"¿Sabe usted cómo escribo yo mis cuentos? -le dijo a Korolenko, el periodista y narrador radical, cuando acababan de conocerse- Así." Echó una ojeada a la mesa -cuenta Korolenko- tomó el primer objeto que encontró, que resultó ser un cenicero, y poniéndomelo delante dijo: " Si usted quiere mañana tendrá un cuento. Se llamará El cenicero."Y en aquel mismo instante le pareció a Korolenko que aquel cenicero estaba experimentando una transformación mágica: "Ciertas situaciones indefinidas, aventuras que aún no habían hallado una forma concreta, estaban empezando a cristalizar en torno al cenicero". V.NABOKOV/"Chéjov"


"¿Has visto alguna vez un montaje realmente hermoso de, digamos, "El jardín de los cerezos"? No me digas que sí. Nadie lo ha visto. Puede que hayas visto "montajes inspirados, montajes eficaces", pero nunca algo hermoso. Nunca una versión en la cual todos los que salen al escenario estén a la altura del talento de Chéjov, matiz por matiz, carácter por carácter."-J.D.Salinger

Letras Libres: 17 enero 2020 ***Feliz cumpleaños,Anton Chéjov

miércoles, 23 de septiembre de 2020

Anton Chéjov escribe una carta a Dimitri Grigorovich



Si en 
Anton Chéjov recibe una carta se puede leer el mensaje cálido pero apremiante que el escritor y reconocido intelectual ruso Dimitri Grigorovich envió el 25 de marzo de 1886 a un desconocido joven médico  que escribía relatos, ésta es  la carta con que tres días después  le respondió  el escritor que se creía sólo un "aficionado",y acabaría siendo -Anton Chéjov-.
 






A DIMITRI v. GRIGOROVICH
Moscú,28 de marzo de 1886


Su carta, mi querido y buen bienhechor,me ha impactado como un rayo. Me conmovió y casi rompo a llorar. Ahora pienso que ha dejado una profunda huella en  mi alma. Del mismo modo que usted ha acariciado mi juventud, quiera Dios se sosiegue su vejez, pues no encuentro palabras ni hechos para agradecérselo. Ya sabe con qué ojos mira la gente corriente a los elegidos como usted; por eso puede juzgar qué representa para mi amor propio su carta. Está por encima de cualquier diploma y para un escritor principiante representa los honorarios presentes y futuros.Estoy embriagado. No tengo fuerzas para juzgar si merezco o no esa alta recompensa. Le repito únicamente que me ha impactado.

Si tengo un don que deba ser respetado, le confieso, ante la pureza de su corazón, que hasta ahora no lo respeté. Sentía que lo tenía, pero me acostumbré a considerarlo insignificante. Para que un organismo sea injusto consigo mismo, receloso y desconfiado, son suficientes razones de naturaleza puramente externa. Y, si mal no recuerdo, tales razones abundan en mí.Todas las personas cercanas a mí han menospreciado mi actividad de escritor y no han cesado de aconsejarme amistosamente que no cambiara mi ocupación actual por la de escritor. Tengo en Moscú cientos de conocidos, entre ellos dos docenas que escriben y no puedo recordar ni a uno solo que haya visto en mí a un artista. En Moscú existe el llamado "círculo literario". Talentos y mediocridades de cualquier pelaje y edad se reúnen una vez por semana en el reservado de un restaurante y derrochan sus lenguas. Si fuera allí y les leyera una parte de su carta se reirían de mí. Tras cinco años de deambular por los periódicos he logrado compenetrarme con esa opinión general de mi insignificancia literaria. En seguida me acostumbré a mirar mis trabajos con indulgencia y a escribir de manera trivial.Esa es la primera razón...La segunda es que soy médico y siento una gran pasión por la medicina, de modo que el proverbio sobre las dos liebres* nunca quitó tanto el sueño como a mí.

Le escribo todo esto sólo para justificar un poco ante usted mi gran pecado. Hasta ahora he mantenido, respecto a mi labor literaria, una actitud superficial, negligente y gratuita. No recuerdo ni un solo cuento mío en el que haya trabajado más de un día. "El cazador", que a usted le gusta, lo escribí en una casa de baños. He escrito mis cuentos como los reporteros que informan de un incendio: mecánicamente, medio inconsciente, sin preocuparme para nada del lector ni de mí mismo...He escrito intentando no desperdiciar en un cuento las imágenes y los cuadros que quiero y que, sabe Dios por qué,he guardado y escondido con mucho cuidado.

Lo primero que me llevó a la autocrítica fue una carta muy amable y, por lo que entiendo, sincera de Suvorin. Comencé entonces a prepararme para escribir algo más serio, pero, a pesar de todo, no tenía fe en mi valía literaria.

Y entonces, inesperadamente, me llegó su carta. Disculpe la comparación, pero ha actuado en mí como la orden gubernamental de "abandonar la ciudad en veinticuatro horas", esto es,de pronto he sentido la imperiosa necesidad de darme prisa, de salir lo antes posible del lugar donde me halló empantanado...

Estoy de acuerdo en todo con usted. El cinismo que me señala, lo sentí al ver publicado "La bruja". Si hubiera escrito ese cuento no en un día, sino en tres o cuatro, no lo habría...

Me libraré de los trabajos urgentes, pero me llevará tiempo...No es posible abandonar el carril en que me encuentro. No me importa pasar hambre, como ya pasé antes, pero no se trata de mí...Dedico a escribir mis horas de ocio, dos o tres por día y un poco de noche, esto es, un tiempo apenas suficiente para pequeños trabajos. En verano, cuando tenga más tiempo libre y menos obligaciones, me ocuparé de asuntos serios.

No puedo poner mi verdadero nombre en el libro, porque ya es tarde:la viñeta ya está preparada y el libro, impreso. Mucha gente de San Petersburgo me ha aconsejado, antes que usted, no echar a perder el libro con un seudónimo, pero no les he hecho caso, probablemente por amor propio.No me gusta nada mi libro**. Es una vinagreta, un batiburrillo de trabajos estudiantiles, desplumados por la censura y por los editores de las publicaciones humorísticas. Creo que, después de leerlo, muchos se sentirán decepcionados. Si hubiera sabido que usted me lee y sigue mis pasos, no lo habría publicado.

La esperanza está en el futuro. Sólo tengo veintiséis años. Quizás me de tiempo a hacer algo, aunque el tiempo pasa deprisa.

Le pido disculpas por esta carta tan larga. No se lo recrimine a quien por primera vez en su vida se atrevió a deleitarse con el placer de escribir una carta a Grigorovich.

