"¿Sabe usted cómo escribo yo mis cuentos? -le dijo a Korolenko, el periodista y narrador radical, cuando acababan de conocerse- Así." Echó una ojeada a la mesa -cuenta Korolenko- tomó el primer objeto que encontró, que resultó ser un cenicero, y poniéndomelo delante dijo: " Si usted quiere mañana tendrá un cuento. Se llamará El cenicero."Y en aquel mismo instante le pareció a Korolenko que aquel cenicero estaba experimentando una transformación mágica: "Ciertas situaciones indefinidas, aventuras que aún no habían hallado una forma concreta, estaban empezando a cristalizar en torno al cenicero". V.NABOKOV/"Chéjov"


"¿Has visto alguna vez un montaje realmente hermoso de, digamos, "El jardín de los cerezos"? No me digas que sí. Nadie lo ha visto. Puede que hayas visto "montajes inspirados, montajes eficaces", pero nunca algo hermoso. Nunca una versión en la cual todos los que salen al escenario estén a la altura del talento de Chéjov, matiz por matiz, carácter por carácter."-J.D.Salinger

Letras Libres: 17 enero 2020 ***Feliz cumpleaños,Anton Chéjov

lunes, 6 de diciembre de 2021

Navidad 2021/con Joseph Brodsky y Camarón de la Isla




 Camarón de la Isla (San Fernando de Cádiz 1950-Badalona 1992)


HUIDA A EGIPTO

... No se sabe de dónde surgió el guía.
En el desierto, elegido del cielo para el milagro
por su semejanza, pasaron la noche
y alumbraron la hoguera. En la cueva
que cubría la nieve, sin presentir su destino,
dormía el niño en la aureola dorada
de sus cabellos que, en un instante,
se acostumbraron a irradiar su luz-
no sólo entonces y en aquel lugar de tez oscura,
sino, en verdad, por todo el mundo, como la estrella,
mientras exista la tierra: por doquier.


25 de diciembre de 1988

jueves, 28 de octubre de 2021

Ad Reinhardt en Madrid

 

La Fundación Juan March ofrece hasta el 16 de Enero de 2022, la primera gran retrospectiva europea de la obra de Ad Reinhardt (Búfalo, 1913-Nueva York,1967).
Se exponen 47 obras pictóricas    procedentes de  museos de distintos países  y colecciones particulares  y una amplia documentación sobre su actividad como escritor, activista y autor de viñetas satíricas. El título de la exposición : "El arte es el arte y todo lo demás todo lo demás"  hace referencia a la lucha de  Reinhardt por separar al arte del plus de ideología y teoría que, pensaba, se superpone al arte verdadero. 

Ad Reinhardt fue contemporáneo y camarada de los  expresionistas abstractos pero aunque fue abstracto divergió siempre de los postulados del expresionismo  de la Escuela de Nueva York. Su pintura  rehuía expresar cualquier tipo de emoción  o subjetividad y su búsqueda de la abstracción pura y la austeridad plástica le condujeron hasta el arte conceptual y el minimalismo en los años sesenta.




El expresionismo abstracto  fue un movimiento complejo con  el que a veces se confundieron otras tendencias  que convivieron en  el Nueva York de la posguerra. Era un mundo artístico en ebullición donde las influencias neodadaístas flotaban en el ambiente tal vez no ajenas a la fascinación que  Marcel Duchamp y otros artistas europeos proyectaban sobre el nutrido grupo de artistas con vocación  vanguardista  que se reunían  en el bajo Manhattan. 

Ad Reinhardt aunque convivió con los expresionistas abstractos y participó en sus batallas  no compartía el ideario expresionista y su concepto de lo que debía ser la pintura estaba en las antípodas. Frente a la intensidad expresiva y la plasmación subjetiva de la action painting, Reinhardt buscaba un arte despojado de emotividad llevado al límite del arte mismo que permite considerarlo el iniciador del minimalismo y del arte conceptual. 

En la exposición de Madrid con las  obras ordenadas cronológicamente [pero sin cartelas identificativas  con lo que  el visitante debe enfrentarse "en crudo" al riguroso hermetismo  de  la obra- ] se puede seguir su evolución. En  los años treinta  influido por el surrealismo pero rigurosamente abstracto,  participó en el Federal Art Project el programa de la New Deal para ayudar a los artistas en los rigores de la Gran Depresión. En la década siguiente realiza "alfombras orientales" en los formatos verticales utilizados en la pintura clásica china. En la década de los cincuenta la  pintura de formas geométricas de colores saturados y formas congeladas  que llenan el lienzo remiten a  Mondrian y Albers y en última instancia a Cuadrado negro de Malevich (1915). En los años sesenta, su último estilo,  influido por la filosofía zen, abandona el color  y  trabaja en una serie de formato cuadrado de metro y medio de lado y color negro aparentemente monocromos, sin  alusión a forma alguna aunque se pueden percibir atisbos de color y que al ser sólo apreciables directamente les hace irreproducibles.

