"¿Sabe usted cómo escribo yo mis cuentos? -le dijo a Korolenko, el periodista y narrador radical, cuando acababan de conocerse- Así." Echó una ojeada a la mesa -cuenta Korolenko- tomó el primer objeto que encontró, que resultó ser un cenicero, y poniéndomelo delante dijo: " Si usted quiere mañana tendrá un cuento. Se llamará El cenicero."Y en aquel mismo instante le pareció a Korolenko que aquel cenicero estaba experimentando una transformación mágica: "Ciertas situaciones indefinidas, aventuras que aún no habían hallado una forma concreta, estaban empezando a cristalizar en torno al cenicero". V.NABOKOV/"Chéjov"


"¿Has visto alguna vez un montaje realmente hermoso de, digamos, "El jardín de los cerezos"? No me digas que sí. Nadie lo ha visto. Puede que hayas visto "montajes inspirados, montajes eficaces", pero nunca algo hermoso. Nunca una versión en la cual todos los que salen al escenario estén a la altura del talento de Chéjov, matiz por matiz, carácter por carácter."-J.D.Salinger

Letras Libres: 17 enero 2020 ***Feliz cumpleaños,Anton Chéjov

viernes, 13 de enero de 2023

DYLAN THOMAS en prosa



     Dylan Thomas, maestro de la palabra, también en prosa   titula José María Guelbenzu su excelente reseña de Cuentos completos y añade que son una mezcla de imaginación y realidad que los convierte en un precipitado de belleza. 

       







 JARLEY


El día en que el museo de cera ambulante llegó al pueblo desapareció el dependiente encargado del mantenimiento. A la mañana siguiente,el propietario llamó a la agencia de empleo y pidió un chaval avispado que supiera hablar inglés. No obstante los chavales más avispados hablaban galés, y un muchacho de Bristol tenía el labio leporino.Por eso el propietario volvió al lugar donde se alojaba y, al pasar el canal, se encontró con que Eleazar estaba leyendo a la orilla.
    -¿Qué, ha habido suerte? -preguntó.
    -No estoy pescando.
    Lo fichó en el acto.
    Era tardísimo, y el último curioso que estuvo de visita ya había abandonado la tienda de lona. El propietario contó la ganancias del día y se largó, dejando a Eleazar a solas en la oscuridad, en aquel mundo de cera. Eleazar retiró la última colilla del suelo y sacó del bolsillo un trapo para quitar el polvo. Tembloroso, limpió el cuerpo  moreno y magro de Hiawatha; tembloroso acarició las pálidas mejillas de Charlie Peace; tembloroso, quitó el polvo del cuello de era de Circe.
    -Se te olvida mi pantorrilla izquierda -dijo  Hiawatha.
    -Se te olvidó mi labio superior -dijo Charlie Peace.
    -Se te olvida mi hombro derecho -dijo la tentadora.
Pasmado. Eleazar contempló las figuras de cera.
    -Ya me has oído -dijo Hiawatha.
    -Ya me has oído -dijo Charlie Peace.
    -Ya me has oído -dijo la tentadora.
    Eleazar se quedó boquiabierto, mirando en derredor. La entrada de la tienda estaba muy lejos. no había forma de escapar.
    -La pantorrilla -dijo Hiawatha.
    -El labio -dijo Charlie Peace.
    -El hombro -dijo Circe.
    Tembloroso, Eleazar pasó el trapo de quitar el polvo por la pantorrilla de fuertes músculos; tembloroso acarició el labio fruncido; tembloroso quitó el polvo del hombro de cera.
    -Eso está mucho mejor -dijo Hiawatha- ¿Ves?- añadió a modo de disculpa.
    -Yo antes corría mucho, y uno quiere tener las pantorrillas bien limpias ¿no?
    -Yo suelo gruñir en abundancia -dijo Charlie Peace.
    -A mí se me dan muy bien las tentaciones -dijo la tentadora-, aunque la verdad debo estar perdiendo mi capacidad de fascinación, y mis hombros ya no son los que eran. Una vez me  mordieron uno en Aberdare.
    -Me acuerdo de aquella noche -dijo Hiawatha-.Alguien me encasquetó un sombrero viejo.
    -Me acuerdo bien de aquella noche -comentó el asesino- en que de niño la clavé una aguja a mi nodriza.Era una aguja de zurcir,
    -Recuerdo haber perseguido a Minnehaha por los rápidos -dijo Hiawatha-, se ponía muy enfurruñada cuando yo la llamaba Agua Que Ríe.
    -Recuerdo los ojos verdemar de Jasón.-dijo Circe.
    Eleazar no recordaba nada, Sus primeros temores habían desaparecido, y los sustituyó una amistosa curiosidad. Preguntó con suma cortesía si todo iba bien en estado de cera.
    -Desde luego -dijo Hiawatha-,yo tengo bien poco de qué quejarme. Hay mucho que decir en favor de ser figura de cera, Se tienen muy pocos problemas. Es difícil sufrir heridas. La flecha más  afilada podía hacerme muy poca cosa, una muesca momentánea que enseguida rellenarían de cera comprada en cualquier parte. Yo jamás dejo de maravillarme de que no haya más gente que comprenda las ventajas que tiene esta vida en cera.
    -¿Y usted, señora? -preguntó Eleazar.
    -Yo sigo teniendo deseos de tentar -repuso la tentadora-,deseos   que no puedo dominar. Y todavía recuerdo aquellos condenados ojos verdemar.
    -El asesinato como profesión...-empezó a decir Charlie Peace.
    -Henry Wadsworth...-comenzó Hiawatha.
    -La historia de la tentación...-comenzó la tentadora.
    Y de repente las tres figuras de cera se quedaron quietas. Eleazar siguió su paso por la tienda.
    -Eleazar -dijo un simio.
    -¿Señor? -contestó Eleazar,
    -La vida -dijo el simio- es un misterio interminable. Nacemos, sí. ¿Por qué hemos nacido? Morimos. La razón es evidente. La vida corpórea es breve, y las venas son incapaces de llevar una provisión de sangre interminable.
    Eleazar había seguido su camino, pero el simio alzó la mano´
    -Alto -dijo el simio-. Piensa en el hombre de carne y hueso y piensa en el hombre de cera. El hombre de cera lo tiene todo resuelto; está hecho con habilidad, no siente ni padece; dispone de una casa en una hermosa tienda impermeable, o en el interior de un edificio amplio e higiénico. Le visten, cepillan y limpian; está en el punto de mira de todos los ojos. Piensa en las oportunidades de que goza para estudiar la mentalidad de sus vecinos los hombres. Día tras día, los hombres pegan sus caras a la mía; veo los ojos de los hombres, escucho sus conversaciones. El hombre de cera es inmutable, carece de prejuicios, es un observador de la comedia humana al que n o afectan las emociones.
    -Señor -dijo Eliazar- habla usted muy bien para ser un simio.
    -Eleazar -dijo el simio-, sólo llevo un par de días en este cuerpo de cera. Yo  era el último dependiente.
    -Dime -dijo Eleazar-, ¿tienes frío?
    -No, ni frío ni calor.
    -¿Tienes hambre?
    -No, ni hambre ni sed. No siento nada, no deseo nada, soy perpetuamente feliz.
    -Eleazar se quitó la chaqueta y los pantalones.
    -Hacedme sitio- dijo Eliazar.
    A la mañana siguiente, el propietario llamó a la  agencia de empleo y pidió un chaval avispado.
    -Es preciso que sea cuidadoso -añadió-, pues mi colección de figuras de cera se acaba de ampliar gracias a una nueva figura, muhy cara que me han obsequiado.
-¿Se trata de una figura histórica?
    -No,no dijo el propietario-. Es la figura de un druida galés que viste una larga camisa blanca.    
       