Envíeme, si es posible, su tarjeta de visita. Me siento tan inquieto y colmado de atención por usted, que me parece que le escribiría no una hoja, sino toda una resmilla. Que el señor le otorgue felicidad y salud.
Con profundo y sincero respeto y agradecimiento,
Antón Chéjov


*Alusión al proverbio ruso:"El que sigue dos liebres, tal vez cace una, y muchas veces ninguna".
**Chéjov se refiere a su segundo libro, "Cuentos abigarrados".
 
 El texto está en  "A.Chéjov, Sobre literatura y vida",editado admirablemente,por Páginas de Espuma, como antes editaron sus "Cuentos completos" en cuatro tomos. 

lunes, 27 de julio de 2020

Ana María Matute: Los cuentos vagabundos



Ana María Matute (Barcelona, 1925-2014) fue  una de los  escritores de la posguerra española más interesantes y prometedores. Tiene una obra  larga y desigual con una  primera etapa sólida y brillante, Fiesta al NordestePrimera memoriaLos hijos muertos...,en que transforma  materiales autobiográficos en  prosa 
  de gran fuerza literaria.Tras una interrupción de casi veinte años su estilo fue derivando hacia lo fantástico-medieval, quimérico y alegórico que culmina en  Olvidado rey Gudú.


Menchu Gal (Irún, Guipúzcoa, 1919-San Sebastián,2008), fauvista, expresionista, cubista,  con un  estilo vigoroso y poético que  la convierte en  una de los más interesantes   pintores españoles de  posguerra.


Los cuentos vagabundos





Pocas cosas existen tan cargadas de magia como las palabras de un cuento. Ese cuento breve, lleno de sugerencias, dueño de un extraño poder que arrebata y pone alas hacia mundos donde no existen ni el suelo ni el cielo.Los cuentos representan uno de los aspectos más inolvidables e intensos de la primera infancia. Todos los niños del mundo han escuchado cuentos. Ese cuento que no debe escribirse y lleva de voz en voz paisajes y figuras, movidos más por la imaginación del oyente que por la palabra del narrador.



He llegado a creer que solamente existen media docena de cuentos. Pero los cuentos son viajeros impenitentes. Las alas de los cuentos van más allá y más rápido de lo que lógicamente pueda creerse. Son los pueblos, las aldeas, los que reciben a los cuentos.Por la noche, suavemente, y en invierno. Son como el viento que se filtra, gimiendo, por las rendijas de las puertas. que se cuela hasta los huesos, con un estremecimiento sutil y hondo. Hay, incluso, ciertos cuentos que casi obligan a abrigarse más, a arrebujarse junto al fuego, con las manos escondidas y los ojos cerrados.
Los pueblos, digo, los reciben de noche. Desde hace miles de años que llegan a través de las montañas, y duermen en la casa, en los rincones del granero, en el fuego. De paso, como peregrinos. Por eso son los viejos, desvelados y nostálgicos, quienes los cuentan.
Los cuentos son renegados, vagabundos, con algo de la inconsciencia y crueldad infantil, con algo de su misterio. Hacen llorar o reír, se olvidan de donde nacieron, se adaptan a los trajes y a las costumbres de allí donde los reciben. Sí, realmente, no hay más de media docena de cuentos. Pero ¡cuántos hijos van dejando por el camino! 
Mi abuela me contaba, cuando yo era pequeña, la historia de la Niña de Nieve. Esta niña de nieve, en sus labios, quedaba irremisiblemente emplazada en aquel paisaje de nuestras montañas, en una alta sierra de la vieja Castilla. Los campesinos del cuento eran para mí una pareja de labradores de tez oscura y áspera, de lacónicas palabras y mirada perdida, como yo los había visto en nuestra tierra. Un día el campesino de este cuento vio nevar. Yo veía entonces, con sus ojos, un invierno serrano ,con esqueletos negros de árboles cubiertos de humedad, con centelleo de estrellas. Veía largos caminos, montaña arriba, y aquel cielo gris, con sus largas nubes, que tenían un relieve de piedras. El hombre del cuento, que vio nevar, estaba triste porque no tenía hijos. Salió a la nieve,y, con ella ,hizo una niña. Su mujer miraba desde la ventana. Mi abuela explicaba:"No le salieron muy bien los pies. Entró en la casa y su mujer le trajo una sartén. Así, los moldearon lo mejor que pudieron". La imagen no puede ser más confusa. Sin embargo , para mí, en aquel tiempo, nada más natural. Yo veía perfectamente a la mujer, que traía una sartén, negra como el hollín. Sobre ella, la nieve de la niña resaltaba blanca y viva. Y yo seguía viendo, claramente, cómo el hombre moldeaba los pequeños pies. "La niña empezó entonces a hablar",continuaba mi abuela. Aquí se obraba el milagro del cuento. Su magia inundaba el corazón con una lluvia dulce, punzante. Y empezaba a temblar un mundo nuevo e inquieto. Era también tan natural que la niña de nieve empezase a hablar...en los labios de mi abuela, dentro del cuento y del paisaje, no podía ser de otro modo. Mi abuela decía, luego, que la niña de nieve creció hasta los siete años. Pero llegó la noche de San Juan. En el cuento, la noche de San Juan tiene un olor, una temperatura y una luz que no existen en la realidad. La noche de San Juan es una noche exclusivamente para los cuentos. En el que ahora me ocupa hubo hogueras como es de rigor. Y mi abuela me decía:"Todos los niños saltaban por encima del fuego, pero la niña de nieve tenía miedo. Al fin, tanto se burlaron de ella, que se decidió. Y entonces, ¿sabes qué es lo que le pasó a la niña de nieve?" Sí, yo lo imaginaba bien. La veía moverse blanda hasta derretirse. Desaparecía para siempre. "¿Y no apagaba el fuego?", preguntaba yo con un vago deseo.¡Ah!, pero eso mi abuela no lo sabía. Sólo sabía que los viejos campesinos lloraron mucho la pérdida de su niña.