El minimalismo enraizaba con la tradición puritana americana en su rechazo de cuanto fuera sensual, subjetivo o místico y busca la pureza en la abstracción radical. Robert Hughes dice de Reinhardt que buscaba "el límite donde el arte dejaba de ser tal, porque sólo ahí pensaba podía descubrirse lo qué era el arte".

Paradójicamente y a pesar de "El arte es el arte y todo lo demás todo lo demás", la radical austeridad de  Reinhardt lleva una carga de silencio y misterio y permanecer frente a sus cuadros activa la percepción pero también el sentir.



jueves, 29 de abril de 2021

Roberto Arlt "Un argentino entre gángsters"



Roberto Arlt, Buenos Aires (1900-1942) tuvo una vida dura y sólo tardíamente  fue reconocido como el  gran escritor que es . Su modo tan personal de usar la lengua como el lugar donde "conviven y se enfrentan los distintos lenguajes"  se interpretó como escribir mal, con la ceguera de una crítica literaria manifiestamente mejorable. En 1926,  la  novela "El juguete rabioso", era tan innovadora que no fue entendida. Pero  no pasó desapercibida para Borges  que reconoció el vanguardismo del autor, " de quién se hablará dentro de cincuenta años", dijo. Años después  Borges tomaría un aspecto central de la novela para escribir El indigno uno de sus mejores cuentos.  
Hace tiempo ya que  Arlt es considerado por críticos y escritores   - y entre ellos  César Aira, Ricardo Piglia - como el  escritor original  e innovador que modernizó  la narrativa argentina en la primera mitad del siglo XX.  
Un argentino entre gánsters, de 1937, está muy lejos del  lirismo romántico, sombrío y desesperado de Ester Primavera de 1928.Arlt  se transforma aquí en  un narrador preciso que  desarrolla con maestría  una ingeniosa trama y conduce con seguridad al lector hasta un final de delirante fantasía   entre diálogos mordaces cargados de ironía y, hasta   humor. 

 