    
     
  


Dylan Thomas, Cuentos Completos, 530 pp.,Traducción: Miguel Martínez Lage. Nórdica 2022

martes, 6 de diciembre de 2022

Navidad 2022 con Joseph Brodsky

 

UNO DE ENERO DE 1965

Los Reyes Magos olvidarán tu dirección.
No habrá estrellas sobre tu cabeza.
Acaso sólo el bronco bramido del viento
entiendas como en otros tiempos.
A tus hombros cansados les quitarás la sombra,
pues el calendario nos promete
mas días que velas.

¿Qué es esto?¿Tristeza? Tal vez sea tristeza.
Una canción que te sabes de memoria.
Que se repite. Pues que se repita.
Que se repita desde ahora.
Que suene también a la hora de la muerte,
como gratitud de labios y ojos, 
hacia lo que, a veces, nos obliga
a perder la mirada en la lejanía.

Y mirando en silencio al techo
porque el calcetín, claro, está vacío,
comprenderás que la avaricia sólo es garantía
de que eres demasiado viejo.
De que ya es tarde para creer en  milagros.
Y alzando tu mirada al cielo,
sentirás de repente que tú mismo
eres un regalo sincero.     Enero 1965

Joseph Brodsky,"Poemas de Navidad",Visor,2006 




lunes, 7 de noviembre de 2022

A. CHÉJOV Fiesta de Reyes



"Ese verano Antón andaba en busca de un nuevo tipo  de relato que evocara la futilidad de las palabras y los pensamientos. En  1886 escribió mucho menos que en 1885, pero se estaba preparando para la auténtica maestría que su prosa alcanzaría el año siguiente"p.187, D.Rayfield

                