No hace mucho tiempo me enteré de que el cuento de la Niña de Nieve, que mi abuela recogiera de labios de la suya, era en realidad una antigua leyenda ucraniana. Pero ¡qué diferente, en labios de mi abuela, a como la leí! La niña de nieve atravesó montañas y ríos, calzó altas botas de fieltro, zuecos, fue descalza o con abarcas, vistió falda roja o blanca, fue rubia o de cabello negro, se adornó con monedas de oro o botones de cobre, y llegó a mí, siendo niña, con justillo negro y rodetes de trenza arrollados a los lados de la cabeza.
La niña de nieve se iría luego, digo yo, como esos pájaros que buscan eternamente, en los cuentos, los fabulosos países donde brilla siempre el sol. Y allí en vez de fundirse y desaparecer, seguirá viva y helada, con otro vestido, otra lengua, convirtiéndose en agua todos los día sobre ese fuego que, bien sea en un bosque, bien en un hogar cualquiera, está encendiéndose todos los días para ella. El cuento de la niña de nieve como el cuento del hermano bueno y el hermano malo, como el del avaro y el del tercer hijo tonto, como el de la madrastra y el hada buena, viajará todos los días y a través de todas las tierras. Allí, a la aldea donde no se conocía el tren, llegó el cuento caminando. El cuento es astuto. Se filtra en el vino, en las lenguas de las viejas, en las historias de los santos. Se vuelve melodía torpe, en la garganta de un caminante que bebe en la taberna y toca la bandurria. Se esconde en las calumnias, en los cruces de caminos, en los cementerios, en la oscuridad de los pajares. El cuento se va, pero deja sus huellas. Y aun las arrastra por el camino, como van ladrando los perros tras los carros , carretera adelante. El cuento llega y se marcha por la noche, llevándose debajo de las alas la rara zozobra de los niños. A escondidas, pegándose al frío y a las cunetas, va huyendo. A veces pícaro, o inocente, o cruel. O alegre, o triste. Siempre robando una nostalgia, con su viejo corazón de vagabundo.





Ana María Matute, El tiempo, Destinolibro,1991

martes, 5 de mayo de 2020

Anton Chéjov y Marianne Moore un mismo tema


                      
W.H.Auden cuenta cómo  la primera vez que leyó poemas de Marianne Moore pensó algo parecido  a "¿pero esta de qué va?" y  siguió leyendo los estrafalarios versos  porque le enganchó  el tono de voz  y  poco a poco fue descubriendo que los poemas  fulguraban como joyas de imaginación, visión  y lenguaje y entraron a formar parte de sus preferidos. "To a chameleon" es de 1959 una etapa ya de mantenida  madurez de la poeta. 


TO A CHAMELEON

Hid by the august foliage and fruit of the grape-vine

twine
your anatomy
round the pruned and polished stem,
Chameleon
Fire laid upon
an emerald as long as
the Dark King'massy
one,
could not snap the spectrum up for food as you have done.



A UN CAMALEÓN/ Oculto entre el augusto follaje y los frutos de la viña/ entretejes/ tu anatomía/ alrededor del mondo tallo pulido,/Camaleón./ Ni el fuego encendido/ sobre una esmeralda tan grande como/ aquella/ enorme del Rey Oscuro/podría arrebatar y devorar el espectro solar como tu has hecho.
Marianne Moore, 1959









                                     (ampliar todas)
En cambio Antón Chéjov cuando escribe "El Camaleón" en 1884 tenía sólo 24 años y trataba de desaparecer firmando Chejonte. Acababa de terminar medicina y creía que ser médico era su verdadera vocación. Es verdad que desde los veinte años escribía pequeñas historias de cuya publicación y éxito dependía económicamente su familia, pero no lo consideraba nada serio y menos definitivo. Hasta que en 1886 el escritor Dimitri Grigórovich le hizo abrir los ojos mostrándole su admiración y señalándole la responsabilidad que tenía con el don que había recibido. Chéjov, prodigioso en todo. Faltan seis años para su extraordinario viaje a la isla de Sajalín y mucho menos para que con las nuevas experiencias, sumergiendose en la escritura se convierta en un maestro inigualable.


EL CAMALEÓN

El inspector de policía Ochumélov, con su capote nuevo y un paquete en la mano, atraviesa la plaza del mercado. Le sigue un agente pelirrojo con un tamiz lleno a rebosar de grosellas confiscadas. A su alrededor reina el silencio...En la plaza no hay ni un alma...Las puertas abiertas de tiendas y tabernas contemplan con tristeza este mundo de Dios, como bocas hambrientas; ni siquiera se ven mendigos a su lado.
- ¿Así que quieres morderme, maldito? -oye de pronto Ochumélov- ¡No lo dejéis escapar, muchachos! ¡Ahora está prohibido morder!¡Cogedlo! ¡Ah...! ¡Ah!

Se oye un aullido. Ochumélov vuelve la cabeza y ve un perro que, saltando sobre tres patas, se aleja corriendo del almacén de madera del comerciante Pichuguin, sin dejar de mirar a un lado y a otro. Lo persigue un hombre con camisa de percal almidonada y chaleco desabotonado que se lanza con el torso hacia adelante y, tras caer al suelo, atrapa al animal por las patas traseras. De nuevo se oye un aullido y un grito: "¡Qué no escape!". Algunas caras soñolientas se asoman desde las tiendas y en un abrir y cerrar de ojos, como salida de debajo de la tierra, una muchedumbre se agolpa delante del almacén de madera.
-¡Están alterando el orden,excelencia...!- dice el agente.

Ochumélov gira a la izquierda y se encamina al lugar de la reunión. Junto a la puerta del almacén ve cómo el hombre del chaleco desabotonado, mencionado más arriba, levanta la mano derecha y muestra a la concurrencia un dedo ensangrentado. En su rostro de borracho puede leerse: "¡Me las pagarás, granuja!", y el mismo dedo parece un signo de victoria. Ochumélov reconoce en ese hombre al orfebre Jriukin. En medio de la multitud, con las patas delanteras separadas y todo el cuerpo tembloroso, está sentado el responsable del escándalo, un cachorro de galgo blanco con el hocico afilado y una mancha amarilla en el lomo. Sus llorosos ojos expresan tristeza y pavor.
-¿Qué pasa aquí? -pregunta Ochumélov, abriéndose paso entre el gentío-. ¿Qué es esto? ¿Qué está haciendo con el dedo...?¿Quién ha gritado?

-Iba tranquilamente por la calle, excelencia, sin meterme con nadie...-empieza Jriukin, tosiendo en el puño-. Para tratar de la leña con Mitra Mitirch; de pronto, este canalla, sin razón alguna, me mordió el dedo...Perdóneme, pero soy un trabajador...Mi actividad requiere una gran minuciosidad. Quiero que me paguen, porque tal vez no pueda mover el dedo en una semana...En ninguna parte está escrito, excelencia, que haya que aguantar que estas bestias...Si todos se ponen a morder, más valdría no vivir en este mundo...
-¡Hum...!Está bien...-dice Ochumélov con aire severo, tosiendo y moviendo las cejas-. Está bien...¿De quién es este perro? Las cosas no van a quedar así.¿Os voy a enseñar a dejar sueltos a los perros! ¿Ya es hora de ocuparse de esos señores que no quieren respetar las ordenanzas! ¡Cuando le haya puesto una multa a ese miserable sabrá lo que significa dejar en plena calle a un perro o cualquier otro animal! ¡Se va a enterar de quién soy yo...!¡Yeldirin!- dijo , dirigiéndose al agente-. ¡Encuentra al propietario de este perro y levanta el atestado! ¡Y al perro hay que sacrificarlo! ¡Ahora mismo! Seguro que tiene rabia...¿De quién es este perro? ¿Es que no me oís?

