió teniendo ella diez años, y poco después le siguió la madre. Tenía un hermano , oficial del Ejército, con el que se escribía al principio, pero luego dejó de recibir cartas de él. No conservaba otro recuerdo tangible que una fotografía de su madre, descolorida a causa de la humedad de la escuela y en la que sólo se distinguían ya la cabellera y las cejas. Cuando llevaba recorridas tres verstas, el viejo carrero Simión volvió la cabeza y dijo: 
-En la ciudad han detenido a un funcionario y se lo han llevado. Se dice que fue cómplice de los alemanes en el asesinato de Alekséiev, el alcalde de Moscú. 
-¿Quién te lo ha dicho?.-Lo leyeron en los periódicos, en la taberna de Iván Jánov. 
Siguió un largo silencio. Maria Vasílievna iba pensando en su escuela, en los próximos exámenes, a los cuales presentaría a cuatro niños y una niña. Y precisamente mientras pensaba en ello la alcanzó un coche de cuatro caballos en el que iba el terrateniente Jánov, el mismo que el año anterior examinó a los alumnos de su escuela. -Buenos días -la saludó-.¿Va usted para su casa? 
Jánov, hombre de unos cuarenta años, rostro ajado y expresión mustia, comenzaba a envejecer visiblemente, pero aún era apuesto y gustaba a las mujeres. Vivía solo en su hacienda y se decía que su únicas ocupaciones eran ir silbando de un rincón a otro de su aposento o jugar a la ajedrez con su viejo lacayo. Se murmuraba también que bebía mucho. En efecto, el año anterior, durante los exámenes, hasta los papeles que trajo olían a perfume y a vino. Llegó vestido de punta en blanco, y Maria Vasílievna, prendada de él, se sentía confusa a su lado. Por regla general, los examinadores que habían pasado por la escuela eran fríos y sentenciosos; este, en cambio, no recordaba un solo rezo, no sabía qué preguntar, era extraordinariamente cortés y delicado y sólo ponía calificaciones de sobresaliente. 
-Yo voy a ver a Brakvist -prosiguió, dirigiéndose a Maria Vasílievna-. Pero me han dicho que no está en su casa... 
De la carretera torcieron por un camino vecinal; Jánov delante y Semión detrás. Los cuatro caballos de aquel iban al paso, arrastrando a duras penas el pesado vehículo, que se atascaba en el barro. Semión zigzagueaba saliéndose del camino, tan pronto subiendo por un montículo como atravesando un pradillo y saltando a menudo del carro para ayudar al caballo. La maestra seguía pensando en la escuela:¿serían fáciles o difíciles los exámenes? Se enojaba contra la alcaldía, donde no encontró a nadie el día anterior. ¡Qué desorganización! Llevaba dos años pidiendo que despidiesen al guarda que, además de no hacer nada, la trataba groseramente y pegaba a los alumnos, pero nadie le hacía caso. Al alcalde  no había modo de encontrarle, y si aparecía alguna vez, se excusaba asegurando, casi con lágrimas en los ojos, que no tenía tiempo.El inspector pasaba por al escuela una vez cada tres años y, por otra parte, no entendía ni jota, pues antes había sido agente del fisco y había conseguido el puesto de inspector escolar por influencia. El Consejo de Enseñanza se reunía muy de tarde en tarde, sin que se conociera el lugar de las reuniones; y el visitador era un "muzhik" semianalfabeto, dueño de un taller de curtidos, torpe, grosero y gran amigo del guarda, de manera que sólo Dios sabía dónde podía ella presentar una queja o pedir un informe. "Verdaderamente es guapo", pensó mirando a Jánov.

El camino era cada vez peor. Penetraron en un bosque. Allí no había posibilidad de zigzaguear, y las huellas de las ruedas eran profundas formando canalillos en los que corría y rumoreaba el agua. Las punzantes ramas azotaban la cara. -¡Vaya un caminito! -exclamó Jánov, y se echó a reír. 
