"¿Sabe usted cómo escribo yo mis cuentos? -le dijo a Korolenko, el periodista y narrador radical, cuando acababan de conocerse- Así." Echó una ojeada a la mesa -cuenta Korolenko- tomó el primer objeto que encontró, que resultó ser un cenicero, y poniéndomelo delante dijo: " Si usted quiere mañana tendrá un cuento. Se llamará El cenicero."Y en aquel mismo instante le pareció a Korolenko que aquel cenicero estaba experimentando una transformación mágica: "Ciertas situaciones indefinidas, aventuras que aún no habían hallado una forma concreta, estaban empezando a cristalizar en torno al cenicero". V.NABOKOV/"Chéjov"


"¿Has visto alguna vez un montaje realmente hermoso de, digamos, "El jardín de los cerezos"? No me digas que sí. Nadie lo ha visto. Puede que hayas visto "montajes inspirados, montajes eficaces", pero nunca algo hermoso. Nunca una versión en la cual todos los que salen al escenario estén a la altura del talento de Chéjov, matiz por matiz, carácter por carácter."-J.D.Salinger

Letras Libres: 17 enero 2020 ***Feliz cumpleaños,Anton Chéjov

martes, 3 de diciembre de 2019

Navidad 2019







Joseph Brodsky hizo con  prodigios  los versos de Navidad de 1989


                     Rembrandt, 1646, La adoración de los pastores


Imagina a tres Reyes, la procesión de sus caravanas hacia el portal; o mejor, tres rayos que alcanzan la estrella,el crujido de su carga, el sonido de las campanillas (en el azul espeso, el Niño aún no cuenta 
con el eco de una gran campana).Imagina que el Señor en el Hijo del Hombre por vez primera  se reconoce a Sí mismo, a una distancia remota,en las tinieblas:un vagabundo en otro vagabundo. 



Joseph Brodsky, Poemas de Navidad, Visor

domingo, 29 de septiembre de 2019

Gabriel García Márquez "Un día de estos"





García Márquez aplica con precisión y mucho talento la idea del "iceberg" de  Hemingway a un breve texto cargado de electricidad que se dilata y completa  en la parte sumergida.




Un día de éstos


El lunes amaneció tibio y sin lluvia. Don Aurelio Escovar, dentista sin título y buen madrugador, abrió su gabinete a las seis. Sacó de la vidriera una dentadura postiza montada aún en el molde de yeso y puso sobre la mesa un puñado de instrumentos que ordenó de mayor a menor, como en una exposición.Llevaba una camisa a rayas, sin cuello, cerrada arriba con un botón dorado, y los pantalones sostenidos con cargadores elásticos. Era rígido, enjuto, con una mirada que raras veces correspondía a la situación, como la mirada de los sordos.
Cuando tuvo las cosas dispuestas sobre la mesa rodó la fresa hacia el sillón de resortes y se sentó a pulir la dentadura postiza. Parecía no pensar en lo que hacía pero trabajaba con obstinación, pedaleando en la fresa incluso cuando no se servía de ella.
Después de las ocho hizo una pausa para mirar el cielo por la ventana y vio dos gallinazos pensativos que se secaban al sol en el caballete de la casa vecina. Siguió trabajando con la idea de que antes del almuerzo volvería a llover. La voz destemplada de su hijo de once años lo sacó de su abstracción.
-Papá.
-Qué.
-Dice el Alcalde que si le sacas una muela.
-Dile que no estoy aquí. 
Estaba puliendo un diente de oro. Lo retiró a la distancia del brazo y lo examinó con los ojos a medio cerrar. En la salita de espera volvió a gritar su hijo.
-Dice que estás porque te está oyendo. 
El dentista siguió examinando el diente. sólo cuando lo puso en la mesa con los trabajos terminados,dijo:
-Mejor.
Volvió a operar la fresa. De una cajita de cartón donde guardaba las cosas por hacer, sacó un puente de varias piezas y empezó a pulir el oro.
-Papá.
-Qué.
Aún no había cambiado de expresión.
-Dice que si no le sacas la muela te pega un tiro.
Sin apresurarse, con un movimiento extremadamente tranquilo, dejó de pedalear en la fresa, la retiró del sillón y abrió por completo la gaveta inferior de la mesa. Allí estaba el revólver.
-Bueno -dijo-.Dile que venga a pegármelo.
Hizo girar el sillón hasta quedar de frente a la puerta, la mano apoyada en el borde de la gaveta. El Alcalde apareció en el umbral. Se había afeitado la mejilla izquierda, pero en la otra, hinchada y dolorida, tenía una barba de cinco días. El dentista vio en sus ojos marchitos muchas noches de desesperación. Cerró la gaveta con la punta de los dedos y dijo suavemente:
-Siéntese.
-Buenos días -dijo el Alcalde.
-Buenos -dijo el dentista.
Mientras hervían los instrumentos, el alcalde apoyó el cráneo en el cabezal de la silla y se sintió mejor. Respiraba un olor glacial. Era un gabinete pobre: una vieja silla de madera, la fresa de pedal y una vidriera con pomos de loza. Frente a la silla, una ventana con  un cancel de tela hasta la altura de un hombre. Cuando sintió que el dentista se acercaba, el Alcalde afirmó los talones y abrió la boca. Don Aurelio Escovar le movió la cara hacia la luz. Después de observar la muela dañada, ajustó la mandíbula con una cautelosa presión de los dedos.
-Tiene que ser sin anestesia -dijo.
-¿Por qué? 
-Porque tiene un absceso.
El Alcalde lo miró a los ojos. "Está bien", dijo, y trató de sonreír. El dentista no le correspondió. Llevó a la mesa de trabajo la cacerola con los instrumentos hervidos y los sacó del agua con unas pinzas frías, todavía sin apresurarse. Después rodó la escupidera con la punta del zapato y fue a lavarse las manos en el aguamanil. Hizo todo sin mirar al Alcalde. Pero el Alcalde no lo perdió de vista.
Era un cordal inferior. El dentista abrió las piernas y apretó la muela con el gatillo caliente. El Alcalde se aferró a las barras de la silla, descargó toda su fuerza en los pies y sintió un vacío helado en los riñones, pero no soltó un suspiro. El dentista sólo movió la muñeca. Sin rencor, más bien con una amarga ternura,dijo:
-Aquí nos paga veinte muertos, teniente.
El Alcalde sintió un crujido de huesos en la mandíbula y sus ojos se llenaron de lágrimas. Pero no suspiró hasta que no sintió salir la muela. Entonces la vio a través de las lágrimas. Le pareció tan extraña a su dolor, que no pudo entender la tortura de sus cinco noches anteriores.
Inclinado sobre la escupidera, sudoroso, jadeante, se desabotonó la guerrera y buscó a tientas el pañuelo en el bolsillo del pantalón. El dentista le dio un trapo limpio.
-Séquese las lágrimas  -dijo.
El Alcalde lo hizo. Estaba temblando. Mientras el dentista se lavaba las manos, vio el cielo raso desfondado y una telaraña polvorienta con huevos de araña e insectos muertos.El dentista regresó secándose las manos. "Acuéstese -dijo- y haga buches de agua con sal." El Alcalde se puso de pie, se despidió con un displicente saludo militar, y se dirigió a la puerta estirando las piernas, sin abotonarse la guerrera.
-Me pasa la cuenta -dijo
-¿A usted o al municipio?
El alcalde no lo miró. Cerró la puerta, y dijo, a través de la red metálica:
-Es la misma vaina.              (1962)





relacionado:

Antología crítica del cuento hispanoamericano del siglo XX. Alianza Editorial,tercera edición, 2017


domingo, 16 de junio de 2019

Anton Chéjov sobre la belleza


Chéjov escribe  sobre  la  belleza, su magia y su misterio,  también de forma inigualable.
Isaak Levitan

