"¿Sabe usted cómo escribo yo mis cuentos? -le dijo a Korolenko, el periodista y narrador radical, cuando acababan de conocerse- Así." Echó una ojeada a la mesa -cuenta Korolenko- tomó el primer objeto que encontró, que resultó ser un cenicero, y poniéndomelo delante dijo: " Si usted quiere mañana tendrá un cuento. Se llamará El cenicero."Y en aquel mismo instante le pareció a Korolenko que aquel cenicero estaba experimentando una transformación mágica: "Ciertas situaciones indefinidas, aventuras que aún no habían hallado una forma concreta, estaban empezando a cristalizar en torno al cenicero". V.NABOKOV/"Chéjov"
"¿Has visto alguna vez un montaje realmente hermoso de, digamos, "El jardín de los cerezos"? No me digas que sí. Nadie lo ha visto. Puede que hayas visto "montajes inspirados, montajes eficaces", pero nunca algo hermoso. Nunca una versión en la cual todos los que salen al escenario estén a la altura del talento de Chéjov, matiz por matiz, carácter por carácter."-J.D.Salinger
Letras Libres: 17 enero 2020 ***Feliz cumpleaños,Anton Chéjov
miércoles, 23 de septiembre de 2020
Anton Chéjov escribe una carta a Dimitri Grigorovich
lunes, 27 de julio de 2020
Ana María Matute: Los cuentos vagabundos
Ana María Matute (Barcelona, 1925-2014) fue una de los escritores de la posguerra española más interesantes y prometedores. Tiene una obra larga y desigual con una primera etapa sólida y brillante, Fiesta al Nordeste, Primera memoria, Los hijos muertos...,en que transforma materiales autobiográficos en prosa
de gran fuerza literaria.Tras una interrupción de casi veinte años su estilo fue derivando hacia lo fantástico-medieval, quimérico y alegórico que culmina en Olvidado rey Gudú.

Menchu Gal (Irún, Guipúzcoa, 1919-San Sebastián,2008), fauvista, expresionista, cubista, con un estilo vigoroso y poético que la convierte en una de los más interesantes pintores españoles de posguerra.
Los cuentos vagabundos
Pocas cosas existen tan cargadas de magia como las palabras de un cuento. Ese cuento breve, lleno de sugerencias, dueño de un extraño poder que arrebata y pone alas hacia mundos donde no existen ni el suelo ni el cielo.Los cuentos representan uno de los aspectos más inolvidables e intensos de la primera infancia. Todos los niños del mundo han escuchado cuentos. Ese cuento que no debe escribirse y lleva de voz en voz paisajes y figuras, movidos más por la imaginación del oyente que por la palabra del narrador.
He llegado a creer que solamente existen media docena de cuentos. Pero los cuentos son viajeros impenitentes. Las alas de los cuentos van más allá y más rápido de lo que lógicamente pueda creerse. Son los pueblos, las aldeas, los que reciben a los cuentos.Por la noche, suavemente, y en invierno. Son como el viento que se filtra, gimiendo, por las rendijas de las puertas. que se cuela hasta los huesos, con un estremecimiento sutil y hondo. Hay, incluso, ciertos cuentos que casi obligan a abrigarse más, a arrebujarse junto al fuego, con las manos escondidas y los ojos cerrados.Los pueblos, digo, los reciben de noche. Desde hace miles de años que llegan a través de las montañas, y duermen en la casa, en los rincones del granero, en el fuego. De paso, como peregrinos. Por eso son los viejos, desvelados y nostálgicos, quienes los cuentan.Los cuentos son renegados, vagabundos, con algo de la inconsciencia y crueldad infantil, con algo de su misterio. Hacen llorar o reír, se olvidan de donde nacieron, se adaptan a los trajes y a las costumbres de allí donde los reciben. Sí, realmente, no hay más de media docena de cuentos. Pero ¡cuántos hijos van dejando por el camino!