Isaak Levitán 


 LA HELADA


    El día de Reyes se había organizado en N, capital de provincia, una fiesta "popular"con fines benéficos. Se había elegido la parte ancha del río, entre el mercado y la sede episcopal, se habían cercado con una cuerda, abetos y banderas, y de había dispuesto todo  lo necesario para patinar, montar en trineo y practicar el descenso. Todo se había hecho a la mayor escala posible. Los carteles eran enormes y prometían no pocas diversiones: patinaje, una banda militar, lotería sin perdedores, iluminación eléctrica, etcétera. Pero una fuerte helada estaba a punto de echar abajo todos los preparativos. Desde la víspera la temperatura había caído a veintiocho grados bajo cero y además soplaba viento; se pensó en posponer la fiesta, pero se renunció a ello porque el público la esperaba con impaciencia desde hacía mucho tiempo y no quería oír hablar de aplazamientos.
    -¡Vamos, si estamos en invierno, es normal que nieve! -le aseguraban las damas al gobernador, partidario del aplazamiento-. ¡Si alguien tiene frío puede calentarse en cualquier parte!
    Los árboles, los caballos y las barbas estaban blancos de escarcha; hasta el aire parecía crujir, incapaz de soportar el frío, pero a pesar de todo, poco después de la bendición del agua, algunos policías ateridos estaban ya en la pista de patinaje y a la una en punto empezó a tocar la banda militar.
    A las cuatro de la tarde, cuando la fiesta estaba en su máximo apogeo, la buena sociedad del lugar se reunió para calentarse en el pabellón del gobernador, levantado a la orilla del río. Se encontraban allí el viejo gobernador con su esposa, el obispo, el presidente del tribunal, el director del instituto y ,muchas otras autoridades. Las damas estaban sentadas en sillones, mientras los caballeros se habían agrupado en torno a la ancha puerta de vidrio y veían cómo la gente patinaba.
    -Ah, Dios santo -dijo el obispo perplejo-. ¡Qué notas sacan con los pies! ¡Je,je,je! Un cantante no haría con su voz lo que estos granuja con los pies...¿
¡Ah, va a matarse!
-Es Smírnov...Es Grúzdiev -decía el director de Instituto, nombrando a los alumnos que pasaban a toda velocidad junto al pabellón.
    -¡No se da por vencido! -dijo el gobernador, echándose a reír-. Miren señores, ahí está nuestro alcalde...Viene hacia aquí. qué desgracia:¡nos va a marear con su charla!
    Desde la otra orilla se acercaba al pabellón, sorteando a los patinadores, un anciano pequeño y delgado con una pelliza de piel de zorro desabotonada y un gorro de gran tamaño. Era el alcalde, el comerciante Yereméiev, un millonario natural de N. Con los brazos separados y encogido de frío, brincaba y golpeaba un chanclo, con otro; era evidente que se dirigía a toda prisa a un lugar donde protegerse del viento. A medio camino se dobló de pronto, se deslizó detrás de una dama y le tiró de la manga. Cuando esta se dio la vuelta, el alcalde se echó a un lado y, visiblemente satisfecho el viejecito por haber conseguido asustarla, estalló en ruidosas y seniles carcajadas.
    -¡Es muy vivo, el viejecito! -dijo el gobernador-. Lo que me sorprende es que aún no se haya puesto los patines.
    Al acercarse al pabellón, el alcalde ensayó un ligero trotecillo, empezó a agitar los brazos y, tomando impulso, se deslizó con sus enormes chanclos hasta la entrada.
    -¡Yegor Ivanich, debería comprarse unos patines! -le dijo el gobernador, saliendo a su encuentro.
    -¡Ya lo estoy pensando! -respondió él con una voz chillona y algo gangosa, quitándose el gorro-.¡Mis respetos excelencia! ¡Saludos, monseñor!¡Y a todos ustedes, señores, larga vida!¡Menuda helada! ¡Esto sí que es frío, Dios bendito! ¡Nos vamos a morir! -haciendo guiños con sus párpados rojos de frío, Yegor Ivánich golpeó el suelo con los chanclos y empezó a darse manotazos por todo el cuerpo, como un cochero aterido.-¡Maldita helada! ¡Hace un tiempo de perros! -siguió diciendo con una amplia sonrisa-. ¡Un verdadero suplicio!
    -Es bueno para la salud -comentó el gobernador-. El frío fortalece al hombre, lo revigoriza.
    -Es posible que sea sano, pero estaríamos mejor sin él -dijo el alcalde, secándose la perilla con un pañuelo rojo-. ¡Qué se quede con Dios! Soy de la opinión, excelencia, de que el Señor nos lo envía como castigo. En verano pecamos y en invierno expiamos la culpa...¡Sí! -Yegor Ivánich dirigió una rápida mirada a su alrededor y juntó las manos-. Pero ¿dónde puede uno calentarse? -preguntó dirigiendo una mirada asustada primero al gobernador y luego al obispo-.¡Excelencia!¡Monseñor! ¡Apuesto a que las señoras están tan ateridas como nosotros!¡Se necesitaría algo!¡No podemos seguir así!
    Todos empezaron a agitar los brazos, diciendo que no habían ido a patinar para calentarse, pero el alcalde, sin prestar atención, abrió la puerta  y llamó a alguien con el dedo. Acudieron un obrero y un bombero.
    -Id corriendo a casa de Sabatin -farfulló- y decidle que nos envíe lo antes posible...¿Cómo se llama? ¿Cómo es? En fin decidle que envíe diez vasos de vino caliente...el más caliente que tenga o ponche...
    En el pabellón se oyeron algunas risas.
    -¡Ya ha encontrado con qué agasajarnos!
    -No será más que un trago...-balbució el alcalde-.Entonces diez vasos...Bueno y también benedictino...y que ponga a calentar dos botellas de vino tinto...¿Y para las mujeres? Bueno, dile que nos mande unos bollos, nueces...y algunos caramelos...¡En marcha!¡Daos prisa!
    El alcalde guardó silencio durante un minuto y a continuación siguió echando pestes del frío, al tiempo que daba palmadas y golpeaba el suelo con los pies.
    -No, Yegor Ivánich -trataba de persuadirle el gobernador-,no blasfeme: el frío de Rusia tiene su encanto. Hace poco leí que muchas buenas cualidades del pueblo ruso se deben a la inmensidad de los espacios y al clima, a la dura batalla por la existencia...¡Es absolutamente cierto!
    -Tal vez lo sea excelencia, pero sin él estaríamos mejor. No hay duda de que el frío expulsó a los franceses, favorece la congelación de toda clase de alimentos y permite a los niños patinar...¡Todo eso es verdad!Para la persona bien alimentada y con buenas ropas, el frío no es más que un placer, pero para el obrero, el mendigo, el peregrino o el inocente es el colmo de los males y de las calamidades.¡Una desgracia, una desgracia monseñor! Este frío hace la pobreza dos veces mas dura, vuelve al ladrón más astuto y al malvado más cruel. ¡Para qué hablar! Yo ya he llegado a los setenta y tengo un abrigo de piel, una estufa, ron y toda clase de ponches. Poco  me importa ahora el frío, no le presto la menor atención, no quiero saber nada de él. Pero antes ¡VirgenSanta!¡Tiemblo sólo de pensarlo! Con los años mi memoria se ha debilitado y lo he olvidado todo: los enemigos, los pecados, los infortunios de toda índole; lo he olvidado todo, pero el frío bien que me acuerdo. Después de la muerte de mi madre me quedé como un diablillo abandonado, como un huérfano sin hogar...No tenía familiares ni allegados, vestía pobres harapos, pasaba hambre, carecía de techo; en una palabra, no tenemos aquí morada permanente, pero andamos en busca de la venidera. Entonces se me presentó la oportunidad de servir de guía a una anciana por cinco copeks al día...Las heladas eran crueles, rabiosas. en cuanto salía de casa con la vieja empezaba el martirio.