LAS BELLAS 

Recuerdo que cuando era un colegial de quinto o sexto curso acompañé una vez a mi abuelo desde la aldea de Bolshaia Krepkaia, en la región del río Don, hasta Rostow del Don. Era un día de agosto sofocante, depresivamente aburrido. Nuestros párpados permanecían pegados y nuestra boca reseca a causa del calor y del viento seco que arrastraba las nubes de polvo en nuestra dirección.Ninguno de nosotros era capaz de observar lo que nos rodeaba, iniciar una conversación o pensar, y cuando nuestro adormilado cochero, Karpo el jojol [forma poco amable de referirse a un ucraniano] rozó mi gorra con su látigo al increpar al caballo, no protesté, no hice sonido alguno, sino que me limité a entreabrir los ojos,a otear desanimado el horizonte: ¿podía verse alguna aldea a través de la polvareda? Nos detuvimos para dar de comer a los caballos en el extenso asentamiento armenio de Bachj-Salaj, en la casa de un acomodado armenio conocido de mi abuelo. 
Nunca en toda mi vida he visto nada más grotesco que aquel hombre.  Imaginaos una cabeza diminuta y pelada, con unas cejas enormes que colgaban hacia abajo, una nariz de aguilucho, bigotes inacabables y encanecidos, y una boca gruesa de la que sobresalía un chubuk de madera de cerezo.La cabecita había sido colocada con descuido sobre una carcasa extravagante y jorobada, recubierta por extraños atuendos, una chaqueta corta roja y unos vistosos pantalones bombachos azul cielo. La criatura caminaba extendiendo las piernas, arrastrando las zapatillas, mascullando con su chubuk metido en la boca, pero sin dejar de comportarse con la dignidad que caracteriza al auténtico armenio: ni una sola sonrisa, los ojos al acecho, y esforzándose en prestar tan poca atención a sus huéspedes como fuera posible. 
Dentro de la morada del armenio no hacía viento, pero era igual de desagradable, recargada y deprimente que la pradera y el camino. Recuerdo que me senté sobre un cofre de color verde en una esquina de la sala, manchado de polvo y acalorado.Las paredes de madera sin pintar, los muebles y el entarimado recubierto de manchas ocres, apestaban a madera achicharrada por el sol. Donde quiera que mirase sólo había moscas y más moscas. Mi abuelo y el armenio hablaban en voz baja sobre las ovejas, los campos  y los problemas del pastoreo...Era consciente de que sería necesaria al menos una hora para que el samovar estuviera listo, y de que mi abuelo se pasaría otra hora entera tomando el té, para después echarse la siesta durante dos o tres horas. Me pasaría un cuarto de día esperando, y lo que me aguardaba después era más calor, más polvo,más carreteras llenas de socavones. Escuchando las dos voces susurrantes empezó a parecerme que ya había visto hacía mucho al armenio, aquel armario lleno de cubiertos, las moscas y las ventanas sobre las que golpeaba  el sol caliente, y que sólo desaparecerían en un futuro muy distante. Sentí un odio inmenso por la estepa, el sol y las moscas...Una mujer ucraniana que llevaba un chal puesto entró con una bandeja con los avíos del té, y después con el samovar. El armenio se dirigió con pasos cansinos hacia el vestíbulo y gritó:-¡Mashia!¡Entra y sirve el té! ¿Dónde está Mashia? 
A continuación se escucharon unos pasos que se apresuraban, y una chica de unos dieciséis años entró en la sala.Llevaba puesto un vestido de algodón sin adornos y un chal blanco. Mientras lavaba los utensilios y servía el té permaneció de espaldas a mí, y todo cuanto observé fue que tenía la cintura estrecha y que iba descalza y que sus largos pantalones la cubrían hasta los talones. 
El dueño de la casa me ofreció un poco de té. Mientras tomaba asiento dirigí la mirada hacia el rostro de la muchacha que sostenía el vaso en mi dirección, y de pronto me sentí como si una brisa fresca hubiera inundado mi alma, llevándose a su paso todas las impresiones del día, toda su pesadez, todo el  polvo de la carretera. Los rasgos más encantadores que puedan ser imaginados componían el rostro más maravilloso que hubiera visto nunca, ya fuera soñando o despierto. Frente a mí se encontraba una joven , y fue este un hecho que acepté tan de súbito como se aceptan los fogonazos causados por los rayos en las tormentas.A pesar de que podía jurar que Masha, o Mashia, como la llamaba su padre con su acento armenio, era una auténtica belleza, demostrar el hecho de su hermosura sería otra cuestión. 
A menudo las nubes se apelotonan sin orden ni concierto en el horizonte, y el sol que se pone las tiñe a ellas y al mismo cielo de todos los tonos posibles, púrpura, naranja, dorado, lila, o rosado sucio; una nube se parece a un monje, otra a un pez, una tercera a un turco con su turbante. Abrazando un tercio del cielo, el sol poniente brilla sobre la cruz de una iglesia y sobre las ventanas de la casa del terrateniente. Se refleja sobre el río y los estanques, se balancea sobre los árboles; lejos, muy lejos , una bandada de patos salvajes vuela atravesando el crepúsculo  a su lugar de reposo nocturno...El muchacho que pastorea las vacas, el agrimensor que se dirige al molino en su carro, las damas y los caballeros que están dando un paseo vespertino, todos ellos miran la puesta de sol,, y todos la encuentran increíblemente hermosa. Pero nadie podría explicar donde reside esa belleza. 
Yo no era el único que encontraba hermosa a la muchacha armenia. Mi abuelo, un anciano de ochenta años, duro, indiferente a las mujeres y a las bellezas de la naturaleza, la observó conmovido durante un minuto entero. 
-¿Es esa tu hija, Avet Nazarich?-preguntó. 
-Mi hija, es mi hija...-respondió nuestro anfitrión. 
-Una joven muy agraciada -admitió mi abuelo. 
Un artista habría llamado a la belleza de la muchacha armenia clásica y severa.Contemplar tales encantos significaba sentirse inundado, el cielo sabrá por qué razón con la convicción de que los rasgos armoniosos, el cabello, los ojos, la nariz, la boca, el cuello, el pecho y cada movimiento de su cuerpo juvenil, habían sido combinados por la naturaleza sin cometer el más mínimo error en un todo lleno de armonía, sin una sola nota discordante. en cierta forma se te antojaba que la mujer de la belleza más ideal debía poseer una nariz como la suya, recta pero ligeramente aquilina, los mismos enormes ojos oscuros, las mismas pestañas interminables, la misma forma lánguida de mirar; que su cabello negro y rizado y sus cejas constituían la combinación más idónea para la piel blanca y delicada de la frente y las mejillas, igual que los arroyos reverdecidos y silenciosos arroyos van juntos; su cuello blanco y su pecho juvenil no estaban desarrollados por entero, pero daban la impresión de que sólo un genio podría esculpirlos. Cuanto más mirabas más deseabas decir algo que fuera agradable en extremo, sincero y hermoso a la joven, algo que fuera tan bello como ella misma. 
Al principio me sentí ofendido y desconcertado porque Masha no me hiciera caso, limitándose a bajar los ojos.Era como si algún aire especial, de orgullo y dicha, la mantuviera fuera de mi alcance y con celo la ocultara de mi mirada. 
"Debe de ser porque estoy cubierto de polvo, porque estoy quemado por el sol, porque no soy más que un niño", pensé. Pero entonces me fui olvidando de forma gradual de mí mismo, entregándome por entero a la sensación de belleza.Ya no me acordaba de la monótona estepa ni del polvo, ya no era consciente del zumbido de las moscas, el té ya no tenía sabor para mí; sólo era consciente de la hermosa muchacha al otro lado de la mesa. 
Mi apreciación de su belleza no dejaba de ser algo extraña. No era deseo, ni éxtasis ni placer lo que Masha despertaba en mi persona, sino más bien una melancolía opresiva pero agradable. Esta melancolía era indefinible y vaga como un sueño. De alguna forma me sentía apenado por mi mismo, por mi abuelo, por el armenio e incluso por la muchacha. Sentí como si los cuatro hubiéramos perdido para siempre algo de una importancia vital y necesario para nuestras vidas, algo que no volveríamos a recuperar nunca. Mi abuelo también parecía apesadumbrado. Ya no hablaba de las ovejas ni del pastoreo; permanecía en silencio,observando pensativo a Mashia. 
Después del té el abuelo se echó su siesta y me senté en el porche. La casa, como todas las otras en Bajchi-Salaj, recibía el sol en toda su crudeza. No había árboles,ningún toldo, ninguna sombra, Conquistado por el cenizo y la malva, el enorme patio del armenio estaba lleno de vida y animación a pesar del intenso sofoco. Detrás de una de las pequeñas eras se escuchaba el ruido de un martilleo. Doce caballos agarrados por el pecho y formando un único radio alargado, trotaban alrededor de un pilar dispuesto en el centro exacto de la zona de trilla. Detrás de ellos marchaba un jojol vestido con una levita que le quedaba grande y unos amplios pantalones, usando su látigo y gritando como si pretendiera burlarse de los animales o exhibir su poder ante ellos: 
-¡Ah! ¡Malditos!¡Ah!¡No tenéis vuelta y media! ¿Es que tenéis miedo? 
Los caballos, bayos, grises, rojizos, sin entender por qué eran obligados a dar vueltas en el mismo sitio y aplastar la paja, se movían con dificultad, casi al límite de sus fuerzas y meneando las  colas con un aire ofendido. El viento levantaba nubes enteras de polvo dorado y debajo de sus cascos y lo transportaba lejos más allá de la verja. Mujeres con rastrillos se afanaban cerca de las altas niaras, y los carros marchaban de un lado a otro. En un segundo patio más allá de las niaras, otra docena de caballos iguales a los primeros trotaban alrededor de otro pilar, y un jojol con un látigo idéntico al del primero se burlaba igualmente de ellos. 
Los escalones sobre los que me encontraba sentado estaban calientes. La cola había empezado a desprenderse debido al calor en las junturas de madera de las  pegajosas balaustradas y los marcos de las ventanas. En las líneas de sombra formadas por los escalones y las contraventanas se agrupaban diminutos escarabajos rojizos. El sol achicharraba mi cabeza, mi pecho y mi espalda, pero no le prestaba ninguna atención, ya que solo era consciente del ruido de pies descalzos sobre el entarimado del vestíbulo y las habitaciones que quedaban detrás de mí.Tras haber recogido los avíos del té, Mashia bajó corriendo las escaleras, alterando el aire a su paso, y voló como un pájaro hacia un cobertizo exterior y sucio que debía ser la cocina, de donde provenía el olor a cordero asado y el ruido de enojadas voces armenias. Desapareció más allá del umbral oscurecido, donde ocupó su lugar una vieja encorvada y de rostro enrojecido que llevaba puestos unos bombachos verdes, y regañaba a alguien con enfado. Entonces Mashia volvió a aparecer de repente en la puerta con el rostro ruborizado a causa del calor de la cocina, cargada con una enorme telera de pan negro sobre el hombro. 
Meneándose con gracia bajo el peso del pan, atravesó al patio a toda prisa  hacia la era, saltó sobre un cercado, aterrizó sobre una nube dorada de polvo, y desapareció tras los carros. El jojol a cargo de los caballos bajó su látigo, guardó silencio, y contempló los carros durante un minuto entero. Después, cuando la chica volvió a pasar corriendo rozando los caballos y saltó la cerca, la siguió con la mirada y gritó a los caballos con una voz altisonante y ofendida: 
-¡A ver si os morís, criaturas del infierno! 
Después de aquello continué oyendo sus pies descalzos sin parar y la contemplé corriendo de un lado a otro con un aire severo y preocupado. Ahora bajaba a toda prisa los escalones, pasándome de largo con una ráfaga de aire; ahora se dirigía hacia la cocina; ahora hacia la era; ahora saltaba por encima del cercado, y yo apenas podía mover mi cabeza lo suficientemente rápido para seguirla. 
Cuanto más contemplaba a esa criatura encantadora, más melancólico me sentía. Sentía pena por mí mismo, por ella, y por el jojol que de modo fúnebre la contemplaba correr sobre las cascarillas en dirección a los carros. Sólo Dios sabe si la envidiaba por su belleza, si lamentaba que la chica no fuera mía ni lo sería nunca, que para ella yo no fuese nadie, o acaso intuía que su belleza singular no era más que un accidente y, como todo sobre esta Tierra, algo transitorio; o bien mi tristeza no era otra cosa que esa sensación peculiar que despierta en cualquier ser humano la contemplación de la verdadera belleza. 
Las tres horas de espera se pasaron sin que me diera cuenta. Sentí que no había tenido el tiempo suficiente para que mis ojos se regocijaran  en Masha cuando Karpo condujo al caballo hasta el río, lo bañó, y comenzó a engancharlo. El animal mojado resoplaba con placer y pateaba la lanza del carro. Karpo gritó al caballo:"¡Para atrás!". El abuelo se despertó, Mashia abrió la verja chirriante, y nosotros nos subimos al carruaje y salimos del patio en silencio, como si estuviéramos enfadados los unos con los otros. Cuando un par de horas más tarde Rostov y Najichevan aparecieron a la distancia, Karpo, que no había dicho nada durante todo aquel tiempo, se giró de repente y  exclamó: 
-¡Una chica espléndida, la hija del viejo armenio!
Y sin decir nada más aplicó el látigo al caballo.



