"¿Sabe usted cómo escribo yo mis cuentos? -le dijo a Korolenko, el periodista y narrador radical, cuando acababan de conocerse- Así." Echó una ojeada a la mesa -cuenta Korolenko- tomó el primer objeto que encontró, que resultó ser un cenicero, y poniéndomelo delante dijo: " Si usted quiere mañana tendrá un cuento. Se llamará El cenicero."Y en aquel mismo instante le pareció a Korolenko que aquel cenicero estaba experimentando una transformación mágica: "Ciertas situaciones indefinidas, aventuras que aún no habían hallado una forma concreta, estaban empezando a cristalizar en torno al cenicero". V.NABOKOV/"Chéjov"


"¿Has visto alguna vez un montaje realmente hermoso de, digamos, "El jardín de los cerezos"? No me digas que sí. Nadie lo ha visto. Puede que hayas visto "montajes inspirados, montajes eficaces", pero nunca algo hermoso. Nunca una versión en la cual todos los que salen al escenario estén a la altura del talento de Chéjov, matiz por matiz, carácter por carácter."-J.D.Salinger

Letras Libres: 17 enero 2020 ***Feliz cumpleaños,Anton Chéjov

martes, 13 de octubre de 2020

Hebe Uhart / Un cuento chino


Encontrarse por primera vez con el modo de escribir y contar de Hebe Uhart produce deslumbramiento. En la escritora argentina (Moreno 1936-Buenos Aires, 2018) el talento narrativo lo acentúa una particular percepción visual y auditiva y un bagaje cultural al que no es ajena la filosofía ...y el humor.
Más el plus indefinible pero palpable que bordea los textos con un sutil halo poético. Todo sencillo y al  tiempo extraordinario

Cuentos  completos editado por Adriana Hidalgo, casi 800 páginas , cien cuentos,   un verdadero festín.



CUENTO CHINO

Yo conozco bastante  a los hombres porque soy prostituta en la casa de la señora Liú. Mis padres me pusieron allí de joven porque pensaron que esa debía ser una buena colocación para mí. El primer hombre que conocí cuando tenía unos dieciséis años, estaba atormentado por unos fantasmas que él creía ver en la habitación. Yo ya casi empezaba a ver grandes sombras rojas ahí dentro y tenía miedo, pero no me daba cuenta. Sólo pensaba: "De aquí me voy a escapar".Me quise escapar cuando él dormía, pero se dio cuenta y me retuvo. Era bueno y cariñoso, ya se había olvidado de imprecar a esos fantasmas y me dijo que pidiera algo de regalo. Le dije que no aceptaba ningún regalo y se sorprendió. Por fin, al verlo compungido, se lo acepté.

Los regalos eran muy importantes en esa casa, y eran el tema de conversación de todos los días. Una vez un hombre muy bueno que había nos trajo un monito para que nos divirtiéramos; todas jugábamos con el monito, pero Anita, una chica que siempre lloraba, se sentó el mono en la falda y empezó a llorar. entonces la señora Liú le dijo al hombre que se lo llevara, que no lo quería ver al monito porque hacía destrozos. Pero la causa era otra; cuando la vio a Anita llorando, la retó y le dijo:

-Estando triste se pierde el 50 por ciento del valor. No hay que estar triste. 

Ella velaba siempre para que no estuviéramos tristes. Cuando alguna andaba medio despeinada o como ausente, le compraba lindos vestidos y hacía una comida especial.                                                 

-Yo creí que les iba a gustar -dijo el hombre del mono, y se fue con el mono.                                  