-¡Me parece que es del general Zhigálov! -grita alguien entre la multitud.
-¿Del general Zhigálov? Hum...Ayúdame a quitarme el capote, Yeldirin...¡Hace un calor insoportable! Seguro que va a llover...Solo hay una cosa que no entiendo: ¿cómo ha podido morderte? -dice dirigiéndose a Jriukin-. ¿Acaso puede llegarte al dedo?¡con lo pequeño que es y el corpachón que tu tienes! Seguro que te has arañado el dedo con un clavo y luego se te ha ocurrido la idea de sacar provecho. ¡Te ...conozco muy bien! ¡Os tengo muy calados a todos, demonios!
-Le ha puesto un cigarrillo en el hocico para divertirse, excelencia, y el perro, que no es tonto, le ha mordido...¡Siempre está armando líos excelencia!
-¡Mientes, tuerto del demonio! No has visto nada, así que ¿por qué mientes? Su excelencia es un hombre inteligente y sabe quién miente y quién habla en conciencia, como delante de Dios...Si miento, que sea el juez de paz quien lo diga. En sus leyes está escrito...Hoy día todos somos iguales...Un hermano mío es gendarme...por si quieren saberlo...
-¡Nada de comentarios!
-No, no es del general...-observa el agente, sumido en profunda meditación-.El general no tiene perros así. Casi todos los suyos son perros de muestra...
-¿Estás seguro?
-Completamente, excelencia...
-Ya lo sabía. El general tiene perros caros, de raza, mientras que este...¡el diablo sabe lo qué es! No tiene pelo, nin prestancia...Es una birria...¿Cómo va a tener un perro así? ¿Dónde tenéis la cabeza?Si un perro como este apareciera en San Petersburgo o Moscú, ¡sabéis lo que pasaría? ¡No se pararían a ver lo que dice la ley, sino que lo matarían de inmediato! Tú has resultado herido, Jriukin y no debes dejar que este asunto acabe así...¡Hay que darle una lección! Ya es hora...

-Aunque es posible que sea del general...-piensa en voz alta el agente-. No es algo que se lleve escrito en el hocico...El otro día vi uno parecido en su patio.
-¡Es del general, no cabe duda! -dice alguien entre la multitud.
-Hum...Ayúdame a ponerme el capote, amigo Yeldirin...Se ha levantado algo de viento...Tengo escalofríos...Llévalo a casa del general y pregunta si es suyo. Diles que lo he encontrado y que se lo envío...Y añade que no lo dejen suelto por la calle...Puede que sea un perro caro y, si algún cualquier cerdo le pone un cigarrillo en el hocico, no tardará mucho en echarse a perder. Un perro es un animal delicado...¡Y tú, granuja, baja el brazo! ¡No hay razón imbécil, para que enseñes el dedo!¡La culpa la tienes tú!

- Por ahí viene el cocinero del general. Vamos a preguntarle...¡Eh, Prójor! ¡Ven aquí un momento, amigo! Échale un vistazo a este perro...¡Es vuestro?
-¡Qué dices! ¡Jamás hemos tenido un perro así!
-Bueno, ya no hay necesidad de seguir preguntando -dice Ochumélov-.¡Es un perro vagabundo! No tiene sentido seguir dándole vueltas al asunto...Si digo que es un perro vagabundo, es que es un perro vagabundo...Hay que acabar con él, eso es todo.
-No es nuestro -continúa Prójor-. Es del hermano del general, que ha llegado hace unos días. Al general no le gustan los galgos. Es de su hermano...
-¿Ha llegado el hermano del general? ¿Vladimir Ivánich? -pregunta Ochumélov y una afectuosa sonrisa ilumina todo su rostro-. ¡Vaya por Dios! ¡Y yo sin saber nada! ¿Ha venido de visita?
-Así es...
-Vaya por Dios...Echaba de menos a su hermanito...¡Y yo sin saberlo! ¿Así que ese perro es suyo? Estupendo...Cógelo...Menudo ejemplar...Es muy vivaracho...¡Le ha dado un mordisco en el dedo a ese! ¿Ja,ja, ja! Bueno, ¿por qué tiemblas? Rrr...rr...Está enfadado el muy bribón...Qué cachorro más bonito...

Prójor llama al perro y se aleja con él del almacén de madera...El gentío se ríe a carcajadas de Jriukin.
-¡Todavía tengo que ajustar cuentas contigo! -le dice Ochumélov, amenazándole, y , tras envolverse en su capote, sigue su camino por la plaza del mercado. Anton Chéjov, 1884


Marianne Moore, Poesía completa, Lumen,2010
Anton Chéjov, Cuentos completos [1880-1885] Páginas de espuma, 2013