***[...]Hay una segunda parte de texto,  no hay que olvidar que se llama "Las Bellas"en plural, pero esta es  esencial y  completa en sí misma. 

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Cuentos completos  (1887-1993), Páginas de espuma. El original se publicó el 21 de septiembre de 1888 en Tiempo nuevo firmado por "an. Chéjov". La traducción es de James y Marian Womack





viernes, 3 de mayo de 2019

Anton CHÉJOV "Camino de la escuela"





Hay  poco  que añadir sobre Chéjov.Casi todo ya  lo han dicho los grandes escritores  del pasado,Thomas Mann, Natalia Ginzburg, Nabokov, Sergio Pitol, Vasili Grossman, ...y lo siguen diciendo los mejores escritores actuales
Ciento quince años después de su muerte -en sus irrepetibles cuentos   y  milagroso teatro- los lectores encuentran, -cada vez-, el temblor  que, según Peter Handke, le identifica y hace inimitable...


          Bosque, Isaak Levitan ,  el gran paisajista ruso  amigo de Chéjov

Camino de la escuela

Salieron de la ciudad a las ocho y media.El camino estaba seco. El bello sol abrileño picaba ya; pero en las cunetas y en el bosque aún había nieve. Acababa de irse el invierno, crudo y lúgubre, y la primavera se había presentado como por sorpresa, pero para  Maria Vasílievna, que iba sentada en la carreta, no constituían novedad alguna ni tenían el menor interés el calor, los lánguidos bosques transparentes, entibiados por el hálito de la primavera, ni las negras bandadas que se cernían sobre los enormes charcos, verdaderos lagos, ni el cielo maravilloso e insondable, al que hubiera volado de tan buena gana. 
Llevaba trece años de maestra y había ido incontables veces a la ciudad para cobrar su paga; ya fuese en primavera como ahora o en una lluviosa tarde otoñal, o en el frío invierno, le daba igual; ; y su único afán era siempre el mismo: llegar pronto. 
Tenía la impresión de llevar viviendo en aquellos parajes un siglo, y le parecía conocer cada piedra y cada árbol del camino de la ciudad a su escuela. Allí estaban su pasado y su presente; y no podía imaginarse otro porvenir que la escuela y el camino de la ciudad, y otra vez la escuela, y otra vez el camino... 
No solía recordar ya, y casi había olvidado, su vida anterior. En tiempo tuvo familia; sus padres y vivían en Moscú, cerca de Krasnie Vorota, donde ocupaban un piso espacioso; pero de todo ello no le quedaba en la memoria sino un rasgo vago y difuso, como un sueño.Su padre murió teniendo ella diez años, y poco después le siguió la madre. Tenía un hermano , oficial del Ejército, con el que se escribía al principio, pero luego dejó de recibir cartas de él. No conservaba otro recuerdo tangible que una fotografía de su madre, descolorida a causa de la humedad de la escuela y en la que sólo se distinguían ya la cabellera y las cejas. Cuando llevaba recorridas tres verstas, el viejo carrero Simión volvió la cabeza y dijo: 
-En la ciudad han detenido a un funcionario y se lo han llevado. Se dice que fue cómplice de los alemanes en el asesinato de Alekséiev, el alcalde de Moscú. 
-¿Quién te lo ha dicho?.-Lo leyeron en los periódicos, en la taberna de Iván Jánov. 
Siguió un largo silencio. Maria Vasílievna iba pensando en su escuela, en los próximos exámenes, a los cuales presentaría a cuatro niños y una niña. Y precisamente mientras pensaba en ello la alcanzó un coche de cuatro caballos en el que iba el terrateniente Jánov, el mismo que el año anterior examinó a los alumnos de su escuela. -Buenos días -la saludó-.¿Va usted para su casa? 
Jánov, hombre de unos cuarenta años, rostro ajado y expresión mustia, comenzaba a envejecer visiblemente, pero aún era apuesto y gustaba a las mujeres. Vivía solo en su hacienda y se decía que su únicas ocupaciones eran ir silbando de un rincón a otro de su aposento o jugar a la ajedrez con su viejo lacayo. Se murmuraba también que bebía mucho. En efecto, el año anterior, durante los exámenes, hasta los papeles que trajo olían a perfume y a vino. Llegó vestido de punta en blanco, y Maria Vasílievna, prendada de él, se sentía confusa a su lado. Por regla general, los examinadores que habían pasado por la escuela eran fríos y sentenciosos; este, en cambio, no recordaba un solo rezo, no sabía qué preguntar, era extraordinariamente cortés y delicado y sólo ponía calificaciones de sobresaliente. 
-Yo voy a ver a Brakvist -prosiguió, dirigiéndose a Maria Vasílievna-. Pero me han dicho que no está en su casa... 
De la carretera torcieron por un camino vecinal; Jánov delante y Semión detrás. Los cuatro caballos de aquel iban al paso, arrastrando a duras penas el pesado vehículo, que se atascaba en el barro. Semión zigzagueaba saliéndose del camino, tan pronto subiendo por un montículo como atravesando un pradillo y saltando a menudo del carro para ayudar al caballo. La maestra seguía pensando en la escuela:¿serían fáciles o difíciles los exámenes? Se enojaba contra la alcaldía, donde no encontró a nadie el día anterior. ¡Qué desorganización! Llevaba dos años pidiendo que despidiesen al guarda que, además de no hacer nada, la trataba groseramente y pegaba a los alumnos, pero nadie le hacía caso. Al alcalde  no había modo de encontrarle, y si aparecía alguna vez, se excusaba asegurando, casi con lágrimas en los ojos, que no tenía tiempo.El inspector pasaba por al escuela una vez cada tres años y, por otra parte, no entendía ni jota, pues antes había sido agente del fisco y había conseguido el puesto de inspector escolar por influencia. El Consejo de Enseñanza se reunía muy de tarde en tarde, sin que se conociera el lugar de las reuniones; y el visitador era un "muzhik" semianalfabeto, dueño de un taller de curtidos, torpe, grosero y gran amigo del guarda, de manera que sólo Dios sabía dónde podía ella presentar una queja o pedir un informe. "Verdaderamente es guapo", pensó mirando a Jánov.