La maestra le miró y se preguntó por qué vivía aquel chusco allí. ¿De qué le servían en tan escondidos parajes, llenos de tedio y de suciedad, su dinero, su belleza y su esmerada educación? La vida no le ofrecía ninguna ventaja; y lo mismo que Semión, tenía que ir al paso, por un camino abominable, sufriendo las mismas incomodidades. ¿Por qué vivir allí pudiendo  estar en San Petersburgo o en el extranjero? ¿O qué le costaba a un ricachón como él convertir aquel camino en una buena carretera para no atormentarse ni ver la desesperación que reflejaban las caras de su cochero y del carrero Semión? En vez de hacerlo así, se reía y, al parecer, todo le era indiferente y no necesitaba una vida mejor. Bondadoso e ingenuo no veía lo brutal de aquella existencia, igual que no recordaba las oraciones durante el examen. Su ayuda a las escuelas se reducía a regalos de globos terráqueos, no obstante lo cual se consideraba sinceramente un relevante protector de la instrucción pública.¡La falta que harían sus globos en aquellos parajes! 
-¡Cuidado , Vasílievna -gritó Semión. 
La carreta se ladeó y estuvo a punto de volcar. A los pies de Maria Vasílievna cayó un envoltorio pesado: eran sus compras. siguió una cuesta empinada y fangosa. Por las sinuosas cunetas y zanjas corrían con estruendo verdaderos arroyos. El agua...parecía haber roído la tierra. ¿Cómo avanzar? Los caballos bufaban. Jánov descendió del coche y echó a andar por el borde del camino, con su largo abrigo. Tenía calor. 
-¿Qué le parece-volvió a reír-. como para destrozar el coche en un dos por tres. 
-¿Y quién le manda salir con este tiempo? -replicó Semión ceñudo-.Con haberse quedado en casa... 
-En casa, abuelo, me aburro. No me gusta estar metido entre cuatro paredes. 
Junto al viejo Semión, Jánov parecía gallardo y brioso, pero en sus andares había algo, apenas perceptible, que dejaba entrever su decrepitud, su flaqueza, su pronto fin. Se diría que por el bosque acababa de expandirse un intenso olor a vodka. Maria Vasílievna, atemorizada, sintió piedad por aquel hombre que se perdía sin pena ni gloria, y pensó que si ella hubiera sido su mujer o su hermana habría ofrendado su vida para salvarle de la perdición. ¿Ser su mujer? Él vivía solo en una gran finca; ella también sola, , en una aldea remota; y ,sin embargo, le parecía imposible y hasta absurda la idea de que ambos pudieran ser íntimos e iguales. Toda la existencia estaba construida de tal modo, y las relaciones humanas eran complejas hasta tal punto, que se encogía el corazón y daba miedo reparar en ello."Es incomprensible -pensó la maestra-: ¿por qué Dios da esta belleza, esta amabilidad y estos ojos tristes y seductores a hombres indolentes , desdichados e inútiles? 
-Aquí tenemos que torcer a la derecha -anunció Jánov subiendo al coche-.Adiós y buen viaje. 
Maria Vasílevna tornó a pensar en sus discípulos, en los exámenes, en el guarda, en el Consejo de Enseñanza y cuando el viento le trajo el ruido del coche que se alejaba, estos pensamientos se confundieron con otros: quería pensar en aquellos ojos hermosos, en el amor, en la felicidad que no llegaría nunca...¿Casarse? Por las mañanas hace frío;no hay quien eche leña a la estufa pues el guarda se marcha no se sabe a dónde; los alumnos llegan muy temprano, con los pies llenos de nieve, y arman ruido.¡Es todo tan incómodo y desapacible! Su vivienda tiene tan solo una habitación que hace también las veces de cocina. Al terminar las clases le duele la cabeza y después de almorzar se oprime el corazón. Hay que cobrar a los alumnos la cuota para la leña y para el guarda, dar el dinero al visitador y luego implorar a ese "muzhik" gordo y cínico que ,por Dios, envíe la leña. Por la noche sueña con los exámenes, con los "muzhiks" y con los montes de nieve. Esta vida la ha hecho vieja, ruda, fea, angulosa, torpe, como recubierta de plomo; teme a todo; no se atreve a sentarse en presencia del concejal o del visitador, y si habla de alguno de ellos lo hace con atemorizado  respeto. a nadie gusta, y su vida trascurre en medio del aburrimiento, sin una caricia, sin el afecto de una persona amiga, sin conocidos interesantes. ¡Qué horror enamorarse en semejante situación!-¡Cuidado, Vasílievna! Otra cuesta empinada. 
Se metió maestra por necesidad, sin el menor interés. Jamás pensó en la vocación ni en la utilidad de la enseñanza, y siempre creyó que lo esencial en su oficio no eran los discípulos ni la instrucción, sino los exámenes. 