UN ARGENTINO ENTRE GÁNGSTERS


Tony Berman descargó la ceniza de su cigarro en el piso encerado y prosiguió:
    -Los ingenieros han inventado los fusiles ametralladoras, y eso está bien; porque sin ametralladoras resultaría difícil asaltar un banco. Los ingenieros han inventado las granadas de mano, y las granadas de mano son la gracia del Altísimo sobre los hombres de buena voluntad, porque sirven para aliviarles de más de un apuro.¡ Dios bendiga a los ingenieros!...
    Así habló Tony, el homicida de pie desnivelado. El achocolatado Eddie Rosenthal, hijo de un rabino excomulgado y de una negra, levantando la motuda cabeza que tenía inclinada sobre su camisa de seda verde, anotó:
    -Pido un voto de aplauso para el ecuánime Tony.
    Frank Lombardo, especialista en acciones violentísimas, asintió con un visaje de rojiza cara de perro bull-terrier. Tony, reconfortado por estas muestras de admiración prosiguió:
    -Pero lo que no han perfeccionado los ingenieros es la ruleta con trampa. Y eso está muy mal. La ruleta con trampa le permitiría al croupier dirigir la suerte según las conveniencias de la banca. ¡Y las conveniencias de la banca son sagradas!...Ahora bien, señor ingeniero: si ustedes han inventados los submarinos, las ametralladoras y los aeroplanos, ¿por qué no han inventado la ruleta con trampa?...
    El señor ingeniero, representado en la figura de Humberto Lacava, no pestañeó. Hacía tres horas que estos gentlemen de la automática le habían secuestrado , apoyándole el caño de una pistola en los riñones, y ningún hombre razonable se permite discutir este frío y redondo argumento.
    El ecuánime Tony se restregó las manos y continuó:
    -Señor Humberto Lacava; usted era, o mejor dicho es el mejor estudiante sudamericano de ingeniería eléctrica de Wisconsin. Estamos informados que su familia reside en la Argentina. La Argentina es un hermoso país, y usted deseará regresar a él. Cuando estudiamos su posición, semejante particularidad nos pareció ventajosa. si nosotros le hacemos desaparecer, los riesgos de una investigación son tan inmediatos como si usted fuera miembro de una honorable familia bostoniana. Pero nosotros no tenemos el propósito de asesinarle...
    -Al menos por ahora -insinuó Frank Lombardo.
    Tony Berman continuó:
    -Usted ha ganado una medalla de oro en la universidad, y la Argentina tiene derecho a enorgullecerse de su hijo. Fabríquenos usted una ruleta con trampa que, estando desarmada, no se diferencie en ningún detalle de la ruleta corriente. Nosotros le pagaremos veinte mil dólares
    Eddie Rosenthal, que sumergido en el sillón de cuero, balanceaba suavemente un amarillo zapatón, murmuró:
    -Por la décima parte, me tiroteo yo solo con todo el Estado de Kentucky.
    Era nativo de Kentucky, y todos sus pensamientos iban dirigidos a la patria lejana que lamentaba no poder hospedarle entre los muros de sus sólida cárcel. Lacava que apoyaba el codo en la mesa, miró los blancos muros del living-room, y abrió la boca:
    -¿Y si me niego?
    Nadie podía negarle a Tony Berman don de gentes. Respondióle,  amable:
    Entonces no le pagaremos veinte mil dólares. Le meteremos veinte mil balas dentro del cuerpo.
    Lacava tomó el vaso de whisky y bebió lentamente. Era un hombre serio. No le gustaban las aventuras turbias; pero la "cosa" no tenía remedio. Los tres asesinos, robustos, afeitados, elásticos, con corbatas de seda adornadas de perlas y solitarios centelleantes en los huesudos dedos, no eran hombres que se detuvieran a darle importancia a la vida de ningún Humberto Lacava y su correspondiente medalla de oro. Por otra parte, no debían ser ellos quienes financiaran el proyectado negocio. A espaldas de los tres actuaría un sindicato del vicio.
    Pensaba Lacava y pensaban ellos. El achocolatado Eddie Rosenthal, que evidentemente demostraba una hereditaria inclinación hacia la filosofía, murmuró:
    -Hay muchos hombres que se lamentan de que nunca les ha sido concedida una oportunidad...
    -Así es -caviló Frank Lombardo, que era corto de palabra y largo de acciones.
    Tony intervino, consecuente:
    -Nosotros le ofrecemos la oportunidad. Honradamente, usted no puede pensar en escaparse y en defraudarnos. Eso no sería leal, aparte de que nosotros no lo permitiríamos. Usted tiene que fabricarnos un dispositivo eléctrico, que como en un ascensor, le permita al croupier detener el disco en el número menos cargado de apuestas. Los hombres son seres humanos -yo siempre he sostenido esto- y es razonable que se entiendan sobre alguna base. Usted planeará aquí esa ruleta. De acuerdo a sus dibujos nosotros haremos fabricar las pieza afuera; pero usted montará el aparato en nuestra presencia. De hecho, será nuestro prisionero hasta que haya cumplido con su compromiso. Si le agrada la compañía femenina, no tendremos inconveniente en presentarle algunas damas que sea de su agrado. Dar al hombre lo que es del hombre constituye uno de mis principios.
    Lacava no pudo evitar una sonrisa. Aquel sujeto era de cuidado. No en vano le llamaban Tony "el Abogado". Ciertamente que Tony no se había especializado en jurisprudencia, como no fuera la carcelaria; pero se le adjudicaba el asesinato de un honorable self-made man que se ganaba la vida gestionando ante los políticos la libertad de ciertos convictos. De allí el origen de su apelativo. Su dicción era correcta. Humanamente no se puede ser más exigente con un hombre cuya profesión es descargar la pistola al pecho de sus prójimos.