El camino era cada vez peor. Penetraron en un bosque. Allí no había posibilidad de zigzaguear, y las huellas de las ruedas eran profundas formando canalillos en los que corría y rumoreaba el agua. Las punzantes ramas azotaban la cara. -¡Vaya un caminito! -exclamó Jánov, y se echó a reír. 
La maestra le miró y se preguntó por qué vivía aquel chusco allí. ¿De qué le servían en tan escondidos parajes, llenos de tedio y de suciedad, su dinero, su belleza y su esmerada educación? La vida no le ofrecía ninguna ventaja; y lo mismo que Semión, tenía que ir al paso, por un camino abominable, sufriendo las mismas incomodidades. ¿Por qué vivir allí pudiendo  estar en San Petersburgo o en el extranjero? ¿O qué le costaba a un ricachón como él convertir aquel camino en una buena carretera para no atormentarse ni ver la desesperación que reflejaban las caras de su cochero y del carrero Semión? En vez de hacerlo así, se reía y, al parecer, todo le era indiferente y no necesitaba una vida mejor. Bondadoso e ingenuo no veía lo brutal de aquella existencia, igual que no recordaba las oraciones durante el examen. Su ayuda a las escuelas se reducía a regalos de globos terráqueos, no obstante lo cual se consideraba sinceramente un relevante protector de la instrucción pública.¡La falta que harían sus globos en aquellos parajes! 
-¡Cuidado , Vasílievna -gritó Semión. 
La carreta se ladeó y estuvo a punto de volcar. A los pies de Maria Vasílievna cayó un envoltorio pesado: eran sus compras. siguió una cuesta empinada y fangosa. Por las sinuosas cunetas y zanjas corrían con estruendo verdaderos arroyos. El agua...parecía haber roído la tierra. ¿Cómo avanzar? Los caballos bufaban. Jánov descendió del coche y echó a andar por el borde del camino, con su largo abrigo. Tenía calor. 
-¿Qué le parece-volvió a reír-. como para destrozar el coche en un dos por tres. 
-¿Y quién le manda salir con este tiempo? -replicó Semión ceñudo-.Con haberse quedado en casa... 
-En casa, abuelo, me aburro. No me gusta estar metido entre cuatro paredes. 
Junto al viejo Semión, Jánov parecía gallardo y brioso, pero en sus andares había algo, apenas perceptible, que dejaba entrever su decrepitud, su flaqueza, su pronto fin. Se diría que por el bosque acababa de expandirse un intenso olor a vodka. Maria Vasílievna, atemorizada, sintió piedad por aquel hombre que se perdía sin pena ni gloria, y pensó que si ella hubiera sido su mujer o su hermana habría ofrendado su vida para salvarle de la perdición. ¿Ser su mujer? Él vivía solo en una gran finca; ella también sola, , en una aldea remota; y ,sin embargo, le parecía imposible y hasta absurda la idea de que ambos pudieran ser íntimos e iguales. Toda la existencia estaba construida de tal modo, y las relaciones humanas eran complejas hasta tal punto, que se encogía el corazón y daba miedo reparar en ello."Es incomprensible -pensó la maestra-: ¿por qué Dios da esta belleza, esta amabilidad y estos ojos tristes y seductores a hombres indolentes , desdichados e inútiles? 
-Aquí tenemos que torcer a la derecha -anunció Jánov subiendo al coche-.Adiós y buen viaje. 
Maria Vasílevna tornó a pensar en sus discípulos, en los exámenes, en el guarda, en el Consejo de Enseñanza y cuando el viento le trajo el ruido del coche que se alejaba, estos pensamientos se confundieron con otros: quería pensar en aquellos ojos hermosos, en el amor, en la felicidad que no llegaría nunca...¿Casarse? Por las mañanas hace frío;no hay quien eche leña a la estufa pues el guarda se marcha no se sabe a dónde; los alumnos llegan muy temprano, con los pies llenos de nieve, y arman ruido.¡Es todo tan incómodo y desapacible! Su vivienda tiene tan solo una habitación que hace también las veces de cocina. Al terminar las clases le duele la cabeza y después de almorzar se oprime el corazón. Hay que cobrar a los alumnos la cuota para la leña y para el guarda, dar el dinero al visitador y luego implorar a ese "muzhik" gordo y cínico que ,por Dios, envíe la leña. Por la noche sueña con los exámenes, con los "muzhiks" y con los montes de nieve. Esta vida la ha hecho vieja, ruda, fea, angulosa, torpe, como recubierta de plomo; teme a todo; no se atreve a sentarse en presencia del concejal o del visitador, y si habla de alguno de ellos lo hace con atemorizado  respeto. a nadie gusta, y su vida trascurre en medio del aburrimiento, sin una caricia, sin el afecto de una persona amiga, sin conocidos interesantes. ¡Qué horror enamorarse en semejante situación!-¡Cuidado, Vasílievna! Otra cuesta empinada. 
Se metió maestra por necesidad, sin el menor interés. Jamás pensó en la vocación ni en la utilidad de la enseñanza, y siempre creyó que lo esencial en su oficio no eran los discípulos ni la instrucción, sino los exámenes. 
¿Había acaso tiempo para pensar en la vocación o en lo útil de su ministerio? Los maestros, los médicos pobres o los practicantes, sumidos en el mar de su trabajo, no tienen ni siquiera el consuelo de pensar que sirven a una idea o que son útiles al pueblo, ya que el mendrugo de pan, la leña para el fuego, los malos caminos y las enfermedades ocupan por entero su mente. La vida era difícil, anodina, y los únicos que la sufrían largo tiempo eran eran bestias de carga como Maria Vasílievna; los más vivaces, los sensibles, los que tenían nervios, los que hablaban de su vocación y del servicio a un ideal, se aburrían pronto y abandonaban la profesión.
                                            
Semión buscaba el camino más corto y más seco, tratando de pasar por pradillos o por los bordes de las parcelas; pero aquí se lo prohibían los "muzhiks", allí no había paso por ser tierras del pope, y más allá Iván Jánov había comprado al señor una parcela y había hecho cavar una zanja a su alrededor. en muchos casos tenían que volverse atrás. 
Llegaron a Nizhnie Gorodische. junto a la posada sobre la tierra cubierta de estiércol, debajo del cual aún se conservaba algo de nieve, había varios carros con grandes bombas de aceite sulfatado. En la posada, llena de carreros, olía a vodka, a tabaco y a pieles de oveja; era grande la algarabía de voces, y las puertas sonaban a menudo. Pared por medio, en el tabernucho, tocaba un acordeón sin cesar. Maria Vasílievna apuraba un vaso de té, y en la mesa vecina, unos cuantos "muzhiks" sudorosos a causa del té bebido y del bochorno reinante en la posada tomaban vodka y cerveza. 
-¡Oye, Kuzmá! -resonaban las voces en desorden-.¿Qué estás diciendo? ¡El señor nos bendiga! ¡Iván Deméntich, eso te lo arreglo yo! ¡Por algo soy casamentero! 
Un muzhik de baja estatura, barba negra y cara picada de viruela, borracho como una cuba, hizo de pronto un aspaviento y soltó una blasfemia soez. 
-¡Eh, tú! ¿Por qué juras de ese modo? -reprochó Semión sentado en otro extremo-.¿No ves que hay una señorita? 
-Una señorita ...-le remedó alguien en un rincón.-¡Un cuervo del demonio! -Perdone usted se turbó el muzhik el chaparrote 
-.Dispénsenos...Quiere decirse que nosotros, por nuestro dinero, y la señorita por el suyo...Buenos días. 
-Hola -respondió la maestra. 
-Le agradecemos mucho su atención. Maria Vasílievna tomaba el té con delectación, se ponía colorada como los muzhiks y de nuevo pensaba en la leña, en el guarda...- 
-Espera un poco, casamentero -se oyó en la mesa vecina-.La maestra de Viazovíe...La conocemos...Es una buena señorita. 
-¡Buena y decente! La puerta seguía golpeando. Unos entraban y otros salían...Maria Vasílievna, sentada a la mesa, continuaba pensando en lo mismo, y el acordeón toca que te toca en la tienda vecina. Rodales de sol que oscilaban en el suelo pasaron sucesivamente al mostrador y a la pared hasta desaparecer. Por consiguiente el sol acababa de pasar el meridiano. Los muzhiks de la mesa vecina se dispusieron a reanudar su marcha. El chaparrote, tambaleándose  ligeramente se aproximó a la maestra y le dio la mano. Los demás, al verle lo imitaron y salieron uno tras otro haciendo rechinar la puerta y golpear nueve veces consecutivas. 
-Prepárate, Vasílievna -le dio prisa Semión. Pusiéronse en camino avanzando al paso, como antes.-Hace poco hicieron también una escuela aquí,en Nizhinie Gorodische -dijo Semión volviéndose-.¡Y hay que ver cómo se hincharon! 
-¿Qué pasó? 
-Pues que el presidente del municipio se metió en el bolsillo mil rublos, y el visitador otros mil, y el maestro quinientos. 
-La escuela entera no vale más de mil. Está muy mal calumniar a las personas abuelo. Esos no son más que infundios. 
-No lo sé, yo digo lo que dicen todos. 
Estaba claro que el carrero no creía a la maestra, como tampoco la creían los campesinos.Consideraban exagerado el sueldo que percibía (veinte rublos mensuales, cuando con cinco hubiera ido más que bien pagada), y sospechaban que se quedaba con la mayor parte del dinero aportado por los niños para leña y para pagar al guarda. El visitador, que pensaba igual que los muzhiks, se guardaba algo del fondo destinado a la leña y, además cobraba a los muzhiks una gratificación, a espaldas de la Superioridad, por ejecutar sus funciones. Gracias a Dios el bosque quedó atrás, y ya todo el camino hasta Viazovíe sería llano y despejado. Además, faltaba poco: atravesar el río y el ferrocarril. 
-¿Por dónde vas? -preguntó Maria Vasílievna a Semión-.Tira por el camino de la derecha en dirección al punte. 
-Por aquí se puede pasar.No es muy profundo el río. 
-Ten cuidado, no se nos vaya a ahogar el caballo. 
-¡Cómo dices? 
-Fíjate: Jánov también va hacia el puente -dijo ella al ver por la derecha, a buena distancia, un coche de cuatro caballos-.Parece ser él. 
-Sí que lo es. De fijo que no habrá encontrado a Brakvist. ¡Qué bruto es, Dios mío! Mira que irse por allí cuando por aquí se adelantan tres verstas... 
Se acercaron a la orilla. En verano, el río era pequeño, fácilmente vadeable, y se secaba para agosto; ahora en cambio, con el reciente deshielo, tenía cerca de seis toesas de ancho, y sus aguas frías y turbias ,corrían raudas. En la orilla y al borde del agua había huellas de ruedas: alguien había pasado. -¡Arre! -gritó Semión como con enojo y alarma, tirando fuertemente de las riendas y agitando los brazos igual que un pájaro cuando aletea-.¡Arre! 
El caballo se metió en el agua hasta la barriga y se detuvo un momento, pero acto seguido avanzó de nuevo, con gran esfuerzo. Maria Vasílievna notó un frío intenso en los pies. -¡Arre! -gritó también ella, levantándose -.¡Arre!
Salieron ala orilla. -¡Señor, esto es el acabose! -refunfuño Semión reajustando los arreos a la bestia-. ¡Es un verdadero castigo este ayuntamiento! 
Maria Vasílievna tenía los chanclos y las botas llenas de agua, los faldones del vestido y del abrigo, e incluso una manga , chorreaban; el azúcar y la harina estaban mojados, y esto era lo más lamentable. La maestra, desesperada, se limitaba a mover los brazos y a decir: -¡Ay, Semión, Semión, cómo eres!
                                                  