¿Había acaso tiempo para pensar en la vocación o en lo útil de su ministerio? Los maestros, los médicos pobres o los practicantes, sumidos en el mar de su trabajo, no tienen ni siquiera el consuelo de pensar que sirven a una idea o que son útiles al pueblo, ya que el mendrugo de pan, la leña para el fuego, los malos caminos y las enfermedades ocupan por entero su mente. La vida era difícil, anodina, y los únicos que la sufrían largo tiempo eran eran bestias de carga como Maria Vasílievna; los más vivaces, los sensibles, los que tenían nervios, los que hablaban de su vocación y del servicio a un ideal, se aburrían pronto y abandonaban la profesión.
                                            
Semión buscaba el camino más corto y más seco, tratando de pasar por pradillos o por los bordes de las parcelas; pero aquí se lo prohibían los "muzhiks", allí no había paso por ser tierras del pope, y más allá Iván Jánov había comprado al señor una parcela y había hecho cavar una zanja a su alrededor. en muchos casos tenían que volverse atrás. 
Llegaron a Nizhnie Gorodische. junto a la posada sobre la tierra cubierta de estiércol, debajo del cual aún se conservaba algo de nieve, había varios carros con grandes bombas de aceite sulfatado. En la posada, llena de carreros, olía a vodka, a tabaco y a pieles de oveja; era grande la algarabía de voces, y las puertas sonaban a menudo. Pared por medio, en el tabernucho, tocaba un acordeón sin cesar. Maria Vasílievna apuraba un vaso de té, y en la mesa vecina, unos cuantos "muzhiks" sudorosos a causa del té bebido y del bochorno reinante en la posada tomaban vodka y cerveza. 
-¡Oye, Kuzmá! -resonaban las voces en desorden-.¿Qué estás diciendo? ¡El señor nos bendiga! ¡Iván Deméntich, eso te lo arreglo yo! ¡Por algo soy casamentero! 
Un muzhik de baja estatura, barba negra y cara picada de viruela, borracho como una cuba, hizo de pronto un aspaviento y soltó una blasfemia soez. 
-¡Eh, tú! ¿Por qué juras de ese modo? -reprochó Semión sentado en otro extremo-.¿No ves que hay una señorita? 
-Una señorita ...-le remedó alguien en un rincón.-¡Un cuervo del demonio! -Perdone usted se turbó el muzhik el chaparrote 
-.Dispénsenos...Quiere decirse que nosotros, por nuestro dinero, y la señorita por el suyo...Buenos días. 
-Hola -respondió la maestra. 
-Le agradecemos mucho su atención. Maria Vasílievna tomaba el té con delectación, se ponía colorada como los muzhiks y de nuevo pensaba en la leña, en el guarda...- 
-Espera un poco, casamentero -se oyó en la mesa vecina-.La maestra de Viazovíe...La conocemos...Es una buena señorita. 
-¡Buena y decente! La puerta seguía golpeando. Unos entraban y otros salían...Maria Vasílievna, sentada a la mesa, continuaba pensando en lo mismo, y el acordeón toca que te toca en la tienda vecina. Rodales de sol que oscilaban en el suelo pasaron sucesivamente al mostrador y a la pared hasta desaparecer. Por consiguiente el sol acababa de pasar el meridiano. Los muzhiks de la mesa vecina se dispusieron a reanudar su marcha. El chaparrote, tambaleándose  ligeramente se aproximó a la maestra y le dio la mano. Los demás, al verle lo imitaron y salieron uno tras otro haciendo rechinar la puerta y golpear nueve veces consecutivas. 
-Prepárate, Vasílievna -le dio prisa Semión. Pusiéronse en camino avanzando al paso, como antes.-Hace poco hicieron también una escuela aquí,en Nizhinie Gorodische -dijo Semión volviéndose-.¡Y hay que ver cómo se hincharon! 
-¿Qué pasó? 
-Pues que el presidente del municipio se metió en el bolsillo mil rublos, y el visitador otros mil, y el maestro quinientos. 
-La escuela entera no vale más de mil. Está muy mal calumniar a las personas abuelo. Esos no son más que infundios. 
-No lo sé, yo digo lo que dicen todos. 
Estaba claro que el carrero no creía a la maestra, como tampoco la creían los campesinos.Consideraban exagerado el sueldo que percibía (veinte rublos mensuales, cuando con cinco hubiera ido más que bien pagada), y sospechaban que se quedaba con la mayor parte del dinero aportado por los niños para leña y para pagar al guarda. El visitador, que pensaba igual que los muzhiks, se guardaba algo del fondo destinado a la leña y, además cobraba a los muzhiks una gratificación, a espaldas de la Superioridad, por ejecutar sus funciones. Gracias a Dios el bosque quedó atrás, y ya todo el camino hasta Viazovíe sería llano y despejado. Además, faltaba poco: atravesar el río y el ferrocarril. 