¡Dios mío! Al principio temblaba como si tuviera fiebre, me encogí, saltaba; luego me empezaban a doler los oídos, los dedos y los pies. Era como si me los estuvieran apretando con unas tenazas.Pero todo eso tenía poca importancia; era una nadería, una bagatela. Lo malo era cuando todo el cuerpo se helaba, Después de tres horas caminando en medio del frío, Señor, se pierde toda apariencia humana. Las piernas se endurecen, el pecho se agarrota, el viento se entumece y sobre todo se siente un dolor en el corazón como no hay otro. Ese malestar se vuelve insoportable y todo el cuerpo se arrastra tristemente, como si en lugar de una anciana llevaras de la mano a la misma muerte, Te quedas entorpecido y rígido como una estatua, avanzas y tienes la impresión de que no eres tú quien camina, sino que otra persona mueve tus pies. Una vez que el alma se hiela, una es capaz de cualquier cosa: de dejar al vieja sin guía, de sustraer un bollo de una cesta, de pelearse con alguien. ¡Y la situación apenas mejora cuando, después de tantas horas a la intemperie, pasas la noche bajo techo! En lugar de dormir, lloras hasta la media noche, sin saber siquiera la razón de tu llanto... 
    -Vamos a patinar un poco antes de que anochezca -dijo la esposa del gobernador, a la que había aburrido aquel relato ¿Quién viene conmigo?
    La mujer salió acompañada de casi todos los presentes. Solo quedaron en el pabellón el gobernador, el obispo y el alcalde.
    -¡Reina de los Cielos!¡Y el día que me colocaron como dependiente en una pescadería! -continuó Yegor Ivánich, levantando tanto las manos que la pelliza de piel de zorro se abrió-. Entré en la tienda al amanecer...a las nueve estaba ya completamente helado, tenía el morro azul y los dedos tan agarrotados que no podía desabrochar un botón o contar el dinero. Mientras estaba allí de pie, entumecido de frío pensaba: "Señor, ¿voy a tener que seguir así hasta la tarde?". A la hora de la comida tenía el vientre rígido y me dolía el corazón...¡Sí! Cuando más tarde adquirí mi propio negocio, la vida tampoco mejoró. Unas heladas impresionantes, una tienda parecida a una ratonera, corrientes de aire en cualquier rincón; tenía una pelliza desarrapada y toda sarnosa, perdónenme la palabra, que abrigaba menos que una piel de pez y dejaba pasar el viento...Cuando tienes el cuerpo aterido, te aturdes y te vuelves más duro que el hielo: a uno le tiras de la oreja hasta casi arrancársela, a otro le das un capón, miras al cliente como si fuera un malhechor o una bestia salvaje, y tratas de desollarlo; y cuando vuelves a casa por la tarde, en lugar de irte a dormir, descargas tu mal humor en la familia, reprochándole el pan que come, dando voces y perdiendo hasta tal punto los estribos que ni siquiera cinco agentes bastarían para reducirte. El frío te hace malo y te lleva a beber vodka más allá de toda medida -Yegor Ivánich juntó las manos y continuó-: ¡Y qué decir de la época en que transportábamos pescado a Moscú!¡Virgen Santa! 
    Y empezó a describir, con voz entrecortada, las privaciones que padeció con sus dependientes cuando trasportaba pescado a Madrid.
    ¡Sí! -dijo el gobernador con un suspiro-, es increíble lo que puede soportar el ser humano! Usted, Yegor Ivánich, llevaba pescado a Moscú y yo en  mis tiempos fui a la guerra. Recuerdo un caso extraordinario...
    Y el gobernador contó cómo, en el trascurso de la última guerra ruso-turca, en una noche glacial, el destacamento a que pertenecía pasó trece horas inmóvil en medio de la nieve, bajo un viento cortante; los soldados, temiendo que los descubrieran, no habían encendido fuego, guardaban silencio y no se movían; estaba prohibido fumar...
    Empezaron a evocar distintos recuerdos.El gobernador y el alcalde daban muestras de vivacidad y animación e, interrumpiéndose uno a otro, se pusieron a rememorar sus vivencias. El obispo contó que, cuando era sacerdote en Siberia, se desplazaba en un trineo tirado por perros; un día de intenso frío se quedó dormido, se cayó del trineo y estuvo a punto de morir helado; cuando los tungusos dieron la vuelta y lo encontraron estaba más muerto que vivo. Luego, como si se hubieran puesto los tres de acuerdo, los ancianos callaron, se sentaron muy cerca unos de otros y se quedaron pensativos.
    -¡Ah! -murmuró el alcalde-.Se diría que ha llegado el momento del olvido, pero cuando ves a los aguadores, a los escolares y a los presos con sus pobres uniformes, todo vuelve a la memoria. Fíjense en esos músicos que están tocando ahí fuera. Seguro que les duele el corazón, tienen el vientre rígido y los instrumentos pegados a los labios por el hielo...Tocan y piensan:"Virgen santísima, ¡aún tenemos que pasar tres horas a la intemperie!".
    Los ancianos se sumieron en sus propias reflexiones. Pensaban en  que, más allá del nacimiento, el rango, la riqueza y el conocimiento, había algo que acercaba el último mendigo a Dios: la debilidad, el dolor, la paciencia...
    Entre tanto el aire adquirió una tonalidad azulada...La puerta se abrió y en el pabellón entraron dos criados de Sebatin llevando platos y una tetera de gran tamaño envuelta en un paño. Cuando los vasos estuvieron llenos y por la estancia se expandió el intenso olor de la canela y del clavo, la puerta volvió a abrirse, dejando pasar a un joven inspector de policía sin bigote, con la nariz purpúrea, todo cubierto de escarcha. Se acercó al gobernador y, llevándose la mano a la visera, dijo:
    -Su excelencia la gobernadora me ha pedido que les informe que ha vuelto a casa.
    Viendo los dedos del inspector, ateridos y separados en la visera, así como su nariz, sus ojos empañados y su capuchón cubierto de blanca escarcha a la altura de la boca, todos sintieron por alguna razón, que debía de dolerle el corazón, que tenía el vientre rígido y el alma embotada...
    -Escuche -dijo el gobernador con voz vacilante-, ¡bébase  un vaso de vino caliente!
    -Vamos, vamos...¡tómatelo! -dijo el alcalde con un gesto de la mano-.¡No te de vergüenza!
    El inspector cogió el vaso con ambas manos, se alejó unos pasos y, tratando de no hacer ruido, se puso a beber ceremoniosamente, a pequeños sorbos.Mientras tragaba con aire turbado, los ancianos lo miraban en silencio, figurándose que el dolor desaparecía del corazón del inspector y su alma se volvía más ligera. El gobernador lanzó un suspiro:
    -¡Es hora de volver a casa! -dijo poniéndose en pie-.¡Adiós! Escuche añadió dirigiéndose al inspector-, dígale a los músicos que...dejen de tocar y pídale de mi parte a Pável Semiónovich que les envíe cerveza o vodka.
    El gobernador y el obispo se despidieron del alcalde y salieron del pabellón.
    Yegor Ivánich se sirvió vino caliente y, mientras el inspector apuraba su vaso, tuvo tiempo de contarle muchas cosas interesantes. No sabía estar callado.         