Mi abuela me contaba, cuando yo era pequeña, la historia de la Niña de Nieve. Esta niña de nieve, en sus labios, quedaba irremisiblemente emplazada en aquel paisaje de nuestras montañas, en una alta sierra de la vieja Castilla. Los campesinos del cuento eran para mí una pareja de labradores de tez oscura y áspera, de lacónicas palabras y mirada perdida, como yo los había visto en nuestra tierra. Un día el campesino de este cuento vio nevar. Yo veía entonces, con sus ojos, un invierno serrano ,con esqueletos negros de árboles cubiertos de humedad, con centelleo de estrellas. Veía largos caminos, montaña arriba, y aquel cielo gris, con sus largas nubes, que tenían un relieve de piedras. El hombre del cuento, que vio nevar, estaba triste porque no tenía hijos. Salió a la nieve,y, con ella ,hizo una niña. Su mujer miraba desde la ventana. Mi abuela explicaba:"No le salieron muy bien los pies. Entró en la casa y su mujer le trajo una sartén. Así, los moldearon lo mejor que pudieron". La imagen no puede ser más confusa. Sin embargo , para mí, en aquel tiempo, nada más natural. Yo veía perfectamente a la mujer, que traía una sartén, negra como el hollín. Sobre ella, la nieve de la niña resaltaba blanca y viva. Y yo seguía viendo, claramente, cómo el hombre moldeaba los pequeños pies. "La niña empezó entonces a hablar",continuaba mi abuela. Aquí se obraba el milagro del cuento. Su magia inundaba el corazón con una lluvia dulce, punzante. Y empezaba a temblar un mundo nuevo e inquieto. Era también tan natural que la niña de nieve empezase a hablar...en los labios de mi abuela, dentro del cuento y del paisaje, no podía ser de otro modo. Mi abuela decía, luego, que la niña de nieve creció hasta los siete años. Pero llegó la noche de San Juan. En el cuento, la noche de San Juan tiene un olor, una temperatura y una luz que no existen en la realidad. La noche de San Juan es una noche exclusivamente para los cuentos. En el que ahora me ocupa hubo hogueras como es de rigor. Y mi abuela me decía:"Todos los niños saltaban por encima del fuego, pero la niña de nieve tenía miedo. Al fin, tanto se burlaron de ella, que se decidió. Y entonces, ¿sabes qué es lo que le pasó a la niña de nieve?" Sí, yo lo imaginaba bien. La veía moverse blanda hasta derretirse. Desaparecía para siempre. "¿Y no apagaba el fuego?", preguntaba yo con un vago deseo.¡Ah!, pero eso mi abuela no lo sabía. Sólo sabía que los viejos campesinos lloraron mucho la pérdida de su niña.No hace mucho tiempo me enteré de que el cuento de la Niña de Nieve, que mi abuela recogiera de labios de la suya, era en realidad una antigua leyenda ucraniana. Pero ¡qué diferente, en labios de mi abuela, a como la leí! La niña de nieve atravesó montañas y ríos, calzó altas botas de fieltro, zuecos, fue descalza o con abarcas, vistió falda roja o blanca, fue rubia o de cabello negro, se adornó con monedas de oro o botones de cobre, y llegó a mí, siendo niña, con justillo negro y rodetes de trenza arrollados a los lados de la cabeza.La niña de nieve se iría luego, digo yo, como esos pájaros que buscan eternamente, en los cuentos, los fabulosos países donde brilla siempre el sol. Y allí en vez de fundirse y desaparecer, seguirá viva y helada, con otro vestido, otra lengua, convirtiéndose en agua todos los día sobre ese fuego que, bien sea en un bosque, bien en un hogar cualquiera, está encendiéndose todos los días para ella. El cuento de la niña de nieve como el cuento del hermano bueno y el hermano malo, como el del avaro y el del tercer hijo tonto, como el de la madrastra y el hada buena, viajará todos los días y a través de todas las tierras. Allí, a la aldea donde no se conocía el tren, llegó el cuento caminando. El cuento es astuto. Se filtra en el vino, en las lenguas de las viejas, en las historias de los santos. Se vuelve melodía torpe, en la garganta de un caminante que bebe en la taberna y toca la bandurria. Se esconde en las calumnias, en los cruces de caminos, en los cementerios, en la oscuridad de los pajares. El cuento se va, pero deja sus huellas. Y aun las arrastra por el camino, como van ladrando los perros tras los carros , carretera adelante. El cuento llega y se marcha por la noche, llevándose debajo de las alas la rara zozobra de los niños. A escondidas, pegándose al frío y a las cunetas, va huyendo. A veces pícaro, o inocente, o cruel. O alegre, o triste. Siempre robando una nostalgia, con su viejo corazón de vagabundo.