El paso a nivel se hallaba cerrado; de la estación venía el tren correo. Maria Vasílievna, esperando que pasase, tiritaba de frío. Ya se divisaba Viazovíe con su escuela, de verde tejado, y su iglesia, cuyas cruces ardían reflejando el sol del ocaso. También refulgían las ventanas de la estación, y la locomotora exhalaba un humo rosáceo. a la maestra el parecía que todo temblaba de frío. 
Ya llegaba el tren. Las ventanillas despedían claros destellos, como los de las cruces de las iglesias, que dañaban la vista. en la plataforma de un coche de primera, Maria Vasílievna vio a una señora. ¡Su madre!¡Qué semejanza!Tenía la misma cabellera exuberante, la misma frente, la misma inclinación de la cabeza. Por primera vez en trece años, recordó con sorprendente claridad a sus padres, a su hermano, su casa de Moscú, la pecera, todos los detalles, hasta los más sencillos; oyó tocar el piano y hablar a su padre; se sintió como entonces, joven, guapa, elegante, en un aposento soleado y cálido, rodeada de seres queridos.Impulsada por una súbita sensación de alegría y felicidad, se llevó las manos a las sienes y gritó con voz dulce e implorante: -¡Mamá! 
Sin explicárselo ella misma se echó a llorar. Precisamente en aquel instante llegó Jánov en su coche. Ella, al verle, se imaginó la felicidad que jamás había visto;sonrió y le hizo una seña con la cabeza, como de igual a igual;y creyó ver la luz de su felicidad y de su victoria en el cielo, en las ventanas, en los árboles, en todas partes.¡No su padre y su madre no habían muerto ni ella había sido maestra en su vida!¡Todo fue una pesadilla larga, angustiosa y disparatada, pero ahora acababa de despertar!- 
-¡Sube Vasílievna! 
Todo desapareció de pronto. Se alzó lentamente la barrera del paso a nivel. La maestra tiritando y entumecida de frío, montó en el carro. El coche de Jánov atravesó la vía. Semión le siguió. El guardabarreras se quitó el gorro. 
-Ahí está Viazovíe. Hemos llegado. 1897



CHÉJOV, Cuentos completos,[1894-1903]Páginas de Espuma,2016





jueves, 8 de noviembre de 2018

"ASESINATO EN SARAJEVO"




I.B. Singer pasó su infancia en el guetto de Varsovia en el número 10 de la calle Krochmalna y más tarde en el 12. Tras el levantamiento judío contra los nazis en 1943 el guetto fue arrasado y los últimos supervivientes trasladados a Treblinca y otros campos. Hoy Krochmalna es una calle nueva, con edificios modernos, sin el color y el carácter que tuvo. Pero Singer en 1935 la llevó consigo al exilio tal como era, con sus instituciones judías, el yiddish,  su bullicio, sus personajes, sus historias , su infancia...y fue una fuente inagotable de inspiración. Es la calle que recuerda en la autobiografía de juventud "En el tribunal de mi padre" y en otras muchas de sus inolvidables historias.
En " Asesinato en Sarajevo" un Singer de diez años evoca como vivió la calle Krochmalna el estallido de la cercana  guerra mundial. La Gran Guerra (28 de julio de 1914- 11 de noviembre de 1918): entre nueve y diez millones de muertos y veinte millones de heridos .Hoy su horror parece lejano pero de su final sólo se cumplen mañana cien años./10nov.2018
Algunas datos  sobre Isaac B.Singer (en otro post)


            ASESINATO EN SARAJEVO
DURANTE largo tiempo mi familia discutió la posibilidad de que nos mudáramos de nuestro departamento en el número 10 de la calle Kronchmalna, donde usábamos una lámpara a kerosén porque no había gas y compartíamos un retrete en el patio con todos los demás ocupantes del edificio.Este retrete fue un veneno de mi infancia. Estaba siempre oscuro y mugriento. Por todas partes había ratas y ratones, en el suelo y en el techo. A causa de esto,muchos niños sufrían de constipación y de desórdenes nerviosos.   
   La escalera era otra plaga, porque muchos niños la preferían al retrete. Y lo peor es que algunas mujeres la usaban para arrojar la basura. El portero, que debía encender lámparas en la escalera, rara vez lo hacía, y en todo caso las apagaba a las diez y media de la noche. Las pequeñas lámparas manchadas de humo daban tan poca luz que a su alrededor la oscuridad parecía más espesa. Cuando yo usaba esta roñosa escalera, me perseguían todos los demonios y los malos espíritus de que hablaban los padres para probar a los niños mayores que existía Dios y que había una vida futura. Los gatos corrían junto a mí.Detrás de alguna puerta cerrada se oía gemir a los muertos. En la puerta del patio tal vez esperara una procesión para un funeral. Cuando llegaba a mi puerta estaba sin aliento.Comencé a tener pesadillas, tan horripilantes que me despertaba bañado en sudor.   
   Ya nos resultaba bastante difícil pagar los veinticuatro rublos por un departamento al frente con balcón; entonces ¿cómo podríamos permitirnos mudarnos al número 12 de la calle Krochmalna, con luz de gas y cuartos de baño y un alquiler de veintisiete rublos? Pero decíamos que cambiar de lugar cambiaría nuestra suerte...
   Era en la primavera de 1914.Todos nos aconsejaban que nos mudáramos. El dueño de la casa del número 12, Leizer Przepiorko, era un millonario ortodoxo. Tenía reputación de avaro, pero nunca había desalojado a un judío. El administrador de la casa, Reb Isaías, era un viejo jasid de Kotzk, amigo de mi padre. Como el número 12 tenía una entrada que daba a Mirowski, a la feria, papá sería a la vez rabino de las calles Krochmalna y Mirowski. Además para esa época había muchos juicios, casamientos y divorcios que significaban dinero extra para nosotros. Decidimos mudarnos.El edificio del número 12 era como una ciudad. Tenía enormes patios. La oscura entrada siempre olía a pan y a masitas recién horneadas, a semilla de amapola y a humo Los panes con levadura de Koppel del panadero siempre estaban fuera, apilados sobre tablas. En el numero 12 también había casas de estudios jasídicos, la de Radymin y la de Minsk, y una sinagoga para los que se oponían al jasidismo. También había un establo en que tenían a las vacas encadenadas a la pared todo el año. En algunos sótanos había fruta almacenada por los comerciantes de Mirowski; en otros huevos conservados en cal.Llegaban allí carros desde las provincias. El número 12 rebosaba de Torá, plegarias, comercio y actividad. Nadie sabía de lámparas de kerosén. Algunos departamentos hasta tenían teléfono. Pero la mudanza no fue fácil, aunque los números diez y doce eran casas contiguas. Tuvimos que cargar nuestras cosas en un carro, y algunas se rompieron. Nuestro ropero era increíblemente pesado, una fortaleza con cabezas de león sobre puertas de roble y una cornisa tallada que pesaba una tonelada. No me imagino cómo lo habrían trasladado desde Bilgoray.
Hacía años que los periódicos hablaban de la situación explosiva en los Balcanes y de la rivalidad entre Inglaterra y Alemania. Pero en casa ya no había más periódicos. El que los traía era mi hermano Israel Josué, que se marchó después de una discusión con mi padre. 
El departamento estaba recién pintado; enfrente había una panadería y la ventana de la cocina daba a una pared. Había cinco o seis pisos sobre el nuestro.

 Resultado de imagen de Plano del gueto de Varsovia
Jamás olvidaré la primera vez que encendí la lámpara de gas de dos mecheros. Quedé deslumbrado e intimidado por la extraña radiación que llenó el departamento y que hasta parecía penetrarme el cráneo. A los demonios les resultaría muy difícil esconderse allí.El cuarto de baño me encantaba. Lo mismo el horno de gas en la cocina. Ya no era necesario hacer  fuego para para preparar el té ni acarrear carbón. Bastaba con acercar un fósforo y ver encenderse la llama azul. Tampoco tendría que traer botellones de kerosén del almacén,ya que había un medidor de gas donde se insertaba una moneda de cuarenta groschen para obtener el gas. Y yo conocía mucha gente allí porque era en el patio de esa casa donde oraba. Por un tiempo llegó la buena suerte que nos predecían.Papá tuvo numerosos juicios. Las cosas marcharon tan bien ese año que papá decidió inscribirme una vez más en el jéder. Yo ya había pasado la edad de ir al jéder, ya que sabía leer solo una página del Talmud, y también algunos de los Comentarios. Pero en la calle Twarda, número 22, había un jéder especial para muchachos mayores donde el maestro disertaba en lugar de estudiar con los alumnos. Algunos de mis amigos de otros jéder asistían. 
Por esa época yo leía libros prohibidos y había adquirido un placer en la herejía; por lo tanto era un poco ridículo que fuera otra vez al jéder. Mis amigos y yo nos reíamos del maestro, que tenía barba amarilla  y ojos saltones, hablaba con acento ridículo, comía cebolla cruda y fumaba un tabaco apestoso en una pipa larga. Estaba divorciado y los casamenteros venían a murmurar propuestas en sus orejas peludas... 
De pronto hubo rumores de guerra. Decían que habían matado al Príncipe de la Corona de Austria. Los periódicos publicaron ediciones especiales, impresas en un sólo lado, con gigantescos titulares. Al hablar de política, nosotros, los muchachos, decíamos que era preferible que ganase Alemania...¿qué se ganaría con la dominación rusa? Con la ocupación alemana todos los judíos tendrían que usar chaqueta corta, y la escuela secundaria sería obligatoria. ¿Qué podía ser mejor que ir a escuelas seculares con uniformes y gorras con adornos? Al mismo tiempo estábamos convencidos (mucho más que el gobierno alemán) de que la fuerza de Alemania nunca podría enfrentar a las fuerzas combinadas de Rusia Francia e Inglaterra. Un muchacho especulaba que, debido a que en los dos países se hablaba el mismo idioma, resultaría natural que Norteámerica participara para ayudar a Inglaterra... 
Mi padre comenzó a leer los periódicos. Prevalecían las palabras nuevas: movilización, ultimatum,neutralidad. Los gobiernos rivales enviaron notas. Los reyes se escribieron cartas llamándose Nicky y Willy. La gente común, los obreros , los porteros, formaban grupos en la calle Krochmalna para hablar de las condiciones.De pronto llegó el noveno día de Ab, el domingo que es el día de ayuno postergado. También fue el comienzo de la guerra.