-¿Por dónde vas? -preguntó Maria Vasílievna a Semión-.Tira por el camino de la derecha en dirección al punte. 
-Por aquí se puede pasar.No es muy profundo el río. 
-Ten cuidado, no se nos vaya a ahogar el caballo. 
-¡Cómo dices? 
-Fíjate: Jánov también va hacia el puente -dijo ella al ver por la derecha, a buena distancia, un coche de cuatro caballos-.Parece ser él. 
-Sí que lo es. De fijo que no habrá encontrado a Brakvist. ¡Qué bruto es, Dios mío! Mira que irse por allí cuando por aquí se adelantan tres verstas... 
Se acercaron a la orilla. En verano, el río era pequeño, fácilmente vadeable, y se secaba para agosto; ahora en cambio, con el reciente deshielo, tenía cerca de seis toesas de ancho, y sus aguas frías y turbias ,corrían raudas. En la orilla y al borde del agua había huellas de ruedas: alguien había pasado. -¡Arre! -gritó Semión como con enojo y alarma, tirando fuertemente de las riendas y agitando los brazos igual que un pájaro cuando aletea-.¡Arre! 
El caballo se metió en el agua hasta la barriga y se detuvo un momento, pero acto seguido avanzó de nuevo, con gran esfuerzo. Maria Vasílievna notó un frío intenso en los pies. -¡Arre! -gritó también ella, levantándose -.¡Arre!
Salieron ala orilla. -¡Señor, esto es el acabose! -refunfuño Semión reajustando los arreos a la bestia-. ¡Es un verdadero castigo este ayuntamiento! 
Maria Vasílievna tenía los chanclos y las botas llenas de agua, los faldones del vestido y del abrigo, e incluso una manga , chorreaban; el azúcar y la harina estaban mojados, y esto era lo más lamentable. La maestra, desesperada, se limitaba a mover los brazos y a decir: -¡Ay, Semión, Semión, cómo eres!
                                                  
El paso a nivel se hallaba cerrado; de la estación venía el tren correo. Maria Vasílievna, esperando que pasase, tiritaba de frío. Ya se divisaba Viazovíe con su escuela, de verde tejado, y su iglesia, cuyas cruces ardían reflejando el sol del ocaso. También refulgían las ventanas de la estación, y la locomotora exhalaba un humo rosáceo. a la maestra el parecía que todo temblaba de frío. 
Ya llegaba el tren. Las ventanillas despedían claros destellos, como los de las cruces de las iglesias, que dañaban la vista. en la plataforma de un coche de primera, Maria Vasílievna vio a una señora. ¡Su madre!¡Qué semejanza!Tenía la misma cabellera exuberante, la misma frente, la misma inclinación de la cabeza. Por primera vez en trece años, recordó con sorprendente claridad a sus padres, a su hermano, su casa de Moscú, la pecera, todos los detalles, hasta los más sencillos; oyó tocar el piano y hablar a su padre; se sintió como entonces, joven, guapa, elegante, en un aposento soleado y cálido, rodeada de seres queridos.Impulsada por una súbita sensación de alegría y felicidad, se llevó las manos a las sienes y gritó con voz dulce e implorante: -¡Mamá! 
Sin explicárselo ella misma se echó a llorar. Precisamente en aquel instante llegó Jánov en su coche. Ella, al verle, se imaginó la felicidad que jamás había visto;sonrió y le hizo una seña con la cabeza, como de igual a igual;y creyó ver la luz de su felicidad y de su victoria en el cielo, en las ventanas, en los árboles, en todas partes.¡No su padre y su madre no habían muerto ni ella había sido maestra en su vida!¡Todo fue una pesadilla larga, angustiosa y disparatada, pero ahora acababa de despertar!- 
-¡Sube Vasílievna! 
Todo desapareció de pronto. Se alzó lentamente la barrera del paso a nivel. La maestra tiritando y entumecida de frío, montó en el carro. El coche de Jánov atravesó la vía. Semión le siguió. El guardabarreras se quitó el gorro. 
-Ahí está Viazovíe. Hemos llegado. 1897



CHÉJOV, Cuentos completos,[1894-1903]Páginas de Espuma,2016