martes, 5 de mayo de 2020
Anton Chéjov y Marianne Moore un mismo tema
W.H.Auden cuenta cómo la primera vez que leyó poemas de Marianne Moore pensó algo parecido a "¿pero esta de qué va?" y siguió leyendo los estrafalarios versos porque le enganchó el tono de voz y poco a poco fue descubriendo que los poemas fulguraban como joyas de imaginación, visión y lenguaje y entraron a formar parte de sus preferidos. "To a chameleon" es de 1959 una etapa ya de mantenida madurez de la poeta.
TO A CHAMELEON
Hid by the august foliage and fruit of the grape-vine
twine
your anatomy
round the pruned and polished stem,
Chameleon
Fire laid upon
an emerald as long as
the Dark King'massy
one,
could not snap the spectrum up for food as you have done.A UN CAMALEÓN/ Oculto entre el augusto follaje y los frutos de la viña/ entretejes/ tu anatomía/ alrededor del mondo tallo pulido,/Camaleón./ Ni el fuego encendido/ sobre una esmeralda tan grande como/ aquella/ enorme del Rey Oscuro/podría arrebatar y devorar el espectro solar como tu has hecho.Marianne Moore, 1959
En cambio Antón Chéjov cuando escribe "El Camaleón" en 1884 tenía sólo 24 años y trataba de desaparecer firmando Chejonte. Acababa de terminar medicina y creía que ser médico era su verdadera vocación. Es verdad que desde los veinte años escribía pequeñas historias de cuya publicación y éxito dependía económicamente su familia, pero no lo consideraba nada serio y menos definitivo. Hasta que en 1886 el escritor Dimitri Grigórovich le hizo abrir los ojos mostrándole su admiración y señalándole la responsabilidad que tenía con el don que había recibido. Chéjov, prodigioso en todo. Faltan seis años para su extraordinario viaje a la isla de Sajalín y mucho menos para que con las nuevas experiencias, sumergiendose en la escritura se convierta en un maestro inigualable.
domingo, 23 de febrero de 2020
Rafael 500 años
El 6 de abril de 2020 hará 500 años que murió Rafael Sanzio a los 37 años. Había nacido en Urbino otro 6 de abril de 1483. Tuvo una vida intensa de estudio, trabajo y éxitos y dejaba una dilatada obra posible en tiempo tan corto por haber contado con el taller que formó por consejo del Papa Julio II para atender encargos tan extensos como los frescos vaticanos. Giorgio Vasari no ahorra elogios en su semblanza:
"...en Rafael resplandecían brillantemente todas las egregias virtudes del espíritu, acompañadas de tanta gracia, estudio,belleza, modestia y buenas costumbres, que habrían sido capaces de ocultar cualquier vicio y mancha, por vulgares y grandes que hubieran sido. Por lo que se puede asegurar que los que poseen las dotes de Rafael no son simples hombres, sino dioses mortales."
Y en sus obras se hace evidente además del talento una percepción privilegiada para reconocer y capturar lo más valioso en los artistas de vanguardia de su tiempo, sobre todo Leonardo y Miguel Ángel y para metabolizarlo y hacerlo fluir integrado en su propia corriente creativa.