No bien se fue, todas se empezaron a burlar de él; lo llamaban Mono, decían que tenía el culo como los monos y, como no apareció nunca más, de vez en cuando alguna preguntaba:                                  

¿Qué será de Mono? Después no recuerdo que alguien haya traído un animalito o una planta para alegrar la casa. Me acuerdo de uno al que todas querían; era joven, bastante lindo, charlaba y hacía chistes con todas; todas lo admiraban. Yo le tenía odio porque cuando estaba conmigo se relajaba como un gato y atendía sólo a su placer;le tenía que hacer cosquillas con una pluma, quería que le rascara la espalda y después de hacerlo yo mil masajes por todos lados, me daba una palmada y se iba.                                                                        

Otro no hablaba una palabra: se desvestía y vestía en silencio.                                                               

A ese lo encontré por la calle una vez y los dos hicimos como que no nos conocíamos. Ni siquiera miró para otro lado;yo lo miré y él pasó con cara de piedra, imperturbable. Pero a él yo no le tenía rabia, no le tenía nada. Yo, no sé por qué, les contaba a algunos hombres historias de mi infancia desvalida; eran todas inventadas y cuando las contaba, yo las creía. Me parecían lo más sincero de mí                    misma , y era como el placer de lamer una herida. Pero mi infancia no fue desvalida; mis padres, ahora lo veo, hicieron todo lo que pudieron por mi. 

Había uno que también me contaba su infancia desvalida, me decía que él también era como un chico desvalido. Y así nos pasábamos en la cama tendidos un largo rato, solos en la oscuridad y dándonos calor y compañía. Éramos como hermanos.Después había otro que me insultó. Me dijo los peores insultos de esta tierra. En la casa de la señora Liú estaba prohibido insultar y el que insultaba no entraba más. Pero yo lo perdoné porque comprendí que insultaba su propia maldición, su propia desesperación: veía la miseria de todos y no la podía superar; insultaba a la miseria y cada vez se revolcaba más en ella. Me conmovió porque se tiró a mis pies y me pidió perdón; pero me puse dura ante los insultos, creía que los insultos eran como la muerte. Pero los insultos son graves de otra manera que como la gente piensa; los insultos son como una tierra en la que hubo un terremoto alguna vez: momentáneamente se puede estar tranquilo, uno se distrae, pero siempre está la amenaza latente. 

Por ese tiempo yo me había adaptado a todas las normas de la casa de la señora Liú, aceptaba los regalos, distinguía uno bueno de uno malo, tiraba distraídamente los malos y me quedaba con los buenos. Estaba más linda que antes, estaba en mi plenitud. Pero cuando quería recordar algo que me habían dicho, se me confundían las personas y las cosas. ¿Quién me había dicho que el azul me quedaba mejor que el rojo? ¿Este? No. ¿Quién dijo que los relojes se limpiaban con detergente? Y no podía recordar quién era.

Mezclaba lo que uno decía con otra cosa y así lo repetía yo a mis compañeras, a veces, diciendo algo que había escuchado como si lo hubiese dicho yo, sin darme cuanta para nada en el momento. 

Pensaba que estaba perdiendo la memoria y me decía: "Dios mío que no pierda la memoria". Yo no le conté a nadie esto, ni a la señora Liú, que no advirtió nada.Me reía coomo siempre.

Un día  apareció un hombre que parecía llevar un peso muy grande sobre sus espaldas, pero no me dijo qué le pasaba; yo tampoco le pregunté. Ese hombre me hacía hermosos regalos, pero yo no les daba importancia. Parecía que los regalos fuera cosas que estaban ahí puestas, que no fueran de él ni de nadie. Yo me cuidé muy bien de decirle lo hermosos que eran sus regalos, dado que él no les daba ninguna importancia a nada. Cuando me puse a pensar en eso se me notó en la cara y la señora Liú me empezó a mirar. Yo a él le dije un día:         

-No quiero más regalos tuyos, quiero...                  

Y no sabía cómo decirle lo que quería.Él me dijo:   

-¿Qué querés? Te doy lo que quieras.                     

Y yo quería otra cosa y no sabía lo que quería. Desalentado dijo:                                                      

-Las mujeres son así. No sé por qué no sabrán lo que quieren.                                                            

Yo no dije nada. La señora Liú lo hizo ir con otra. Fue una sola vez y no volvió más por allí. A mí no me calienta para nada que se haya ido. Si no es en esta vida, yo pienso que en la otra lo voy a encontrar.




Hebe Uhart, Cuentos completos, Adriana Hidalgo,2019


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