domingo, 23 de febrero de 2020

Rafael 500 años


El 6 de abril de 2020 hará 500 años que murió Rafael Sanzio a los 37 años. Había nacido en Urbino  otro  6 de abril de 1483. Tuvo una vida intensa de estudio, trabajo y éxitos y dejaba  una dilatada obra posible en tiempo tan corto por haber  contado con el taller que formó por consejo del Papa Julio II para atender encargos tan extensos como los frescos vaticanos. Giorgio Vasari no ahorra elogios en su semblanza: 
"...en Rafael resplandecían brillantemente todas las egregias virtudes del espíritu, acompañadas de tanta gracia, estudio,belleza, modestia y buenas costumbres, que habrían sido capaces de ocultar cualquier vicio y mancha, por vulgares y grandes que hubieran sido. Por lo que se puede asegurar que los que poseen las dotes de Rafael no son simples hombres, sino dioses mortales." 
Y en sus obras se hace evidente además del talento  una percepción privilegiada para reconocer y capturar lo más valioso en los artistas de vanguardia de su tiempo, sobre todo Leonardo y Miguel Ángel y para metabolizarlo y hacerlo fluir integrado en su propia corriente creativa.
Es considerado el artista que representa la plenitud del Alto Renacimiento y  su muerte se utiliza a menudo para dar el periodo por terminado.El especialista en Arte del Renacimiento André Chastel recuerda:
"...en las obras de madurez vibra una extraordinaria capacidad de simpatía por las diversas actitudes del sentimiento humano. Y ello le permitirá ser un retratista sin igual". A. Chastel, Arte y humanismo en Florencia en la época de Lorenzo el Magnífico 
Mientras Rafael -primero a las órdenes del Papa Julio II y luego a las de  León X, -pintaba  los frescos en las Estancias Vaticanas que glorificaban a la doctrina católica y a la Iglesia, sobre la Iglesia se hacían más evidentes cada vez las contradicciones entre la doctrina y la práctica. León X ,Giovanni de Medici, hijo de Lorenzo el Magnífico, culto, mundano y de gustos refinados y costosos, sería desencadenante inmediato del estallido de malestar  que  venía de lejos y llegaba a los últimos escándalos del papado que  condujeron  al Concilio de Constanza cien años antes. Ahora la predicación de las indulgencias para recaudar dinero  y continuar las obras  de San Pedro llevará finalmente a la Reforma Protestante. 
El  fraile agustino alemán, Lutero, denuncia en 1517 que las indulgencias porque suponen comprar el perdón, un bien espiritual  con dinero . El Papa y el Emperador (para Carlos V, y para Europa las consecuencias políticas van a ser también  graves ) le piden retractarse y al no hacerlo será excomulgado por Leon X en 1521. 
Para la Iglesia Católica el racionalismo y el humanismo renacentistas producirán efectos irreversibles al iluminar irreconciliables contradicciones entre las conductas y la doctrina cristiana. Lutero daría una vuelta copernicana al catolicismo  al establecer la Salvación por la fe, sin necesidad de las buenas obras, y el Libre Examen que le llevaría a traducir la Biblia del latín  al alemán para que cualquiera pudiera interpretarla con la sola ayuda de Dios. Este hecho le convierte en un protagonista importante  en la historia de la literatura alemana. 
Pero Rafael para entonces,  ya había sido sepultado en el Panteón de Agripa que   tanto admiraba, donde cada año le recuerdan algunos entre los millones que todavía se asombran en el increíble edificio.

 


 
Autoretrato de Rafael y retrato del autor de El Cortesano, Baltasar de Castiglione, junto a varios apuntes y dibujos.

"La Transfiguración" fue una de sus últimas obras. Un gran cuadro de altar que Giorgio Vasari  comenta y describe en "La Vidas" y Stendhal evoca al comienzo de su obra más autobiográfica, "La vida de Henry Brulard"
                   
                          RafaelLa Transfiguración, 1518-20, ól/tela, 405 x 278 cm., Vaticano 



1.-Giorgio Vasari, Las Vidas
          
"Para el cardenal y vicecanciller Julio de Medicis pintó una tabla de la Transfiguración de Cristo que tenía que enviar a Francia e hizo él mismo. Trabajando continuamente en ella, la concluyó a la perfección. En ella representó a Cristo transfigurado en el Monte Tabor, al pie del cual habían permanecido los once discípulos que lo esperaban.[...] 
Las figuras y las cabezas , aparte de su extraordinaria belleza, presentan novedad, variedad y hermosura, de tal forma que los artistas juzgan esta obra como la más celebrada, bella y divina de todas las que hizo. Quien quiera saber cómo se debe pintar un Cristo transfigurado en la divinidad, debe contemplar esta obra, donde lo representó sobre ese monte que emerge en medio de una atmósfera translúcida con Moisés y Elías, que iluminados por la claridad del esplendor, reviven en su luz..."                   

Giorgio Vasari, Las Vidas de los más excelentes arquitectos, pintores y escultores italianos desde Cimabue a nuestros tiemposCátedra, (p.540)               



2.-Stendhal La vida de Henry Brulard :
              
CAPÍTULO I

ME ENCONTRABA esta mañana , 16 de octubre de 1832, en San Pietro in Montorio, sobre el monte Janículo de Roma. Hacía un sol magnífico. Un ligero viento apenas perceptible impulsaba algunas nubecillas blancas por encima del monte Albano. Un calor delicioso dimanaba del aire. Me sentía feliz de vivir. Distinguía con toda precisión Frascati y Castel-Gandolfo, que se hallan a cuatro leguas de aquí, la villa Aldobrandini, donde se encuentra aquel sublime fresco de Judith, pintado por Domenichino. Alcanzo a ver sin esfuerzo el muro blanco que marca las últimas reparaciones hechas por el príncipe Borghese, aquel mismo que conocí en Wagram, siendo él coronel de un regimiento de coraceros, justo el día en que mi amigo M. de Noue perdió una pierna en la batalla. Mucho más lejos, diviso la roca de Palestrina y la mansión blanca de Castel San Pietro, que antaño fuera su fortaleza. Por debajo del muro en que me apoyo, se yerguen los grandes naranjos del huerto de los capuchinos; se ven después del Tiber y el priorato de Malta, y un poco más lejos, a la derecha, el sepulcro de Cecilia Metella, San Pablo y la pirámide de Cestio. Frente a mí, descubro Santa María la Mayor y las esbeltas líneas del palacio Monte Cavallo. Ante mi vida se despliega toda la Roma antigua y moderna desde la antiquísima Via Apia, con las ruinas de sus tumbas y sus acueductos, hasta los magníficos jardines del Pincio, diseñados por los franceses.Este lugar es único en el mundo, me decía perdido en mis ensoñaciones,y, muy a pesar mío, la Roma antigua prevalecía sobre la moderna, y todos los  recuerdos de Tito Livio acudían a mi en tropel. Sobre el monte Albano, a la izquierda del convento, avistaba los prados de Aníbal. 
¡Qué magnífico espectáculo! Y es aquí donde la Transfiguración de Rafael fue admirada durante más de dos siglos  y medio. ¡Qué diferencia con la triste galería de mármol gris donde permanece enterrada hoy día, al fondo del Vaticano! ¡Y pensar que estuvo aquí esa obra maestra durante más de doscientos cincuenta años! ¡Doscientos cincuenta años!...Ah, dentro de tres meses cumpliré yo cincuenta. ¡Cómo es posible!1783, 1793, 1803, llevo la cuenta con los dedos...y 1833, cincuenta años en total. ¡Será posible! ¡Cincuenta! Voy a cumplir los cincuenta..."

         
 Stendhal, La vida de Henry Brulard,            Alfaguara,2004
 relacionado:
Rafael los años de Florencia

martes, 3 de diciembre de 2019

Navidad 2019







Joseph Brodsky hizo con  prodigios  los versos de Navidad de 1989


                     Rembrandt, 1646, La adoración de los pastores


Imagina a tres Reyes, la procesión de sus caravanas hacia el portal; o mejor, tres rayos que alcanzan la estrella,el crujido de su carga, el sonido de las campanillas (en el azul espeso, el Niño aún no cuenta 
con el eco de una gran campana).Imagina que el Señor en el Hijo del Hombre por vez primera  se reconoce a Sí mismo, a una distancia remota,en las tinieblas:un vagabundo en otro vagabundo. 