                                    1887, Gaceta de San Petersburgo,( firma Chejonte (traducción                                                                     Víctor Gallego Ballestero) 




Anton Chéjov, Cuentos completos, [1887-1893] Páginas de Espuma, 2015
 D.Rayfield, Antón Chéjov Una vida,Plot,1922


miércoles, 30 de marzo de 2022

César Vallejo "TRILCE"/ Cien Años



1922-2022, Cien años de la publicación de Ulises de Joyce, de La Tierra Baldía de T.S.Eliot y  de Trilce de César Vallejo. Trilce fue vanguardia  acarreaba siglos de poesía y fue surrealista antes del Manifiesto de 1924.Los versos de Vallejo brillan  como recién escritos y sacuden zarandean conmocionan con su  temblor sin retórica de misterio radicalmente humano. 



                                                        
                                           I

Quién hace tanta bulla y ni deja 
testar las islas que van quedando.

Un poco más de consideración
en cuanto será tarde, temprano,
y se aquilatará mejor
el guano, la simple calabrina tesórea
que brinda sin querer,
en el insular corazón,
salobre alcatraz, a cada hialóidea
grupada.

Un poco más de consideración,
y el mantillo líquido, seis de la tarde
DE LOS MÁS SOBERANOS BEMOLES.

Y la península párase
por la espalda, abozaleada, impertérrita
en la línea mortal del equilibrio.

                                            II

Tiempo, Tiempo.

Mediodía estancado entre relentes.
Bomba aburrida del cuartel achica
tiempo tiempo tiempo tiempo.

Era Era.

Gallos cancionan escarbando en vano.
Boca del claro día que conjuga
era era era era.

Mañana Mañana.

El reposo caliente aún de ser.
Piensa el presente guárdame para
mañana mañana mañana mañana.

Nombre Nombre

¿Qué se llama cuando heriza nos?
Se llama lo mismo que padece
nombre nombre nombre nombrE.

                                   III

Las personas mayores
¿a qué hora volverán?
Da las seis el ciego Santiago
y ya está muy oscuro

Madre dijo que no demoraría.

Aguedita,Nativa, Miguel,
cuidado con ir por ahí, por donde
acaban de pasar gangueando sus memorias
dobladoras penas,
hacia el silencioso corral, y por donde
las gallinas que se están acostando todavía,
se han espantado tanto.
Mejor estemos aquí no más.
Madre dijo que no demoraría.

Ya no tengamos pena. Vamos viendo
los barcos ¡el mío es más bonito de todos!
con los cuales jugamos todo el santo día,
sin pelearnos, como debe ser:
han quedado en el pozo de agua, listos,
fletados de dulces para mañana.

Aguardemos así, obedientes y sin más
remedio, la vuelta, el desagravio
de los mayores siempre delanteros
dejándonos en casa a los pequeños, 
como si también nosotros
                                        no pudiésemos partir.

Aguedita, Nativa, Miguel?
Llamo, busco al tanteo en la oscuridad.
No me vayan a haber dejado solo,
                                        y el único recluso sea yo.

                                    LXIV
Este piano viaja para adentro
viaja a saltos alegres.
Luego medita en ferrado reposo,
clavado con diez horizontes.

 Adelanta. Arrástrase bajo túneles,
más allá, bajo túneles de dolor,
bajo vértebras que fugan naturalmente.

Otras veces van sus trompas,
lentas ansias amarillas de vivir,
van de eclipse,
y se espulgan pesadillas insectiles,
ya muertas para el trueno, heraldo de los génesis.

Piano oscuro ¿a quién atisbas
con tu sordera que me oye,
con tu mudez que me asorda?

Oh pulso misterioso.


                                    LXIII
Amanece lloviendo. Bien peinada
la mañana chorrea el pelo fino.
Melancolía está amarrada:
y en mal asfaltado oxidente de muebles hindúes,
vira, se asienta apenas el destino.

Cielos de puna descorazonada
por gran amor, los cielos de platino, torbos
de imposible.

Rumia la majada y se subraya
de un relincho andino.

Me acuerdo de mí mismo. Pero bastan
las astas del viento, los timones quietos hasta
hacerse uno
y el grillo del tedio y el jiboso codo inquebrantable.

Basta la mañana de libres crinejas
de brea preciosa, serrana,
cuando salgo y busco las once
y no son más que las doce deshoras. 


César Vallejo, Poesías completas, Visor,2008

 

jueves, 27 de enero de 2022

Hemingway "The Killers" el libro y la película



Del conocido relato The Killers  que  Hemingway escribió en 1927 Robert Siodmak rodó en 1946  una  película . El guion lo acabaron realizando  Richard Brooks y John Huston.El cuento de Hemingway de apenas unas páginas está construido con  diálogos rápidos y secos como disparos pero todo lo que no es explicito y podría considerarse la parte sumergida del iceberg de su teoría sobre la narraciones cortas lo completa un guion preciso y medido  que el director rueda y desarrolla en nueve flash-backs que iluminan y mantienen  la  tensión narrativa y la emoción.  Parece ser que Hemingway  en 1959 comentó: "It is a good picture and the only good picture ever made of a story of mine"  

The Killers  es   una obra maestra del cine negro  y ha inspirado a  realizadores posteriores como Tarantino . Es una de las primeras actuaciones de la bellísima Ava Gardner bellísima pero muy lejos de la actriz de Mogambo  y la primera de   Burt Lancaster un trapecista neoyorquino que  se inicia en el cine como "el sueco" y realiza una interpretación  que lo confirma como un inmenso actor desde el principio. 