    Humberto Lacava no hablaba. Se acordaba de Buenos Aires, el barrio de Palermo, al tiempo que observaba a los tres hombres entre sus párpados medio cerrados. Tony Berman jamás debió secuestrar a hombre semejante para lograr sus propósitos. Pero Tony no era perfecto. Además, ¿qué daño podían esperar de este sudamericano, delgado, de cinco pies de estatura, que entre las yemas de los dedos se estiraba pensativamente el labio inferior? Finalmente el ingeniero habló.
    Puedo fabricarles la ruleta. Pero quiero por adelantado los veinte mil dólares.
    -Mañana  le traeremos el dinero -replicó Tony.
    -¡All right!...
    Después que el achocolatado Rosenthal cerró la puerta con llave, Lacava examinó su prisión. Consistía en un dormitorio anexo a un cuarto de baño. Le bloqueaban sólidos muros. Se habían preocupado por su confort. Había allí una mesa escritorio, un sillón de cuero, libros en un anaquel, un aparato de radio, cajas con cigarros, y frascos con bebidas. Abrió el ropero adosado al muro. Camisas de su medida y pijamas.
    Se recostó. Estaba tranquilo. No podía forjarse ilusiones. Cuando terminara de fabricar la ruleta, esta gente, en vez de dejarle marchar con sus veinte mil dólares, le perforarían la cabeza con balas de acero. Y él no volvería a proyectar canalizaciones eléctricas.
    El problema técnico era fácil. El disco de la ruleta podía ser frenado a voluntad frente a un número determinado por un juego circular de electroimanes. En síntesis, se trataba de proyectar un freno magnético sincronizado. El asunto era fácil: pero ellos no lo sabían. La imposición de fabricar las piezas afuera obedecía al deseo de privarle de manejar instrumentos que él pudiera utilizar para fugarse. No eran zonzos. Quizá pensaran fabricar ruletas en serie. Veinte mil dólares constituían un   capital respetable. Entrevió posibilidades. Sí. El disco  de la ruleta comenzaría a ser frenado cuando alcanzase una velocidad determinada, independiente de la fuerza con que había sido puesto en marcha.Sí. Era posible. Las ganancias que acumularía de esa manera un grupo de estafadores podía ser inmensa. Al mismo tiempo debía confeccionar un sistema desajustable de frenaje, de modo que al corregirlo le permitiera ganar tiempo para poder fugarse, porque en cuanto la ruleta funcionara correctamente, ya no lo necesitarían. Esos hombres de ojos azules y mejillas rasuradas le acribillarían a balazos . Ahora bien, Lacava sabía que ni aun armado de un revolver podría reducir a los tres atléticos asesinos que manejaban las pesadas pistolas con más facilidad que él las ecuaciones de tercer grado.
    Lacava no era un sentimental. Sabía que a un hombre que posee tamaño secreto, no se le abren las puertas para que vaya a  desperdigarlo entre gentes que pueden estar muy interesadas en conocerlo. Ellos, para estimularle a trabajar, le traerían los veinte mil dólares. Él tenía que quedarse con los veinte mil dólares y matar a los tres hombres.
    Se quedó dormido.
    Por la mañana le despertó el hombre de pie desnivelado. Tony Berman traía en la mano una maleta. La depositó en el suelo.
    -Ingeniero, aquí están sus veinte mil dólares- dijo
    Lacava saltó de la cama y abrió la maleta. allí estaba el dinero. en paquetes precintados de mil billetes de un dólar. Rompió una faja y comenzó a examinarlos al trasluz.
    -Son auténticos -aseguró Tony.
    -Son -respondió Lacava, pensando que este dinero había sido robado en algún banco. Y no estaba equivocado.Tony le explicó.
    -Frank le servirá el desayuno. Es un excelente cocinero. Sea indulgente con Frack. Cierto que él ha tomado por caminos torcidos; pero no seré yo quien juzgue al pobre Frank, porque está escrito:"No juzgues si no quieres ser juzgado".
    Mientras que el paticorto se sentaba en la orilla de la cama, sobre la colcha azul,Lacava se preguntó cuál sería la razón que impulsaba a ese hombre a expresarse siempre burlonamente. Retornando a la realidad, objetó:
-Este cuarto sin luz ni aire es desagradable para trabajar. No se preocupe. Durante el día tendrá a disposición el living-room. Me permitiré aconsejarle que no intente escaparse. Ni Eddie ni Frank le matarán. son hombres que tienen una puntería espantosa, y sólo le quebrarán los huesos de las dos piernas.
    Trocó luego el tono burlesco por el grave:
    -¿Cree que podrá fabricar la ruleta que queremos?
    -Sí.
    -Fíjese que nosotros pondremos en marcha el disco.
    -Sí...
    -¿Y se detendrá la bola donde le indiquemos?
    -Sí.
    -¿Tardará mucho en conseguir esos resultados?
    -No puedo fijarle plazo. Ninguna máquina nueva funciona correctamente en la prueba. Hay que ajustarla, graduarla.
-¿Cuándo piensa ponerse a trabajar?
-Hoy. Necesito un equipo de diseño para ingeniero.
-Todo lo que usted guste.
Tony Berman sonrió satisfecho. Un rizo de romanticismo encrespó su alma de asesino. Dijo:
    -Yo siempre aseguré que los ingenieros son la sal de la tierra.Querido señor Lacava, ¿quiere almorzar macarroni hoy?...Frank lombardo es especialista en macarroni. Señor Lacava, sea amable con Frank  que es un buen chico. Cierto que su profesión no se presta para canonizarle; pero, "¿quién puede tirar la primera piedra?", como dijo Nuestro Señor Jesucristo.