Joseph Brodsky, Poemas de Navidad, Visor

domingo, 29 de septiembre de 2019

Gabriel García Márquez "Un día de estos"





García Márquez aplica con precisión y mucho talento la idea del "iceberg" de  Hemingway a un breve texto cargado de electricidad que se dilata y completa  en la parte sumergida.




Un día de éstos


El lunes amaneció tibio y sin lluvia. Don Aurelio Escovar, dentista sin título y buen madrugador, abrió su gabinete a las seis. Sacó de la vidriera una dentadura postiza montada aún en el molde de yeso y puso sobre la mesa un puñado de instrumentos que ordenó de mayor a menor, como en una exposición.Llevaba una camisa a rayas, sin cuello, cerrada arriba con un botón dorado, y los pantalones sostenidos con cargadores elásticos. Era rígido, enjuto, con una mirada que raras veces correspondía a la situación, como la mirada de los sordos.
Cuando tuvo las cosas dispuestas sobre la mesa rodó la fresa hacia el sillón de resortes y se sentó a pulir la dentadura postiza. Parecía no pensar en lo que hacía pero trabajaba con obstinación, pedaleando en la fresa incluso cuando no se servía de ella.
Después de las ocho hizo una pausa para mirar el cielo por la ventana y vio dos gallinazos pensativos que se secaban al sol en el caballete de la casa vecina. Siguió trabajando con la idea de que antes del almuerzo volvería a llover. La voz destemplada de su hijo de once años lo sacó de su abstracción.
-Papá.
-Qué.
-Dice el Alcalde que si le sacas una muela.
-Dile que no estoy aquí. 
Estaba puliendo un diente de oro. Lo retiró a la distancia del brazo y lo examinó con los ojos a medio cerrar. En la salita de espera volvió a gritar su hijo.
-Dice que estás porque te está oyendo. 
El dentista siguió examinando el diente. sólo cuando lo puso en la mesa con los trabajos terminados,dijo:
-Mejor.
Volvió a operar la fresa. De una cajita de cartón donde guardaba las cosas por hacer, sacó un puente de varias piezas y empezó a pulir el oro.
-Papá.
-Qué.
Aún no había cambiado de expresión.
-Dice que si no le sacas la muela te pega un tiro.
Sin apresurarse, con un movimiento extremadamente tranquilo, dejó de pedalear en la fresa, la retiró del sillón y abrió por completo la gaveta inferior de la mesa. Allí estaba el revólver.
-Bueno -dijo-.Dile que venga a pegármelo.
Hizo girar el sillón hasta quedar de frente a la puerta, la mano apoyada en el borde de la gaveta. El Alcalde apareció en el umbral. Se había afeitado la mejilla izquierda, pero en la otra, hinchada y dolorida, tenía una barba de cinco días. El dentista vio en sus ojos marchitos muchas noches de desesperación. Cerró la gaveta con la punta de los dedos y dijo suavemente:
-Siéntese.
-Buenos días -dijo el Alcalde.
-Buenos -dijo el dentista.
Mientras hervían los instrumentos, el alcalde apoyó el cráneo en el cabezal de la silla y se sintió mejor. Respiraba un olor glacial. Era un gabinete pobre: una vieja silla de madera, la fresa de pedal y una vidriera con pomos de loza. Frente a la silla, una ventana con  un cancel de tela hasta la altura de un hombre. Cuando sintió que el dentista se acercaba, el Alcalde afirmó los talones y abrió la boca. Don Aurelio Escovar le movió la cara hacia la luz. Después de observar la muela dañada, ajustó la mandíbula con una cautelosa presión de los dedos.
-Tiene que ser sin anestesia -dijo.
-¿Por qué? 
-Porque tiene un absceso.
El Alcalde lo miró a los ojos. "Está bien", dijo, y trató de sonreír. El dentista no le correspondió. Llevó a la mesa de trabajo la cacerola con los instrumentos hervidos y los sacó del agua con unas pinzas frías, todavía sin apresurarse. Después rodó la escupidera con la punta del zapato y fue a lavarse las manos en el aguamanil. Hizo todo sin mirar al Alcalde. Pero el Alcalde no lo perdió de vista.
Era un cordal inferior. El dentista abrió las piernas y apretó la muela con el gatillo caliente. El Alcalde se aferró a las barras de la silla, descargó toda su fuerza en los pies y sintió un vacío helado en los riñones, pero no soltó un suspiro. El dentista sólo movió la muñeca. Sin rencor, más bien con una amarga ternura,dijo:
-Aquí nos paga veinte muertos, teniente.
El Alcalde sintió un crujido de huesos en la mandíbula y sus ojos se llenaron de lágrimas. Pero no suspiró hasta que no sintió salir la muela. Entonces la vio a través de las lágrimas. Le pareció tan extraña a su dolor, que no pudo entender la tortura de sus cinco noches anteriores.
Inclinado sobre la escupidera, sudoroso, jadeante, se desabotonó la guerrera y buscó a tientas el pañuelo en el bolsillo del pantalón. El dentista le dio un trapo limpio.
-Séquese las lágrimas  -dijo.
El Alcalde lo hizo. Estaba temblando. Mientras el dentista se lavaba las manos, vio el cielo raso desfondado y una telaraña polvorienta con huevos de araña e insectos muertos.El dentista regresó secándose las manos. "Acuéstese -dijo- y haga buches de agua con sal." El Alcalde se puso de pie, se despidió con un displicente saludo militar, y se dirigió a la puerta estirando las piernas, sin abotonarse la guerrera.
-Me pasa la cuenta -dijo
-¿A usted o al municipio?
El alcalde no lo miró. Cerró la puerta, y dijo, a través de la red metálica:
-Es la misma vaina.              (1962)





relacionado:

Antología crítica del cuento hispanoamericano del siglo XX. Alianza Editorial,tercera edición, 2017


domingo, 16 de junio de 2019

Anton Chéjov sobre la belleza


Chéjov escribe  sobre  la  belleza, su magia y su misterio,  también de forma inigualable.
Isaak Levitan