                

Foragidos (The Killers),1946



LOS ASESINOS


La puerta de la cafetería Henry's se abrió y entraron dos hombres. Se sentaron a la barra.    
    -¿Qué desean? -les preguntó George.
    -No lo sé -dijo uno de los hombres-.¿Qué quieres comer,Al?
    -No lo sé -dijo Al-.No sé qué quiero comer.
    Estaba oscureciendo. El alumbrado se encendió al otro lado de la ventana. Los dos hombres sentados a la barra leyeron el menú. Nick Adams los observaba desde la otra punta de la barra. Estaba charlando con George cuando entraron.
    -Tomaré lomo de cerdo asado con salsa de manzana y puré de patatas -dijo el primer hombre que había hablado.
    -Todavía no está preparado.
    -Entonces, ¿por qué demonios lo pones en la carta?
    -Es la carta de la cena -les explicó George-. Se empieza a servir a las seis.
    George miró el reloj de pared que había detrás de la barra.
    -Son las cinco.
    -El reloj maraca las cinco y veinte -dijo el otro hombre.
    -Va veinte minutos adelantado.
    -Oh, al diablo con el reloj -dijo el primero-. ¿Qué tienes para comer?
    -Puedo prepararles un sándwich de lo que quieran -dijo George-. Pueden tomar huevos con jamón, huevos con beicon, hígado y beicon o un bistec.
    -Ponme croquetas de pollo con guisantes, salsa de nata y puré de patatas.
    -Eso es la cena.
    -Todo lo que pedimos es la cena, ¿eh? Ese es el truco.
    -Puedo prepararles huevos con jamón, huevos con beicon, hígado...
    -Tomaré huevos con beicon -dijo el hombre llamado Al. Llevaba un  sombrero hongo y un abrigo negro abrochado en el pecho. Tenía la cara pequeña y blanca, y los labios finos. Llevaba una bufanda de seda y guantes.
    -A mí ponme huevos con beicon -dijo el otro. era más o menos de la misma estatura que Al. Eran distintos de cara, pero iban vestidos como gemelos. Los dos llevaban abrigos demasiado ajustados. Se sentaban inclinados hacia delante, con los codos sobre la barra.
    -¿Tienes algo para beber? -preguntó Al.
    -Zarzaparrilla, cerveza sin alcohol, ginger ale.
    -Me refiero a si tienes algo para beber.
    -Lo que acabo de decirle.
    -Es caluroso este pueblo -dijo el otro-. ¿Cómo se llama?
    -Summit.
    -¿Habías oído hablar de él? -le preguntó Al a su amigo.
    -No  -dijo el amigo.
    -¿Qué hacéis aquí por las noches? -preguntó Al.
    -Cenan -dijo su amigo-.Todos vienen aquí y se pegan la gran cena.
    -Eso es -dijo George.
    -¿Así que es eso? -le preguntó Al a George.
     -Claro.
    -Eres un chico bastante listo, ¿verdad?
   -Claro -dijo George.
    -Bueno, pues no lo eres -dijo el otro hombrecillo-. ¿Lo es, Al?
    -Es tonto -dijo Al. Se volvió hacia Nick-. ¿Cómo te llamas?
    -Adams.
    -Otro chico listo -dijo Al-. ¿No es un chico listo, Max?
    -Este pueblo está lleno de chicos listos -dijo Max.
George puso los dos platos, uno de huevos con jamón y otro de huevos con beicon, sobre la barra. Al lado colocó dos platitos de patatas fritas y cerró la ventanilla que daba a la cocina.
    -¿Cuál es su plato? -le preguntó a Al.
    -¿No lo recuerdas?
    -Huevos con jamón.
    -Un chico listo -dijo Max. Se inclinó hacia delante y cogió el plato de huevos con jamón. Los dos hombres comieron con los guantes puestos. George los observó comer.
    -¿Qué estás mirando? -Max miraba a George.
    -Nada,
    -Sí que estabas mirando. Me mirabas a mí.
    -A lo mejor el chico lo hacía en broma, Max -dijo Al.George rió.
    -No te rías -le dijo Max-. No quiero verte reír, ¿entendido?
    -Muy bien -dijo George.
    -Así que piensa que todo va muy bien.- Max se volvió hacia Al-.Piensa que todo va muy bien. Esta sí que es buena.
    -Oh, es un pensador -dijo Al. Siguieron comiendo.
    -¿Cómo se llama el chico listo que hay al final de la barra? -le preguntó Al a Max.
    -Eh, chico listo -le dijo Max a Nick-. Ponte al otro lado de la barra con tu amigo.
    -¿Ocurre algo?-preguntó Nick.
    -No ocurre nada.
    -Es mejor que vayas al otro lado de la barra -dijo Al. Nick le obedeció.
    -¿Qué ocurre? preguntó Nick.
    -No ocurre nada.
    -Es mejor que vayas al otro lado de la barra -dijo Al. Nick le obedeció.
    -¿Qué ocurre? -preguntó George.
    -Nada que os interese -dijo Al-. ¿Quién es el que está en la cocina?
    -El negro.
    -¿Qué quieres decir con el negro?
    -El negro que cocina.
    -Dile que venga.
    -¿Qué ocurre?
    -Dile que venga.
    -¿Dónde se cree que está?
    -Sabemos perfectamente donde estamos -dijo el hombre llamado Max.-.¿Parecemos tontos?
    -Tú pareces tonto hablando así -dijo Al-. ¿Por qué demonios discutes con el chaval? Escucha -le dijo a George-, dile al negro que venga.
    -¿Qué van a hacerle?
    -Nada. Utiliza la cabeza, chico listo ¿Qué íbamos a hacerle a un negro?
    George abrió la ventanilla que daba a la cocina.
    -Sam -llamó-.Ven aquí un momento.
    La puerta de la cocina se abrió y entró el negro.
-¿Qué ocurre? -preguntó-. Los dos hombres de la barra le echaron un vistazo.
    -Muy bien, negro. Quédate ahí -dijo Al.
    Sam, el negro, con el delantal puesto, miró a los dos hombres de la barra.
    -Sí, señor -dijo. Al se bajó del taburete.
    -Me voy a la cocina con el negro y el chico listo -dijo-. Vuelve a la cocina, negro. Ve con él ,chico listo. -El hombrecillo se fue detrás de Nick y Sam, el cocinero, hacia la cocina. La puerta se cerró tras ellos. El hombre llamado Max estaba sentado justo delante de George. No miraba a George, sino el espejo que se extendía detrás de la barra. Henry's había sido un salón, ahora reconvertido en cafetería.