    Lacava sonrió con amabilidad. Recordaba su casa de Palermo,, sus hermanas. ¿Se imaginarían que estaba en estos momentos secuestrado por una banda de gángsters?...Una rabia fría se desenroscó en su corazón.
    Tony Berman, labio sonriente y corazón traicionero, también pensaba:
    "Enterraremos a este hombre en el bosque que está al fondo del valle."
De 36 números la ruleta marcaba a voluntad del croupier 21 números.
    El ingeniero Lacava, de codos en la mesa y rodeado por Tony Berman, Fraank Lombardo y Eddie Rosenthal, tomaba notas de las fallas. Tony Berman opuso una vez esta réplica:
    -El disco se ha detenido con excesiva rapidez. Se notó la frenada brusca.
    Lacava trabajaba. Sus manos levantaban constantemente la tapa de la mesa, dividida en numerosos sectores, que, como tapas, estaban asegurados al borde por bisagras de bronce. Lacava trabajaba. Sus ojos vigilaban constantemente las enjoyadas manos de los hombres. Una vez era Tony quien había dejado olvidada su mano sobre una de las bisagras; pero en cambio Eddie y Frak estaban fumando. El ingeniero esperaba. Otra vez era Frank o Tony los que apoyaban los codos desnudos en las bisagras de bronce; pero Eddie, con los brazos cruzados, miraba la saltante bola de marfil y narraba:
    -Una vez, en la ruleta de Florida, el número 14 estuvo 27 días sin salir.
Y era cierto. Los asesinos estaban satisfechos. Lacava trabajaba honradamente. Cada día que pasaba se cumplía más y mejor el ajuste del freno magnético. Los hombres se turnaban para poner en  marcha el disco. Frank cantaba:
    -Detener en cero.
    La bola de marfil revoloteaba sobre los alvéolos metálicos del discpo girante, pasaba de los números más opuestos, hasta que insensiblemente, se engastaba en una casilla, que rodando cada vez con más lentitud, iba a detenerse frente al cero. Y los gángsters aplaudían a rabiar. Tony exclamaba por enésima vez:
    -Los ingenieros son la sal de la tierra.
    Lacava vigilaba las enjoyadas manos de los hombres. Estaba siempre inclinándose sobre el círculo de electroimanes que graduaba a tornillo. anotaba cifras, hacía operaciones algebraicas, respondiendo pacientemente a los que le rodeaban
    -Paciencia...Paciencia...Ya quedará ajustada.
    En quince días había reducido a ocho los quince números que fallaban. No tenía prisa. Aguardaba su oportunidad. Cuando la ruleta funcionara correctamente, ellos le matarían. Conectando palabras sueltas, podía ya afirmar que los secuestradores eran simples testaferros. Con la ruleta eléctrica se emprendería una estafa a gran escala, y únicamente un ingenuo podía soñar con su próxima liberación. Y él no estaba acostumbrado a tazar cálculos sobre buenas intenciones. Su infancia, transcurrida en los arrabales porteños le había cargado de una socarronería fría y vigilante; no sería el humorismo de Tony "el Paticorto";pero sí otro humor que probablemente les pondría a ellos los pelos de punta.
    Lacava esperaba; esperaba pacientemente.
    Los gángsters, sentados alrededor de la mesa, le miraban, ardientemente interesados en verificar cada número en el cual el disco de la ruleta, frenado magnéticamente, parecía que se detenía frente a un número prefijado por efectos de la inercia natural. Lacava espiaba con ansiedad la llegada de un minuto que podía ser fácil, pero que estaba distante. Y los brazos velludos de los asesinos estaban frente a sus ojos, los dedos enjoyados se movían; por momentos los veía como a través de un sueño: el puño de seda de la camisa de Frank, arremangado sobre el codo, la piel oscura cde Eddie con los tremendos músculos siempre tensos y vibrantes. Lacava espiaba con ansiedad la llegada de un minuto que podía ser fácil; pero que estaba distante...
    Tony, Frank y Eddie se inclinaron sobre el disco que debía detenerse frente al número 36,Lacava sintió que una ola de sangre le abrasaba las mejillas: el desnudo brazo de Frank pasaba sobre la espalda de Tony, al tiempo que Eddie, con sus enormes manos de chocolate, apretaba sobre las bisagras del canto de la mesa, igual que Tony y Frank.
    Los tres hombres lanzaron un grito, abrieron desmesuradamente la boca. Lacava acababa de apretar un resorte. Los asesinos se enderezaron bajo la acción de la corriente eléctrica. Paralizados por la superficie electrizada de las bisagras, Eddie, Frank y Tony permanecían envarados, los ojos aterrorizados se dilataban con la mayor abertura de las bocas, que en el comienzo de la asfixia parecían tres agujeros negros.
    No podían despegarse de la mesa, y sus cabellos se erizaban bajo la creciente ola de la quemadura que les echaba hacia atrás, semejante a fantoches abrasados por el fuego.
    Lacava les soslayó de una rápida mirada; subió corriendo a su dormitorio. Tomó la maleta con los veinte mil dólares  y salió. en el garaje oscuro puso en marcha el motor de coupé.
    Allí junto a la mesa quedaban pegados tres hombres que se enfriaban lentamente.
                                        