Es considerado el artista que representa la plenitud del Alto Renacimiento y su muerte se utiliza a menudo para dar el periodo por terminado.El especialista en Arte del Renacimiento André Chastel recuerda:
"...en las obras de madurez vibra una extraordinaria capacidad de simpatía por las diversas actitudes del sentimiento humano. Y ello le permitirá ser un retratista sin igual". A. Chastel, Arte y humanismo en Florencia en la época de Lorenzo el Magnífico
Mientras Rafael -primero a las órdenes del Papa Julio II y luego a las de León X, -pintaba los frescos en las Estancias Vaticanas que glorificaban a la doctrina católica y a la Iglesia, sobre la Iglesia se hacían más evidentes cada vez las contradicciones entre la doctrina y la práctica. León X ,Giovanni de Medici, hijo de Lorenzo el Magnífico, culto, mundano y de gustos refinados y costosos, sería desencadenante inmediato del estallido de malestar que venía de lejos y llegaba a los últimos escándalos del papado que condujeron al Concilio de Constanza cien años antes. Ahora la predicación de las indulgencias para recaudar dinero y continuar las obras de San Pedro llevará finalmente a la Reforma Protestante.
El fraile agustino alemán, Lutero, denuncia en 1517 que las indulgencias porque suponen comprar el perdón, un bien espiritual con dinero . El Papa y el Emperador (para Carlos V, y para Europa las consecuencias políticas van a ser también graves ) le piden retractarse y al no hacerlo será excomulgado por Leon X en 1521.
Para la Iglesia Católica el racionalismo y el humanismo renacentistas producirán efectos irreversibles al iluminar irreconciliables contradicciones entre las conductas y la doctrina cristiana. Lutero daría una vuelta copernicana al catolicismo al establecer la Salvación por la fe, sin necesidad de las buenas obras, y el Libre Examen que le llevaría a traducir la Biblia del latín al alemán para que cualquiera pudiera interpretarla con la sola ayuda de Dios. Este hecho le convierte en un protagonista importante en la historia de la literatura alemana.
Pero Rafael para entonces, ya había sido sepultado en el Panteón de Agripa que tanto admiraba, donde cada año le recuerdan algunos entre los millones que todavía se asombran en el increíble edificio.






Autoretrato de Rafael y retrato del autor de El Cortesano, Baltasar de Castiglione, junto a varios apuntes y dibujos.
"La Transfiguración" fue una de sus últimas obras. Un gran cuadro de altar que Giorgio Vasari comenta y describe en "La Vidas" y Stendhal evoca al comienzo de su obra más autobiográfica, "La vida de Henry Brulard"

Rafael, La Transfiguración, 1518-20, ól/tela, 405 x 278 cm., Vaticano
1.-Giorgio Vasari, Las Vidas
"Para el cardenal y vicecanciller Julio de Medicis pintó una tabla de la Transfiguración de Cristo que tenía que enviar a Francia e hizo él mismo. Trabajando continuamente en ella, la concluyó a la perfección. En ella representó a Cristo transfigurado en el Monte Tabor, al pie del cual habían permanecido los once discípulos que lo esperaban.[...]
Las figuras y las cabezas , aparte de su extraordinaria belleza, presentan novedad, variedad y hermosura, de tal forma que los artistas juzgan esta obra como la más celebrada, bella y divina de todas las que hizo. Quien quiera saber cómo se debe pintar un Cristo transfigurado en la divinidad, debe contemplar esta obra, donde lo representó sobre ese monte que emerge en medio de una atmósfera translúcida con Moisés y Elías, que iluminados por la claridad del esplendor, reviven en su luz..."