    -Bueno, chico listo -dijo Max mirando al espejo-. ¿Por qué  no dices algo?
    -¿De qué va todo esto?
    -Eh, Al -gritó Max-, el chico listo quiere saber de qué va todo esto.    
    -¿Por qué no se lo dices? -dijo la voz de Al desde la cocina.
     -¿De qué crees que va?
      -No lo sé-
    -¿Qué crees?
Max no dejaba de mirar el espejo mientras hablaba.
    -No sabría decirlo.
    -Eh, Al, el chico listo dice que no sabría decir de qué va todo esto.
    -Le oigo perfectamente -dijo Al desde la cocina.Había colocado un frasco de ketchup para dejar abierta la ventanilla que utilizaban para pasar los platos-. Escucha, chico listo -le dijo a George desde la cocina-. Aléjate un poco de la barra. Muévete un poco a la izquierda, Max. -Era como un fotógrafo reparando una foto de grupo.
    -Dime chico listo -dijo Max- . ¿Qué crees que va a ocurrir?
    George no dijo nada.
    -Te lo diré -dijo Max-. Vamos a matar a un sueco. ¿Conoces a un sueco grandote llamado Ole Andreson?
    -Sí.
    -Viene a cenar cada noche ¿verdad?
    -Si viene.
-Todo eso ya lo sabemos -dijo Max-. Habla de otra cosa.¿Alguna vez vas al cine? 
    -De vez en cuando.
    -Deberías ir más al cine. Las películas son buenas para un chico listo como tú.
    -¿Por qué van a matar a Ole Andreson? ¿Qué les ha hecho?
    -No ha tenido oportunidad de hacernos nada. Nunca nos ha visto.
    -Y sólo va a vernos una vez -dijo Al desde la cocina.
    -¿Por qué van a matarlo entonces? -dijo George.
    -Lo hacemos por un amigo. Sólo para hacerle un favor a un amigo, chico listo.
    -Cállate -dijo Al desde la cocina-.Estás abriendo demasiado esa bocaza.
    -Bueno, tengo que entretener al chico listo. ¿Verdad, chico listo?
    -Estás abriendo demasiado la bocaza -dijo Al-. El negro y mi chico listo se divierten solos. Los tengo atados como a un par de amigas en el convento.
    -¿He de suponer que estuviste en un convento?
    -Nunca se sabe.
    -Estuviste en un convento kosher. Ahí es donde estuviste.
    George miró el reloj.
    -Si entra alguien le dices que la cocina está cerrada, y si insisten les dices que tú mismo se lo prepararás. ¿Lo has entendido, chico listo? 
    -Muy bien -dijo George-. ¿Y qué hará luego con nosotros?
    -Eso dependerá -dijo Max-.Es una de esas cosas que nunca sabes hasta que llega el momento.
    George levantó la mirada hacia el reloj. Eran las seis y cuarto. La puerta de la calle se abrió. Entró un conductor de tranvía.
    -Hola, George -dijo-. ¿Puedo cenar?
    -Sam ha salido -dijo George-. Volverá en una media hora.
    -Será mejor que vaya un poco más arriba -dijo el conductor. George miró el reloj. Eran las seis y veinte.
    -Eso ha estado bien, chico listo -dijo Max-. Eres un auténtico caballerete.
    -Sabía que le volaría la cabeza -dijo Al desde la cocina.
    -No -dijo Max-. No es eso. El chico listo es muy simpático. Es un chico simpático. Me cae bien.
    -A las seis cincuenta y cinco, George dijo:
    -No va a venir.
    Habían entrado otras dos personas en la cafetería. Una vez George había entrado en la cocina y le había preparado a un hombre un sándwich de jamón y huevo "para llevar". Dentro de la cocina vio a Al, con su sombrero hongo echado para atrás, sentado en un taburete junto a la ventanilla, con la boca de una recortada apoyada en el antepecho. Nick y el cocinero estaban en un ángulo, espalda contra espalda, los dos con una toalla de mordaza.George había preparado el sándwich, lo había envuelto en papel de aceite, colocado en una bolsa y entregado al hombre, que había pagado y se había ido.
    -El chico listo puede hacer de todo -dijo Max-. Puede cocinar y todo. Con el tiempo harás feliz a alguna muchacha, chico listo.
    -¿Ah, sí? -dijo George-. Su amigo, Ole Andreson, no va a venir.
    -La daremos diez minutos -dijo Max.
    Max miró el espejo y el reloj. Las manecillas del reloj marcaron las siete, y luego las siete y cinco.
    -Vamos,Al -dijo Max-.Más  vale que nos marchemos. no va a venir.
    -Le daremos cinco minutos -dijo Al desde la cocina.
    En esos cinco minutos entró un hombre y George le contó que el cocinero estaba enfermo.
    -¿Por qué demonios no te buscas otro cocinero? -preguntó el hombre- ¿O es que no se sirven comidas? -Salió.
    -Vámonos, Al -dijo Max.
    -¿Y qué me dices de los dos chicos listos y el negro?
    -Son legales.
    -¿Te parece?
    -Claro. Todo listo.
    -No lo veo claro -dijo Al-.No me gustan los cabos sueltos. Hablas demasiado.
    -Oh, qué demonios -dijo Max-.Teníamos que divertirnos un poco, ¿no?
    -De todos modos, hablas demasiado -dijo Al. Salió de la cocina. Los cañones recortados de la escopeta le formaban un pequeño bulto bajo la cintura de su abrigo demasiado ceñido. Se alisó el abrigo con las manos enguantadas.
    -Hasta luego, chico listo -le dijo a George-. Has tenido suerte.
    -Es verdad -dijo Max-. deberías apostar a las carreras.
    Los dos salieron por la puerta. George los observó por la ventana, mientras pasaban bajo la lámpara de arco y cruzaban la calle. Con sus abrigos tan ceñidos y sus sombreros hongo parecían de una compañía de vodevil. George entró en la cocina por las puertas batientes y desató a Nick y al cocinero.