(El Hogar, 23 enero 1937)

Relacionado:

Roberto ARLT, Cuentos completos, Losada, 2008
                                                                                    

viernes, 15 de enero de 2021

Jesse Ball un cuento inesperado


Jesse Ball (Nueva York 1978).según la revista Granta es uno de "los mejores narradores jóvenes de Estados Unidos".Novelista y poeta, su cuento activa una catarata de imágenes y puede resultar fascinante y perturbador

 

UN SABOR A MADERA ES COMO SE DICE DIQUE UN SABOR A MADERA ES COMO SE DICE DIQUE UN SABOR A MADERA ES COMO SE                                        


1


La mujer llevaba un sombrero de papel y un traje muy sencillo pero deprimente, una especie de reproche. El traje decía que estaba haciendo algo que deberíamos hacer los demás, o deberíamos haber hecho. ¿Qué era?





Empujaba una silla de ruedas por una calzada resquebrajada y no se detenía ante las grietas ni las fracturas. No las veía. Para ella, el trabajo consistía en llevar la silla de ruedas de un sitio a otro. Se lo habían explicado. Llevarás la silla de ruedas de este sitio, en el pabellón de pediatría, a este sitio, en el zoo, y luego la traerás de vuelta. No le habían dicho que el trabajo fuera empujar, pero ella lo había entendido así. Lo que hubiera en la silla y el estado en el que se encontrara le importaba menos. A veces era una niña, a veces un niño. Quizá. ¿Quién podía saberlo? No había nadie más. El niño podía ser o estar encantado, lloroso, insensible, furibundo, insuficiente, daba igual. Quien estuviera en la silla en ese momento (¿se había molestado en mirar?) se tambaleaba espantosamente por culpa de las grietas mientras avanzaban de forma lenta pero desquiciada hacia la puerta de dos hojas del edificio del zoo. La enfermera consideraba que la calzada en mal estado era su cruz. Trataba de allanarla con las grandes ruedas redondas de la silla, pero no servía de nada en absoluto,, sólo para hacerse mucho daño en las manos y en los brazos, y para que la silla traqueteara hasta casi hacerse pedazos.

Decían que era un zoo, pero de zoo no tenía gran cosa, ¿verdad? Embistió con el reposapiés el punto donde se juntaban las dos hojas de la puerta, contra la que estrelló la silla hasta hacerla ceder, lo que provocó un grito ahogado de la persona a la que trasladaba, pero ya la puerta había cedido lo suficiente y se había abierto un pasaje que rozó loes costados de la silla. Una vez atravesado, pisaron ya la moqueta.