                 Las mujeres andaban por todas partes, comprando comida.Pequeñas como eran, cargaban enormes canastos de harina, sémola, alubias y todo lo que encontraban en las tiendas, que estaban cerradas la mitad del tiempo.Primero los comerciantes rechazaban los billetes de banco ajados, luego pidieron monedas de oro y de plata en lugar de papel. Comenzaron a acaparar sus existencias para aumentar los precios.La gente tenía ánimo festivo como en Purim. Las mujeres seguían llorosas a sus maridos, judíos con barba con pequeños alfileres blancos en la solapa, que indicaban que habían sido llamados al servicio militar. Perturbados y divertidos a la vez, los hombres marchaban por la calle mientras sus hijos los seguían con palos al hombro y daban órdenes militares. 
Al volver de la casa de estudios de Razymin, papá anunció que había oído que la guerra terminaría en dos semanas.-Tienen cañones  que pueden matar mil cosacos de un solo disparo.-Qué desgracia -lloraba mamá-. ¿A dónde va el mundo?Papá la consolaba:-Bien, ya no habrá que pagar el alquiler.Mamá proseguía:-¿Y quién querrá juicios? ¿De dónde sacaremos el dinero para comer? 
Teníamos problemas. Ya no llegaban cartas de mi hermana que estaba en Amberes, y mi hermano Israel Josué, que tenía 21 años, debía presentarse para hacer el servicio militar  en Tomaszow, el pueblo natal de mi padre. No teníamos dinero para aprovisionarnos de comida como nuestros vecinos.Sabiendo que llegaría a pasar mucho hambre, experimenté un apetito voraz. Comía insaciablemente. Mamá volvía agitada de la calle gimiendo por la escasez de alimentos. 
Ahora por primera vez comencé a oír comentarios desagradables sobre los judíos de la calle. Los comerciantes judíos, lo mismo que los gentiles, escondían la mercancía, elevaban los precios y trataban de capitalizarse con la guerra. Moshe, el de la papelería, que vivía en nuestro edificio, alardeaba de que su mujer había gastado quinientos rublos en comestibles.-Gracias a Dios -dijo- , tengo provisiones para un año. ¿Cuánto puede durar la guerra? -Y se acariciaba sonriente la barba plateada. 
Había bastante confusión. Los jóvenes con tarjeta azul tenían permiso para estudiar el Talmud,pero, plácidos y preocupados, los de la tarjeta verde trataban de adelgazar para evitar el reclutamiento. Los hombres que vendían harina y sémola tenían suerte, pero no tanta los encuadernadores, los maestros y los escribientes sin trabajo.Los alemanes tomaron Kalisz, Bedzin y Czestochowa. Yo sentía el peso de la madurez y esperaba una catástrofe misteriosa. Se me ocurría que si hubiésemos aceptado la falta de baños y de gas en el número 10, podríamos habernos salvado de esto...Esta era la guerra entre Gog y Magog, decía papá. Y todos los días descubría nuevos presagios que anunciaban la llegada del Mesías...                                                           
Más historias de I.B.Singer:
I.B. Singer y "Un amigo de Kafka" 
Un día en Coney Island



Isaac Bashevis Singer, "En el tribunal de mi padre",Mila Editor,Buenos Aires, 1988







viernes, 18 de mayo de 2018

Anton Chéjov y "El violín de Rothschild"


Releer a Sergio Pitol tras su reciente desaparición,conduce directamente a Anton Chéjov. Las páginas que le dedicó en varios de sus libros, -junto con las que escribió Thomas Mann, en los últimos años-, iluminan como pocas  sus insondables relatos y   prodigioso teatro. 
También Chéjov era el autor preferido de Dimitri Shostakovich y  a  S. Volkov le confesaba:"Siempre quedo sacudido cuando releo "El violín de Rothschild" y ese fue el relato que sugirió a su discípulo Benjamin Fleischmann como  tema para su primera composición. 
El joven músico  pertenecía a una familia de origen judío, de músicos aficionados que completaban sus escasos ingresos actuando como orquestina en casamientos y entierros...  Fleichsmann   murió en 1941, a los veintiocho años durante  la defensa de Leningrado sin completar la partitura  y  fue Shostakovich quien la terminó  y realizó  su orquestación.
                                 
  Imagen relacionada
                                     Marc Chagall, h1908/ músicas  de bodas y funerales.
Estas pinturas son anteriores a la marcha de Chagall a París,1910. León Bakst, su tutor, le dasaconsejaba el viaje por considerar que su  ingenuidad no  le permitiría  sobrevivir, fisicamente, en medio de la bohemia parisina. Pero Chagall que no murió de hambre como temía Bakst, aunque pasó bastante, incorporó lo que quiso de las vanguardias,y siguió fiel a un lirismo cada vez más puro, casi musical, que  ya afloraba en su primitiva fase expresionista, y a un surrealismo -antes del Surrealismo- que se manifestó tempranamente en un humor sutil y la  densidad onírica  de sus representaciones y que impregnaría posteriormente "Mi vida", su  preciosa autobiografía.
         