LAS BELLAS 

Recuerdo que cuando era un colegial de quinto o sexto curso acompañé una vez a mi abuelo desde la aldea de Bolshaia Krepkaia, en la región del río Don, hasta Rostow del Don. Era un día de agosto sofocante, depresivamente aburrido. Nuestros párpados permanecían pegados y nuestra boca reseca a causa del calor y del viento seco que arrastraba las nubes de polvo en nuestra dirección.Ninguno de nosotros era capaz de observar lo que nos rodeaba, iniciar una conversación o pensar, y cuando nuestro adormilado cochero, Karpo el jojol [forma poco amable de referirse a un ucraniano] rozó mi gorra con su látigo al increpar al caballo, no protesté, no hice sonido alguno, sino que me limité a entreabrir los ojos,a otear desanimado el horizonte: ¿podía verse alguna aldea a través de la polvareda? Nos detuvimos para dar de comer a los caballos en el extenso asentamiento armenio de Bachj-Salaj, en la casa de un acomodado armenio conocido de mi abuelo. 
Nunca en toda mi vida he visto nada más grotesco que aquel hombre.  Imaginaos una cabeza diminuta y pelada, con unas cejas enormes que colgaban hacia abajo, una nariz de aguilucho, bigotes inacabables y encanecidos, y una boca gruesa de la que sobresalía un chubuk de madera de cerezo.La cabecita había sido colocada con descuido sobre una carcasa extravagante y jorobada, recubierta por extraños atuendos, una chaqueta corta roja y unos vistosos pantalones bombachos azul cielo. La criatura caminaba extendiendo las piernas, arrastrando las zapatillas, mascullando con su chubuk metido en la boca, pero sin dejar de comportarse con la dignidad que caracteriza al auténtico armenio: ni una sola sonrisa, los ojos al acecho, y esforzándose en prestar tan poca atención a sus huéspedes como fuera posible. 
Dentro de la morada del armenio no hacía viento, pero era igual de desagradable, recargada y deprimente que la pradera y el camino. Recuerdo que me senté sobre un cofre de color verde en una esquina de la sala, manchado de polvo y acalorado.Las paredes de madera sin pintar, los muebles y el entarimado recubierto de manchas ocres, apestaban a madera achicharrada por el sol. Donde quiera que mirase sólo había moscas y más moscas. Mi abuelo y el armenio hablaban en voz baja sobre las ovejas, los campos  y los problemas del pastoreo...Era consciente de que sería necesaria al menos una hora para que el samovar estuviera listo, y de que mi abuelo se pasaría otra hora entera tomando el té, para después echarse la siesta durante dos o tres horas. Me pasaría un cuarto de día esperando, y lo que me aguardaba después era más calor, más polvo,más carreteras llenas de socavones. Escuchando las dos voces susurrantes empezó a parecerme que ya había visto hacía mucho al armenio, aquel armario lleno de cubiertos, las moscas y las ventanas sobre las que golpeaba  el sol caliente, y que sólo desaparecerían en un futuro muy distante. Sentí un odio inmenso por la estepa, el sol y las moscas...Una mujer ucraniana que llevaba un chal puesto entró con una bandeja con los avíos del té, y después con el samovar. El armenio se dirigió con pasos cansinos hacia el vestíbulo y gritó:-¡Mashia!¡Entra y sirve el té! ¿Dónde está Mashia? 
A continuación se escucharon unos pasos que se apresuraban, y una chica de unos dieciséis años entró en la sala.Llevaba puesto un vestido de algodón sin adornos y un chal blanco. Mientras lavaba los utensilios y servía el té permaneció de espaldas a mí, y todo cuanto observé fue que tenía la cintura estrecha y que iba descalza y que sus largos pantalones la cubrían hasta los talones. 
El dueño de la casa me ofreció un poco de té. Mientras tomaba asiento dirigí la mirada hacia el rostro de la muchacha que sostenía el vaso en mi dirección, y de pronto me sentí como si una brisa fresca hubiera inundado mi alma, llevándose a su paso todas las impresiones del día, toda su pesadez, todo el  polvo de la carretera. Los rasgos más encantadores que puedan ser imaginados componían el rostro más maravilloso que hubiera visto nunca, ya fuera soñando o despierto. Frente a mí se encontraba una joven , y fue este un hecho que acepté tan de súbito como se aceptan los fogonazos causados por los rayos en las tormentas.A pesar de que podía jurar que Masha, o Mashia, como la llamaba su padre con su acento armenio, era una auténtica belleza, demostrar el hecho de su hermosura sería otra cuestión. 
A menudo las nubes se apelotonan sin orden ni concierto en el horizonte, y el sol que se pone las tiñe a ellas y al mismo cielo de todos los tonos posibles, púrpura, naranja, dorado, lila, o rosado sucio; una nube se parece a un monje, otra a un pez, una tercera a un turco con su turbante. Abrazando un tercio del cielo, el sol poniente brilla sobre la cruz de una iglesia y sobre las ventanas de la casa del terrateniente. Se refleja sobre el río y los estanques, se balancea sobre los árboles; lejos, muy lejos , una bandada de patos salvajes vuela atravesando el crepúsculo  a su lugar de reposo nocturno...El muchacho que pastorea las vacas, el agrimensor que se dirige al molino en su carro, las damas y los caballeros que están dando un paseo vespertino, todos ellos miran la puesta de sol,, y todos la encuentran increíblemente hermosa. Pero nadie podría explicar donde reside esa belleza. 
Yo no era el único que encontraba hermosa a la muchacha armenia. Mi abuelo, un anciano de ochenta años, duro, indiferente a las mujeres y a las bellezas de la naturaleza, la observó conmovido durante un minuto entero. 
-¿Es esa tu hija, Avet Nazarich?-preguntó. 
-Mi hija, es mi hija...-respondió nuestro anfitrión. 
-Una joven muy agraciada -admitió mi abuelo. 
Un artista habría llamado a la belleza de la muchacha armenia clásica y severa.Contemplar tales encantos significaba sentirse inundado, el cielo sabrá por qué razón con la convicción de que los rasgos armoniosos, el cabello, los ojos, la nariz, la boca, el cuello, el pecho y cada movimiento de su cuerpo juvenil, habían sido combinados por la naturaleza sin cometer el más mínimo error en un todo lleno de armonía, sin una sola nota discordante. en cierta forma se te antojaba que la mujer de la belleza más ideal debía poseer una nariz como la suya, recta pero ligeramente aquilina, los mismos enormes ojos oscuros, las mismas pestañas interminables, la misma forma lánguida de mirar; que su cabello negro y rizado y sus cejas constituían la combinación más idónea para la piel blanca y delicada de la frente y las mejillas, igual que los arroyos reverdecidos y silenciosos arroyos van juntos; su cuello blanco y su pecho juvenil no estaban desarrollados por entero, pero daban la impresión de que sólo un genio podría esculpirlos. Cuanto más mirabas más deseabas decir algo que fuera agradable en extremo, sincero y hermoso a la joven, algo que fuera tan bello como ella misma. 