2

Ese era el momento, cuando la ruedas giraban cómodamente por el tejido. Lo invadía algo parecido a la magnificencia, o la posibilidad de alcanzarla, que recorría su cuerpecillo retorcido. Antes se había visto obligado a aferrarse a la silla, que daba tumbos y lo lanzaba de un lado a  otro, pero ahora ya no tenía que hacer nada. Recorría a la deriva un lugar de sombras y a ambos lados había ventanas abiertas a sitios en los que nunca había estado nadie: selvas, bosques y desiertos. Allí estaba todo lo que querías ver, pero no sabías que estaba, y cuando lo veías aún lo sabías menos, pero querías todavía más. Todo eso no significaba nada para él, sin embargo, nada para él como ir hasta el dique de los castores, al final de todo. El dique de los castores. No podía pensar en otra cosa. Se despertaba en el estrecho catre del pabellón de los tullidos y gritaba para pedir agua, y lo que en realidad  quería decir cuando gritaba era: Llevadme al dique de los castores, por favor. Cuando lo cargaban hasta la trona en la que lo obligaban a comer cosas que jamás habría comido, volvía a pedirlo entre dientes, haciendo fuerza con la cabeza contra la mesa. Llevadme al dique de los castores. Después de varios días así, alguien se dio cuenta por fin de lo que tenían que hacer. Tenían que llevarlo al dique de los castores. Así pues, escribieron en el tablero: Visita semanal al zoo, con at.esp.a zona castores.

A veces intentaba hablar de los castores con las enfermeras. en realidad, no sabía qué decir, pero ellas aún sabían menos y, por mucho que tratara con todas sus fuerzas de que se dieran cuenta de lo que veía en ellos, no servía de nada. Las caras de sus enfermeras estaba selladas como las ventanas que no pueden abrirse porque se han pintado demasiadas veces, siempre habían estado así. No era ni malo ni reprochable, sencillamente era así.

Había cuatro castores en el lastimoso riachuelo situado al otro lado de la luna de vidrio. A uno le había puesto Ganthor. A uno le había puesto Stueben. A una, Mouselet. A una Ganthor. Había puesto Ganthor a dos porque aún no había decidido cuál es cuál, así que eso le parecía más exacto. De todos modos, sabía que una Ganthor era hembra. Lo que pasaba era que no tenía claro cómo se veía eso, y el movimiento de los castores era tan imprevisible que no era fácil de descubrir.

Los castores se parecían a los peces, eso se sabía, pero también podían talar árboles. Eso le gustaba. Por desgracia, en ese lugar al otro la do de la luna sólo había cosas que parecían árboles, pero no árboles de verdad. Las cosas que parecían árboles las habían hecho de forma que dieran la impresión de que los castores las habían cortado por la mitad, pero él sabía que no era cierto. Para apaciguarlos les habían llevado unos trocitos de madera en un carro, y Stueben se pasaba el día hurgando por ahí, pero nunca llegaba a descubrir qué más hacer. Los demás castores no demostraban interés.

Mouselet era rápida y tenía la nariz más limpia que los demás. Por eso la reconocía. Había un punto de la luna al que se acercaba, cosa que no hacía ninguno de los otros tres. Esa era otra señal.

Ganthor quizá pataleaba al nadar un poco más de lo que parecía necesario. Stueben hurgaba. Así eran los castores y sus costumbres.

La enfermera se quedó allí plantada con aire exagerado, respirando también con aire exagerado delante de la luna. Le latía el corazón y siempre tenía  la impresión de que no era el suyo. Era una enfermedad de la que antes se moría la gente: la sensación de que tu corazón era de otro y el terror de que latiera pegado a ti. Un corazón examinado de  ese modo empieza a agitarse y más temprano que tarde se detiene, como un pez en un balde sin agua, aplasta su silueta, pierde su naturaleza.


3

Dijo: Mira, Ganthor sale del dique. Mira. Pero la enfermera no miraba.

Ganthor quiere pasar al otro lado porque le gusta más. Ya está Ganthor al otro lado, y también allí, y quieren estar juntos, así que se reunían en el centro.

Ese era otro motivo por el que los dos se llamaban Ganthor: siempre se reunían en el centro, a saber por qué.

A Stueben le pasaba algo en la cabeza, y cuando hurgaba a veces se paraba y la apretaba contra alguna parte puntiaguda de la madera, como si tratara de descubrir lo que había sucedido. Daba igual que hubiera sucedido hacía mucho tiempo, él seguía intentando descubrirlo. No tenía buenas perspectivas.

A veces los castores se acercaban y se ponían en fila cerca de la luna. Mouselet delante, en su sitio, los dos Ganthor por allí detrás, donde fuera, y Stueben un poco hacia un lado, como torcido. Allí se quedaban mirando al exterior, y entonces no quedaba claro de quién era cada lado de la luna. A la enfermera no le hacía ninguna gracia.

Ah, ya están otra vez, mascullaba, y maldecía en voz baja, frotándose las muñecas, y daba la vuelta a la silla de ruedas. Se acabó el zoo de los cojones.