El violín de Rothschild

El pueblecillo era pequeño, peor que una aldea. Y los que en él vivían eran casi todos ancianos que morían tan de tarde en tarde que aquello resultaba enfadoso.En el hospital y la cárcel se necesitaban muy pocos ataúdes. Total, que el negocio iba muy mal. Si Yakov Ivanov hubiese sido fabricante de ataúdes en la capital del distrito ya tendría probablemente casa propia y le llamarían Yakov Matveich; pero en ese pueblecillo le llamaban sencillamente Yakov y, no se sabe por qué, le habían puesto el apodo de Bronce. Vivía tan pobremente como un campesino, en una cabaña pequeña y vieja de una sola habitación, en la que se apretujaban él, Marfa, la estufa, una cama de matrimonio, los ataúdes, el banco de taller y todos los enseres domésticos.
Los ataúdes que Yakov hacía rean vistosos y de buena calidad. Para los campesinos y la gente del pueblo los hacía midiéndose a sí mismo, sin equivocase nunca, ya que, aunque tenía setenta años, no había en le pueblo ni en la cárcel nadie más alto ni más robusto que él. Para los señores y las mujeres los hacía a medida, usando para tal fin una vara de metal.Si se le encargaban ataúdes para niños los hacía de mala gana, sin tomar medida, desdeñosamente, y cuando le pagaban por ese trabajo solía decir:
-Confieso que no me gusta malgastar el tiempo en fruslerías.Además de lo que cobraba por su trabajo de carpintería, ganaba también algún dinerillo tocando el violín. Había en el pueblo una orquesta judía que de ordinario tocaba en las bodas, dirigida por el hojalatero Shahkes, quien se quedaba con más de la mitad de los ingresos. Como Yakov tocaba muy bien el violín, especialmente canciones rusas, Shahkes le pedía de vez en cuando que tocara en su orquesta a razón de cincuenta kopeks al día, sin contar las propinas que pudieran darle los invitados. Cuando Bronce tomaba su asiento en la orquesta lo primero que le ocurría era que se le enrojecía la cara y se le cubría de sudor; hacía calor,olía a ajo hasta el extremo de causar sofoco; el violín empezaba a chirriar, el contrabajo gruñía junto a su oído derecho y la flauta gemía contra el izquierdo. La flauta la tocaba un judío flaco, de pelo rojizo, con toda una red de venas rojas y azules en la cara, quien tenía por nombre el de un famoso ricachón: Rothschild. Y ese condenado judío siempre se las ingeniaba para dar un tono triste a las canciones más alegres. Sin motivo aparente Yakov empezó poco a poco a sentir odio y desprecio por los judíos, en particular por Rothschild. Reñía con él, le insultaba con palabrotas y hasta trató en una ocasión de pegarle, pero Rothschild se ofendió y dijo mirándole ferozmente:-Si no le respetase por su talento musical le habría tirado por la ventana hace mucho tiempo.Y luego rompió a llorar. Por esta causa dejaron de llamar a Yakov para que tocara en la orquesta tan a menudo como antes lo hacía sólo cuando fallaba alguno de los judíos y no tenían más remedio que recurrir a él. 
Yacov nunca estaba de buen humor porque de continuo tenía que afrontar las pérdidas más horribles. Por ejemplo, era pecado trabajar en domingo o día festivo, el lunes era de mal agüero; de modo que en el año había unos doscientos días en que, mal que le pesase, tenía que estar mano sobre mano.¡Y menuda pérdida lo que eso suponía!Si alguien del pueblo tenía una boda sin música, o si Shahkes no le, invitaba a tocar, eso también era un pérdida.El inspector de policía había estado enfermo de tisis durante dos años, y Yakov había esperado impaciente que se muriera, pero el inspector fue a curarse a la capital de la provincia y había muerto allí. He ahí otra pérdida de por lo menos diez rublos, ya que el ataúd hubiera sido de los caros, con forro de brocado. La consideración de sus pérdidas atormentaba a Yakov sobre todo de noche; ponía el violín a su lado de la cama y cuando una de esas ideas fastidiosas le hurgaba el magín pulsaba las cuerdas, el violín producía un sonido en la oscuridad y Yakov se sentía aliviado.
El seis de mayo del año pasado Marfa se sintió de repente enferma. La vieja respiraba con dificultad, tenía mucha sed y se tambaleaba al andar; no obstante ella misma encendió la estufa esa mañana y hasta fue por agua. Al anochecer se acostó. Yakov estuvo tocando el violín todo el día. Cuando oscureció por completo tomó el cuaderno en que a diario apuntaba sus pérdidas y, no teniendo otra cosa mejor que hacer,se puso a sumar las de ese año.Ascendían a más de mil rublos. Tanto le perturbó este descubrimiento que tiró el cuaderno al suelo y lo pisoteó. Luego lo recogió y estuvo sacudiéndolo largo rato, entre hondos y prolongados suspiros. Tenía la cara amoratada y húmeda de sudor. Pensaba que si esos mil rublos que había perdido los hubiera tenido en le banco, le habrían producido como mínimo cuarenta rublos de interés al cabo del año.Así , pues, esos cuarenta rublos representaban también una pérdida. En resumen, que dondequiera que miraba sólo hallaba pérdidas y más pérdidas.
-¡Yacov! -exclamó María inesperadamente- ¡Me estoy muriendo!Se volvió para mirar a su esposa. El rostro de ella enrojecido por la fiebre, parecía insólitamente animado y gozoso. Bronce, habituado como estaba a verlo pálido, tímido y triste, quedó desconcertado. Le parecía como si ella hubiese muerto y estuviese contenta de abandonar por fin la cabaña, los ataúdes y al propio Yakov.  Miraba el techo, moviendo los labios, con una expresión de gozo, como si estuviera viendo a la Muerte, su liberadora y conversando con ella.Había llegado el amanecer y por la ventana se veía el cielo teñido con los colores del alba. Por algún motivo desconocido Yakov recordó,mirando ala vieja, que al parecer nunca le había hecho una caricia, nunca se había compadecido de ella, nunca había pensado en comprarle un pañuelo o en traerle algún dulce de las bodas. Por el contrario, sólo le había gritado, la había reñido por lo de las pérdidas y la había amenazado con el puño en alto; cierto que nunca le había puesto la mano encima, pero sí la había asustado, y cada vez que la reñía la dejaba paralizada de terror.Sí, y no le había permitido tomar el té porque bien claro estaba que sus gastos eran cuantiosos, por lo que ella había tenido que contentarse con beber agua caliente. Y ahora comprendía por qué la cara de ella tenía esa extraña expresión de gozo. Y aquello le colmó de espanto.
Tan pronto como se hizo de día pidió prestado un caballo a un vecino y llevó a Marfa al hospital. Como no había allí muchos enfermos no tuvo que esperar largo rato, sólo unas tres horas. Con gran contento suyo, no era el médico el que recibía a los enfermos ese día, sino el practicante,Maksim Nicolaich, un viejo de quien toda la ciudad decía que, aunque borrachín y pendenciero, sabía más que el médico.
-Buenos días , señor dijo Yakov entrando con su vieja en la consulta-.Perdone, Maksim Nikolaich, que le molestemos con estas cosillas. Como puede ver, este sujeto ha caído enfermo.O, como se dice, la compañera de mi vida, si me permite usted la expresión...Frunciendo las cejas grises y alisándose las patillas, el practicante clavó la mirada en la vieja, quien toda encogida estaba sentada en un taburete. Con su cara enjuta, nariz larga y boca abierta se parecía en su perfil a un pájaro sediento.
-Pues...sí...-dijo el practicante pausadamente y dando un suspiro-. Es un caso de gripe y quizá con fiebre. Hay ahora tifus en la ciudad .¿Qué hay que hacer? Gracias a dios la vieja ya ha tenido una larga vida...¿Qué edad tiene?-Le falta un año para los setenta, Maksim Nikolaich.-Vaya, pues sí que ha vivido. Ya es hora de que acaben las cosas.-Tiene usted razón en lo que dice, Maksim Nokolaich- dijo Yakov sonriendo por cortesía-.Y le agradezco su amabilidad, pero permítame indicarle que hasta un insecto quiere vivir.-Eso nada tiene que ver -replicó el practicante, como si de él dependiese el que la vieja viviera o no-. Bueno, amigo, oye lo que te digo: Ponle una compresa fría alrededor de la cabeza y dale de estos polvos dos veces al día. Y ahora vete con Dios.Bon jour.

Por la expresión de la cara del practicante Yakov coligó que ya era demasiado tarde para polvos; para él estaba claro que Marfa moriría muy pronto, si no ese día, el siguiente. Tocó ligeramente el codo del practicante, guiñó los ojos y dijo con voz queda:-Convendría ponerle unas ventosas, Maksim Nikolaich.-No tengo tiempo, no tengo tiempo, amigo.Váyanse con Dios, usted y su vieja. Hasta la vista.-Hágame ese favor -imploró Yakov-.Bien sabe usted que si, pongamos por caso, ella padeciese del estómago o de otro órgano interno, los polvos y las gotas podrían curarla. Pero lo que tiene es un resfriado. Y para un resfriado, Maksim Nikolaich, lo primero que hay que hacer es sangrar al enfermo.Pero el practicante había llamado ya al enfermo siguiente y en la sala de espera había entrado una campesina con un niño pequeño.-¡Váyase, váyase!...-dijo el practicante a Yakov frunciendo el ceño-. No hay nada más que hacer.-Pues entonces póngale al menos unas sanguijuelas.Rezaré por usted eternamente.El practicante, furioso, rugió:-¡Ni una palabra más, zopenco!...Yakov también perdió los estribos y se puso rojo como un tomate, pero no dijo una palabra más, agarró del brazo a Marfa y la sacó de la habitación. Sólo cuando ya estaban en el carro lanzó al hospital una mirada adusta y despreciativa y dijo:-¡Vaya con estos artistas! A un hombre rico sí que lo sangraría pero a un pobre ni una sanguijuela.¡Tío bruto!
                                   