Al principio me sentí ofendido y desconcertado porque Masha no me hiciera caso, limitándose a bajar los ojos.Era como si algún aire especial, de orgullo y dicha, la mantuviera fuera de mi alcance y con celo la ocultara de mi mirada. 
"Debe de ser porque estoy cubierto de polvo, porque estoy quemado por el sol, porque no soy más que un niño", pensé. Pero entonces me fui olvidando de forma gradual de mí mismo, entregándome por entero a la sensación de belleza.Ya no me acordaba de la monótona estepa ni del polvo, ya no era consciente del zumbido de las moscas, el té ya no tenía sabor para mí; sólo era consciente de la hermosa muchacha al otro lado de la mesa. 
Mi apreciación de su belleza no dejaba de ser algo extraña. No era deseo, ni éxtasis ni placer lo que Masha despertaba en mi persona, sino más bien una melancolía opresiva pero agradable. Esta melancolía era indefinible y vaga como un sueño. De alguna forma me sentía apenado por mi mismo, por mi abuelo, por el armenio e incluso por la muchacha. Sentí como si los cuatro hubiéramos perdido para siempre algo de una importancia vital y necesario para nuestras vidas, algo que no volveríamos a recuperar nunca. Mi abuelo también parecía apesadumbrado. Ya no hablaba de las ovejas ni del pastoreo; permanecía en silencio,observando pensativo a Mashia. 
Después del té el abuelo se echó su siesta y me senté en el porche. La casa, como todas las otras en Bajchi-Salaj, recibía el sol en toda su crudeza. No había árboles,ningún toldo, ninguna sombra, Conquistado por el cenizo y la malva, el enorme patio del armenio estaba lleno de vida y animación a pesar del intenso sofoco. Detrás de una de las pequeñas eras se escuchaba el ruido de un martilleo. Doce caballos agarrados por el pecho y formando un único radio alargado, trotaban alrededor de un pilar dispuesto en el centro exacto de la zona de trilla. Detrás de ellos marchaba un jojol vestido con una levita que le quedaba grande y unos amplios pantalones, usando su látigo y gritando como si pretendiera burlarse de los animales o exhibir su poder ante ellos: 
-¡Ah! ¡Malditos!¡Ah!¡No tenéis vuelta y media! ¿Es que tenéis miedo? 
Los caballos, bayos, grises, rojizos, sin entender por qué eran obligados a dar vueltas en el mismo sitio y aplastar la paja, se movían con dificultad, casi al límite de sus fuerzas y meneando las  colas con un aire ofendido. El viento levantaba nubes enteras de polvo dorado y debajo de sus cascos y lo transportaba lejos más allá de la verja. Mujeres con rastrillos se afanaban cerca de las altas niaras, y los carros marchaban de un lado a otro. En un segundo patio más allá de las niaras, otra docena de caballos iguales a los primeros trotaban alrededor de otro pilar, y un jojol con un látigo idéntico al del primero se burlaba igualmente de ellos. 
Los escalones sobre los que me encontraba sentado estaban calientes. La cola había empezado a desprenderse debido al calor en las junturas de madera de las  pegajosas balaustradas y los marcos de las ventanas. En las líneas de sombra formadas por los escalones y las contraventanas se agrupaban diminutos escarabajos rojizos. El sol achicharraba mi cabeza, mi pecho y mi espalda, pero no le prestaba ninguna atención, ya que solo era consciente del ruido de pies descalzos sobre el entarimado del vestíbulo y las habitaciones que quedaban detrás de mí.Tras haber recogido los avíos del té, Mashia bajó corriendo las escaleras, alterando el aire a su paso, y voló como un pájaro hacia un cobertizo exterior y sucio que debía ser la cocina, de donde provenía el olor a cordero asado y el ruido de enojadas voces armenias. Desapareció más allá del umbral oscurecido, donde ocupó su lugar una vieja encorvada y de rostro enrojecido que llevaba puestos unos bombachos verdes, y regañaba a alguien con enfado. Entonces Mashia volvió a aparecer de repente en la puerta con el rostro ruborizado a causa del calor de la cocina, cargada con una enorme telera de pan negro sobre el hombro. 
Meneándose con gracia bajo el peso del pan, atravesó al patio a toda prisa  hacia la era, saltó sobre un cercado, aterrizó sobre una nube dorada de polvo, y desapareció tras los carros. El jojol a cargo de los caballos bajó su látigo, guardó silencio, y contempló los carros durante un minuto entero. Después, cuando la chica volvió a pasar corriendo rozando los caballos y saltó la cerca, la siguió con la mirada y gritó a los caballos con una voz altisonante y ofendida: 
-¡A ver si os morís, criaturas del infierno! 
Después de aquello continué oyendo sus pies descalzos sin parar y la contemplé corriendo de un lado a otro con un aire severo y preocupado. Ahora bajaba a toda prisa los escalones, pasándome de largo con una ráfaga de aire; ahora se dirigía hacia la cocina; ahora hacia la era; ahora saltaba por encima del cercado, y yo apenas podía mover mi cabeza lo suficientemente rápido para seguirla. 
Cuanto más contemplaba a esa criatura encantadora, más melancólico me sentía. Sentía pena por mí mismo, por ella, y por el jojol que de modo fúnebre la contemplaba correr sobre las cascarillas en dirección a los carros. Sólo Dios sabe si la envidiaba por su belleza, si lamentaba que la chica no fuera mía ni lo sería nunca, que para ella yo no fuese nadie, o acaso intuía que su belleza singular no era más que un accidente y, como todo sobre esta Tierra, algo transitorio; o bien mi tristeza no era otra cosa que esa sensación peculiar que despierta en cualquier ser humano la contemplación de la verdadera belleza. 
Las tres horas de espera se pasaron sin que me diera cuenta. Sentí que no había tenido el tiempo suficiente para que mis ojos se regocijaran  en Masha cuando Karpo condujo al caballo hasta el río, lo bañó, y comenzó a engancharlo. El animal mojado resoplaba con placer y pateaba la lanza del carro. Karpo gritó al caballo:"¡Para atrás!". El abuelo se despertó, Mashia abrió la verja chirriante, y nosotros nos subimos al carruaje y salimos del patio en silencio, como si estuviéramos enfadados los unos con los otros. Cuando un par de horas más tarde Rostov y Najichevan aparecieron a la distancia, Karpo, que no había dicho nada durante todo aquel tiempo, se giró de repente y  exclamó: 
-¡Una chica espléndida, la hija del viejo armenio!
Y sin decir nada más aplicó el látigo al caballo.



***[...]Hay una segunda parte de texto,  no hay que olvidar que se llama "Las Bellas"en plural, pero esta es  esencial y  completa en sí misma. 

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Cuentos completos  (1887-1993), Páginas de espuma. El original se publicó el 21 de septiembre de 1888 en Tiempo nuevo firmado por "an. Chéjov". La traducción es de James y Marian Womack