Pero aquel día no quería marcharse y, cuando la enfermera dio la vuelta a la silla, trató de volverse y seguir mirando al los castores. Estaba seguro de que lo habían visto. Notaba que lo habían visto claramente por la luna. ¿Era posible? Trató de gritar, y lo consiguió, gritó y su grito fue algo que nunca se había oído.

A su espalda se produjo un estallido tremendo y la enfermera echó a correr.


4
Los castores estaban  a la expectativa, esperaban su oportunidad. Presentían que iban a verlo aparecer y trataban de enseñarle, mediante una conducta semirritual, lo que tenía que saber. Al final de cada representación se reunían para saludar y luego volvían a empezar por el principio. Las veces que haga falta, se decían los unos a los otros. Las veces que haga falta.

Hablaban, en la oscuridad del dique, del día en que pudiera llamarlos y en lo que harían entonces. Era una esperanza contra la esperanza, y a veces Ganthor tenía la impresión de que no llegaría a suceder. Ganthor decía: Esperamos en balde, completamente en balde. Y entonces Mouselet de daba de cabezazos contra el suelo y Stueben vomitaba y Ganthor se meaba. Pero eran firmes como tablones y su fuerza renacía cada mañana. Por mucho que eles arrebataran, siempre renacía, porque no tenían otro trabajo, y siempre hay fuerza para hacer el trabajo que te corresponde.

Lo queremos, dijo Stueben un buen día. Es cuestión de amor. Ganthor dijo que él no quería a nadie. Ganthor repitió lo mismo. Mouselet dijo que todo se conseguía gracias al amor, que no había nada más, a sí que...

Sin embargo, Stueben insistía en que aquello era distinto. No estoy haciendo el trabajo que me tocaría. con ese montón de madera puedo hacer algo que llegue hasta él. Estoy convencido.

Y cuando suceda, dijo, cuando llegue el momento, tendrás que estar preparada, Mouselet. A ti te corresponde resquebrajar la luna.
                                                    
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CRASH!
CRASH!



 La enfermera siguió corriendo, presa del miedo, y su indumentaria de papel se rasgó por todas partes. Empujaba la silla de ruedas de cualquier forma y se dio la vuelta, se dio la vuelta sobre la rueda rota y a la enfermera se le enredó la pierna y se cayó hacia delante, por delante de la silla, y fue a darse de bruces contra el suelo, agitando la lengua para chillar. Aparecieron los castores, estaban entre ellos. Era una pregunta disparatada, gritada delante de la cara, y los castores saltaron como brazos por los aires. La enfermera murió en cuestión de segundos; le dieron la espalda y retiraron la silla del caído.  

Mi amor, gritaban, mi amor, cariño, y lo golpeaban con las manos y las patas traseras, con la cola y con la boca, con los ojos y con la nariz, las cerdas, las crestas y el pico. Lo despedazaron, lo vengaron, lo liberaron. Él se agazapó debajo y le arrancaron las piernas tullidas, lo mismo que los hombros retorcidos, el cuellecito falso, los ojos bizcos, los mechones caídos por las orejas, todo acabó arrancado. Y así quedó por fin, como uno de ellos, limpio y lozano, con el robusto pelaje agitado en los bordes, los dientes fuertes, el azote plano, la robustez de su salto, su nado y su inclinación.

Lo levantaron y se irguió ante ellos, y tan felices estaban todos, tan absoluta era su victoria, que en el fondo no sabían si volver al dique o ir  a otro lugar. ¿Dónde más podían estar? Se miraron; eran muchos, pero también muy pocos. Eran demasiado viejos y demasiado jóvenes. Todos los años que les quedaban no podían tacharse más que por accidente, pero de repente tuvieron una sensación: estaban suspendidos en lo alto, por algún motivo veían el paso plano y acelerado del tiempo. Pero ante sus ojos se ondulaba y se desgarraba como el calor.

Allí estaban juntos, en aquella moqueta ridícula, y el sonido que hacían era el de los castores.



Amigos, lo que quiero decir es que esta vida es poco profunda, como una bandeja. No va más allá.

Os quiero a todos. Ahora os conozco y os quiero, y da igual, porque esta vida va a matarnos sin conocernos y va a hacer añicos nuestro hermoso corazón sin verlo siquiera, y no hay nada que respire nada cualquier cosa para respirar dentro de una piedra.
                            
Traducción de Carlos Mayor




GRANTA  en español. nº 21 Primavera 2018