Al llegar a casa, Marfa estuvo durante unos diez minutos apoyada en la estufa. Temía que , si se acostaba, Yakov empezaría a hablar de pérdidas y a regañarla por quedarse en la cama y no trabajar. Y Yakov la miraba con fastidio y se acordaba de que el día siguiente era el día de San Juan Bautista, el otro el de San Nicolás milagrero, el siguiente era domingo, y luego lunes, día de mal agüero. No se podría trabajar durante cuatro días, y Marfa de seguro moriría en uno de ellos; así pues tenía que hacer el ataúd ese mismo día. Tomó su vara de medir metálica, se acercó a la vieja y la midió. Después de eso, ella se acostó, él se santiguó y empezó a hacer el ataúd.Cuando quedó terminado el trabajo, Bronce se puso los anteojos y escribió en su librillo:"El ataúd de Marfa Ivanovna: 2 rublos 40 kopeks".Y suspiró. Durante todo ese tiempo su mujer estuvo acostada, sin hablar y con los ojos cerrados. Pero al anochecer, cuando ya oscurecía,llamó de pronto a su marido:-¿Te acuerdas, Yakov? -preguntó mirándolo con gozo-.¿Te acuerdas de que hace cincuenta años nos dio Dios un niño de pelo rubio?Tú y yo nos sentábamos entonces a la orilla del río y cantábamos canciones debajo del sauce.-Y riendo amargamente agregó:"El niño murió".Yakov trató de hacer memoria pero no pudo recordar en absoluto nada del niño o del sauce.-Ésas son imaginaciones tuyas -dijo.Llegó el sacerdote, quien administró al enferma los sacramentos y la extremaunción. Marfa empezó a murmurar algo ininteligible y cunado ya despuntaba la mañana murió.Las vecinas viejas lavaron y amortajaron el cuerpo y lo pusieron en el ataúd. Para no tener que pagar al diácono, el propio Yakov leyó los salmos. Tampoco tuvo que pagar los honorarios del cementerio, porque el guardián de éste era compadre suyo. Cuatro campesinos llevaron el ataúd al camposanto sin cobrar nada, por respeto a la difunta.  Tras el ataúd iban unas viejas, unos mendigos y dos tullidos.Las personas que se encontraban en el camino se santiguaban piadosamente...Y Yakov quedó muy contento de que todo se hubiera hecho de manera tan honrosa, decente y barata, sin ofender a nadie. Cuando dijo su último adiós a Marfa tocó el ataúd con la mano y pensó:"Excelente trabajo".Pero volviendo del cementerio le acosó una fuerte congoja. Sintióse  mal, respiraba febril y penosamente, le flaqueaban las piernas y ansiaba beber algo. Por añadidura, le revoloteaban en la cabeza un sinfín de pensamientos.Volvió a recordar que jamás en su vida había tenido lástima de Marfa o le había hecho una caricia. Los cincuenta y dos años que habían estado viviendo juntos en una cabaña se alargaban hacia atrás indefinidamente, pero durante ese tiempo no había pensado en ella una sola vez  ni le había hecho el menor caso, como si la pobre mujer hubiera sido un pero o un gato.Y, sin embargo, ella había encendido la estufa todos los días, había guisado y cocido, ido por agua, cortado leña, dormido con él en la misma cama; y cunado él había vuelto borracho de alguna boda ella había colgado respetuosamente el violín en la pared y metido al marido en la cama, todo ello en silencio, con cara preocupada y tímida.
                                       Al encuentro de Yakov, sonriendo e inclinándose, venía Rothschild.-Vengo en su busca,tío -dijo-.Moisei Ilich le manda saludos y desea que vaya usted a verle enseguida.Yakov no esperaba tal cosa. Tenía ganas de llorar.-¡Largo de aquí! -exclamó, prosiguiendo su camino.-¿Pero qué es eso?-preguntó Rothschild alarmado, corriendo tras él-.¡Moisei Ilich se va a enfadar!¡quiere que vaya usted a verle enseguida!A Yakov le causaban asco el jadear y guiñar de ojos del judío y las monstruosas manchas rojizas que tenía en la cara. También le repugnaba mirar su levita verde llena de remiendos y toda su figura escuálida y frágil.-¿A qué vienes tras de mí, diente de ajo?-gritó Yakov-. ¡Déjame en paz!El judío también se sulfuró y gritó:-¡Si no baja usted de tono le tiro por encima de la valla!-¡Quítate de delante! -rugió Yakov, yendo hacia él con los puños cerrados-.¡No hay quien pueda aguantar a los judíos!Rothschild quedó paralizado por el terror. Se agachó y alzó las manos por encima de la cabeza como para protegerse de los golpes; luego se levantó de un brinco y salió de allí a escape. Cuando corría iba dando saltos y manoteando el aire, mostrando cómo se retorcía su largo y descarnado espinazo. A los chicuelos de la calle les divertía el incidente y corrían gritando "¡judío, judío!". También los perros iban fueron en su seguimiento ladrando a más y mejor. Alguien soltó una carcajada y después lanzó un silbido, con lo que los perros renovaron los ladridos con más brío y estrépito que nunca...Luego, por lo visto, un perro mordió a Rothschild porque se oyó un grito de congoja y desesperación.
Yakov cruzó el prado comunal y fue sorteando las afueras del pueblo sin rumbo fijo,mientras los chicuelos gritaban "¡que viene Bronce, que viene Bronce!". Se halló junto al río. Por allí, revoloteando, chillaban las agachadizas y graznaban los patos. El sol brillaba intensamente y el agua espejeaba tanto que era penoso mirarla. Yakov se internó por una vereda que corría a lo largo de la orilla y vio a una señora gorda, de mejillas coloradas, que salía de la caseta de baños."Vaya nutria", dijo para sí. No lejos de la caseta unos chicos pescaban cangrejos usando trozos de carne como cebo. Al verle empezaron a gritar maliciosamente "¡Bronce, Bronce!". Pero he aquí que ante él se levantaba un viejo y frondoso sauce, de tronco enorme y con un nido de cornejas entre las ramas...Y de pronto surgió en la memoria de Yakov , como algo lleno de vida, el niño de rizos dorados y el sauce de que había hablado Marfa. Sí, este era el mismísimo árbol,verde, inmóvil y triste.¡Cómo había envejecido, el pobre!Se sentó al pie del mismo y se entregó a sus recuerdos. En la orilla opuesta,donde ahora había un prado que a veces se inundaba,había existido en años anteriores un bosque de robustos abedules y aquel cerro pelado que se divisaba en el horizonte había estado cubierto por un viejo pinar. Por el río pasaban entonces barcazas, pero ahora todo aquello estaba pelado, liso y en la orilla sólo se veía un abedul solitario, joven y garboso, como una muchacha, en tanto que por el río sólo transitaban patos y gansos. Era difícil creer que por allí habían pasado barcas en otros tiempos. Yakov cerró los ojos y en su imaginación vio venir hacia él, uno tras otro, una interminable bandada de gansos blancos.Le sorprendía darse cuenta de que no había bajado al río una sola vez durante los últimos cuarenta o cincuenta años de su vida, o si había venido no se había dado cuenta de ello.La corriente era firme y bastante caudalosa; se habría podido pescar en ella y vender el pescado a los comerciantes, a los funcionarios, al cantinero de la estación, e ingresar el dinero en el banco. Habría podido ir en lancha por el río, de finca en finca, tocando el violín, y la gente de toda condición habría dado dinero por oírle. Habría podido trabajar con una lancha en el río, lo que hubiera sido más provechoso que hacer ataúdes. Por último, habría podido criar gansos, matarlos y enviarlos a Moscú en el invierno; quizá con sólo la venta de las plumas habría podido embolsarse diez rublos al año.Pero había perdido todas esas oportunidades; no había hecho nada.¡qué pérdidas!¡Ay qué pérdidas! Y si se sumaba todo ello -pescar, tocar el violín, trabajar con una lancha, criar gansos- ¡qué capitalazo hubiera reunido. Pero ni en sueños había hecho nada de eso; su vida había transcurrido sin gusto ni provecho, tonta e inútilmente. Delante de sí no quedaba nada; detrás tampoco, salvo pérdidas y pérdidas tan horribles que de sólo pensar en ellas sentía escalofríos. ¿Y por qué no puede un hombre vivir de manera que se puedan evitar tales perjuicios y pérdidas? A ver ¿por qué se talaron esos abedules y ese pinar? ¿Qué necesidad había de que estuvieran baldíos esos pastizales? ¿Por qué la gente hace siempre precisamente lo que no debe hacer?¿Por qué Yakov, durante toda su vida, había reñido, chillado, amenazado con el puño e injuriado a su mujer?Otra pregunta ¿que necesidad había habido de insultar y asustar a un judío un momento antes?¿Por qué, en general, los hombres están siempre echándose la zancadilla unos a otros? ¡pues hay que ver las pérdidas que se originan con eso!¡Pérdidas terribles! Si no fuera por el odio y la rabia los hombres podrían obtener unos de otros ganancias enormes.
                                                                                                        
                      Todo ese anochecer, toda esa noche, estuvo Yakov soñando con el niño, con el cauce, con el pescado y los gansos, con Marfa y su perfil de pájaro sediento, con el rostro pálido y lastimero de Rothschild. Unos a modo de hocicos parecían acercarse a él por todos lados, murmurándole sus pérdidas. Daba vueltas y más vueltas en la cama y se levantó cinco veces durante la noche para tocar el violín.Haciendo un esfuerzo se levantó a la mañana siguiente y fue al hospital. el mismo Maksim Nicolaich le mandó ponerse paños fríos en la cabeza y le dio unos polvos; pero, por la expresión de la cara y el tono de la voz del practicante, Yakov entendió que la cosa iba mal y que no había polvos que pudieran ayudarlo ya. Cuando volvía a casa iba pensando que de su muerte resultaría al menos una ganancia: no tendría que comer, ni beber, ni pagar impuestos, ni ofender a nadie; y como el individuo permanece en la tumba durante cientos y miles de años, la suma de ello da por resultado una ganancia colosal. Así, pues, la vida es para el hombre una pérdida, la muerte una ganancia. Esta conclusión es, por supuesto, correcta, pero también lamentable y amarga. ¿Por qué en este mundo las cosas están ordenadas de modo que la vida, que el hombre recibe tan sólo una vez, deba transcurrir sin ganancia alguna?
No lamentaba tener que morir, pero cuando al llegar a casa vio el violín se le encogió el corazón y se puso muy triste. No podía llevar consigo el violín a la tumba, por lo que éste quedaría huérfano y correría la misma suerte que los bosquecillos de sauces y pinos. Todo en este mundo acababa y seguiría acabando.Yakov salió y se sentó en el umbral de la cabaña, apretando el violín contra su pecho. Y  mientras pensaba en su vida desaprovechada y caduca empezó a tocar, sin darse cuenta de que lo que tocaba era triste y enternecedor ni de que las lágrimas se deslizaban por sus mejillas. Y cuanto más pensaba, más triste sonaba el violín.
Rechinó un picaporte y entró Rothschild por la puerta de la valla. Cruzó audazmente la primera mitad del patio, pero al ver a Yakov hizo alto, se agachó y, seguramente de susto, empezó a hace señas con las manos,como queriendo mostrar con los dedos la hora que era.-Ven aquí, no tengas miedo -dijo Yakov con dulzura, indicándole que se aproximara-.¡Acércate!Mirando desconfiado y miedoso, Rothschild fue acercándose y se detuvo a dos o tres pasos de Yakov.-¡Por favor, no me pegue!-dijo inclinándose-.Moisei Ilich me manda otra vez. "No temas, me ha dicho, vuelve a Yakov y dile que sin él no podemos salir del paso".Hay una boda el jueves que viene...Sí...íí. El señor Shapovalov casa a su hija con un hombre de bien. Y la boda ¡huy, huy! será de postín -agregó el judío haciendo un guiño.-No puedo ir -dijo Yakov, respirando penosamente-.Estoy enfermo, muchacho.Empezó a tocar de nuevo; y las lágrimas le saltaban de los ojos al violín.Rothschild escuchaba atentamente, mirándole de soslayo, con los brazos cruzados sobre el pecho. Y el miedo y la perplejidad de su cara fueron trocándose poco a poco en sufrimiento y angustia. Levantó los ojos como en un éxtasis de dolor y murmuró "¡Ah!", y las lágrimas empezaron a resbalar lentamente por sus mejillas y a caer sobre la levita verde.El resto del día lo pasó Yakov acostado y entristecido. Cuando al anochecer llegó el sacerdote para confesarle y le preguntó si no recordaba algún pecado en particular, trató de reanimar su enflaquecida memoria y vio de nuevo ante sí la cara triste de Marfa y oyó el grito desesperado del judío cuando el perro le mordió. Murmuró con un hilo de voz:-Dé mi violín a Rothschild.-Así se hará- respondió el sacerdote.
Ahora toda la gente del pueblo pregunta:-¿De dónde habrá sacado Rothschild un violín tan estupendo? ¡Lo habrá comprado, lo habrá robado, o quizá lo habrá sacado de una casa de préstamos?Hace tiempo que Rothschild ha abandonado la flauta. Ahora bien, cuando trata de reproducir lo que Yakov tocaba sentado en el umbral de la cabaña, el resultado es tan plañidero y dolorido que sus oyentes rompen a llorar y él mismo acaba por alzar los ojos y murmurar "¡Ah!".Y esta nueva canción gusta tanto en el pueblo, que los comerciantes y los funcionarios rivalizan en invitar a Rothschild a sus casas y a menudo hacen que toque esa pieza diez veces seguidas.
Marc Chagall, Mi vida
L


Anton Chéjov, El violín de Rotschild y otros relatos, Alianza Editorial.