    -No quiero volver a pasar por esto -dijo Sam, el cocinero- No quiero volver a pasar por esto.
    Nick se puso en pie. Nunca había tenido una toalla en la boca.
    -Cuenta -dijo-.¿Qué demonios pasaba? -Intentaba quitarse el susto asumiendo un aire de arrogancia.
    -Querrían matar a Ole Andreson -dijo George-. Iban a dispararle cuando entrara a comer.
    -¿Ole Andreson?
    -Eso mismo.
El cocinero se pasó los pulgares por las comisuras de ,los labios.
    -¿Se han ido? -preguntó.
    -Sí -dijo George- Ahora se han ido.
    -No me gusta -dijo el cocinero-. Esto no me gusta nada.
    -Escucha -le dijo George a Nick-. Es mejor que vayas a ver a Ole Andreson.
    -Muy bien.
    -Es mejor que no te metas en esto -dijo Sam, el cocinero-. Es mejor que te quedes al margen.
    -No vayas si no quieres- dijo George.
    -Meterte en esto no te va a llevar a nada -dijo el cocinero- Mantente al margen.
    -Iré a verlo -le dijo a Nick George-. ¿Dónde vive? El cocinero miró hacia otro lado.
    -Los muchachos siempre saben lo que quieren -dijo.
    -Vive en la pensión de Hirsch -le dijo George a Nick.
    -Iré hasta allí.
    En la calle, la lámpara de arco brillaba a través de las ramas desnudas de un árbol. Nick recorrió la calle junto a los raíles del tranvía, y en la siguiente farola tomó una calle lateral. Tres casas más arriba estaba la pensión de Hirsch. Nick subió los dos peldaños y llamó al timbre. Una mujer apareció en la puerta.
    -¿Está Ole Andreson?
    -¿Quieres verle?
    -Sí, si está.
    Nick siguió a la mujer por un tramo de escaleras y hacia el final de unn pasillo. Llamó a la puerta.
    -¿Quién es?
    -Alguien quiere verle, señor Andreson -dijo la mujer.
    -Soy Nick Adams.
    -Entra.
    Nick abrió la puerta y entró en la habitación. Ole Andreson estaba echado en la cama vestido. Había sido boxeador profesional y la cama le quedaba pequeña. Tenía dos almohadones bajo la cabeza. No miró a Nick.
    -¿Qué hay? -preguntó.
    -Estaba en Henry's -dijo Nick- y llegaron dos tipos que nos ataron a mí y al cocinero y dijeron que iban a matarle.
    Sonó estúpido cuando lo contó. Ole Andreson no dijo nada.
    -Nos metieron en la cocina -añadió Nick-. Iban a matarlo cuando entrara a cenar.
    Ole Andreson miraba la pared y no decía nada.
    -George pensó que era mejor que se lo dijera.
    -No puedo hacer nada al respecto -dijo Ole Andreson.
    -Le diré cómo eran.
    -No quiero saber cómo eran -dijo Ole Andreson-. Miraba la pared-.Gracias por venir a contármelo.
    -No hay de qué.
    Nick miró aquel hombre grande echado en la cama.
    -¿No quiere que vaya a avisar a la policía?
    -No -dijo Ole Andreson-.Eso no serviría para nada.
    -¿Hay algo que pueda hacer?
    -No. No se puede hacer nada.
    -A lo mejor era un farol.
    Ole Andreson se puso de lado, cara a la pared.
    -Lo que pasa -dijo hablándole a la pared- es que no me decido a salir. llevo todo el día aquí.
    -¿No podría irse del pueblo?
    -No -dijo Ole Andreson-.Se me ha acabado el ir de un lado para otro.-Miraba la pared-. Ahora ya no se puede hacer nada.
    -¿No puede arreglarlo de alguna manera?
    -No. Me metí donde no debía.-Hablaba con una voz sin inflexiones-. No se puede hacer nada. Dentro de un rato me decidiré a salir.
    -Será mejor que vuelva con George -dijo Nick.
    -Hasta luego -dijo Ole Andreson. No miró a Nick-.Gracias por venir.
    Nick salió. Mientras cerraba la puerta vio a Ole Andreson con la ropa puesta, echado en la cama mirando a la pared.
    -Lleva todo el día en su habitación -dijo la patrona cuando Nick llegó abajo-. Supongo que no se encuentra bien. Le he dicho:"Señor Andreson, debería salir y dar un paseo, con el bonito día de otoño que hace", pero no le apetecía.
    -No quiere salir.
    -Lamento que no se encuentre bien -dijo la mujer-. Es un hombre agradabilísimo. Era boxeador ¿sabe?
    -Ya lo sabía.
    -Si no fuera por cómo tiene la cara nadie lo diría -dijo la mujer. Charlaban al lado de la puerta de la calle-. Es tan amable.
    -En fin, buenas noches, señora Hirsch- dijo Nick.
    -Yo no soy la señora Hirsch -dijo la mujer-. Ella es la propietaria de la pensión. Yo sólo soy la encargada. soy la señora Bell.
    -Pues buenas noches, señora Bell -dijo Nick.
    -Buenas noches -dijo la mujer.
    Nick subió la calle hasta la esquina bajo la luz de la farola, y luego siguió los railes del tranvía hasta Henry's. George estaba dentro, detrás de la barra.
    -¿Has visto a Ole?
    -Sí -dijo Nick-. Está en su habitación y no piensa salir.
    El cocinero abrió la puerta de la cocina cuando oyó la voz de Nick.
    -Ni siquiera pienso escucharos -dijo y cerró la puerta.
    -¿Se lo contaste? -preguntó George.
    -Claro. Se lo dije, pero ya está al corriente de todo.
    -¿Qué pìensa hacer?
    -Nada.
    -Lo matarán,
    -Supongo que sí.
    -Debió de andar metido en algo en Chicago.
    -Imagino -dijo Nick.
    -Mal asunto. 
    -Muy malo -dijo Nick.
    Se quedaron callados y George cogió una balleta y limpió la barra.
    -¿Qué haría? -dijo Nick.
    -Traicionar a alguien. Por eso quieren matarlo.
    -Voy a tener que irme de este pueblo -dijo Nick.
    -Sí -dijo George-. No es mala idea.
    -No soporto pensar que está en su habitación esperando y sabiendo que van a cogerle. Es algo horrible.
    -Bueno -dijo George-. Mejor no pienses en ello.