Giorgio Vasari, Las Vidas de los más excelentes arquitectos, pintores y escultores italianos desde Cimabue a nuestros tiempos, Cátedra, (p.540)
2.-Stendhal, La vida de Henry Brulard :
CAPÍTULO I
ME ENCONTRABA esta mañana , 16 de octubre de 1832, en San Pietro in Montorio, sobre el monte Janículo de Roma. Hacía un sol magnífico. Un ligero viento apenas perceptible impulsaba algunas nubecillas blancas por encima del monte Albano. Un calor delicioso dimanaba del aire. Me sentía feliz de vivir. Distinguía con toda precisión Frascati y Castel-Gandolfo, que se hallan a cuatro leguas de aquí, la villa Aldobrandini, donde se encuentra aquel sublime fresco de Judith, pintado por Domenichino. Alcanzo a ver sin esfuerzo el muro blanco que marca las últimas reparaciones hechas por el príncipe Borghese, aquel mismo que conocí en Wagram, siendo él coronel de un regimiento de coraceros, justo el día en que mi amigo M. de Noue perdió una pierna en la batalla. Mucho más lejos, diviso la roca de Palestrina y la mansión blanca de Castel San Pietro, que antaño fuera su fortaleza. Por debajo del muro en que me apoyo, se yerguen los grandes naranjos del huerto de los capuchinos; se ven después del Tiber y el priorato de Malta, y un poco más lejos, a la derecha, el sepulcro de Cecilia Metella, San Pablo y la pirámide de Cestio. Frente a mí, descubro Santa María la Mayor y las esbeltas líneas del palacio Monte Cavallo. Ante mi vida se despliega toda la Roma antigua y moderna desde la antiquísima Via Apia, con las ruinas de sus tumbas y sus acueductos, hasta los magníficos jardines del Pincio, diseñados por los franceses.Este lugar es único en el mundo, me decía perdido en mis ensoñaciones,y, muy a pesar mío, la Roma antigua prevalecía sobre la moderna, y todos los recuerdos de Tito Livio acudían a mi en tropel. Sobre el monte Albano, a la izquierda del convento, avistaba los prados de Aníbal.
¡Qué magnífico espectáculo! Y es aquí donde la Transfiguración de Rafael fue admirada durante más de dos siglos y medio. ¡Qué diferencia con la triste galería de mármol gris donde permanece enterrada hoy día, al fondo del Vaticano! ¡Y pensar que estuvo aquí esa obra maestra durante más de doscientos cincuenta años! ¡Doscientos cincuenta años!...Ah, dentro de tres meses cumpliré yo cincuenta. ¡Cómo es posible!1783, 1793, 1803, llevo la cuenta con los dedos...y 1833, cincuenta años en total. ¡Será posible! ¡Cincuenta! Voy a cumplir los cincuenta..."
relacionado:Stendhal, La vida de Henry Brulard, Alfaguara,2004
Rafael los años de Florencia
martes, 3 de diciembre de 2019
Navidad 2019
Joseph Brodsky hizo con prodigios los versos de Navidad de 1989
Rembrandt, 1646, La adoración de los pastores
Imagina a tres Reyes, la procesión de sus caravanas hacia el portal; o mejor, tres rayos que alcanzan la estrella,el crujido de su carga, el sonido de las campanillas (en el azul espeso, el Niño aún no cuenta
con el eco de una gran campana).Imagina que el Señor en el Hijo del Hombre por vez primera se reconoce a Sí mismo, a una distancia remota,en las tinieblas:un vagabundo en otro vagabundo.
Joseph Brodsky, Poemas de Navidad, Visor
domingo, 29 de septiembre de 2019
Gabriel García Márquez "Un día de estos"
García Márquez aplica con precisión y mucho talento la idea del "iceberg" de Hemingway a un breve texto cargado de electricidad que se dilata y completa en la parte sumergida.
domingo, 16 de junio de 2019
Anton Chéjov sobre la belleza
Chéjov escribe sobre la belleza, su magia y su misterio, también de forma inigualable.
Isaak Levitan
LAS BELLAS
Recuerdo que cuando era un colegial de quinto o sexto curso acompañé una vez a mi abuelo desde la aldea de Bolshaia Krepkaia, en la región del río Don, hasta Rostow del Don. Era un día de agosto sofocante, depresivamente aburrido. Nuestros párpados permanecían pegados y nuestra boca reseca a causa del calor y del viento seco que arrastraba las nubes de polvo en nuestra dirección.Ninguno de nosotros era capaz de observar lo que nos rodeaba, iniciar una conversación o pensar, y cuando nuestro adormilado cochero, Karpo el jojol [forma poco amable de referirse a un ucraniano] rozó mi gorra con su látigo al increpar al caballo, no protesté, no hice sonido alguno, sino que me limité a entreabrir los ojos,a otear desanimado el horizonte: ¿podía verse alguna aldea a través de la polvareda? Nos detuvimos para dar de comer a los caballos en el extenso asentamiento armenio de Bachj-Salaj, en la casa de un acomodado armenio conocido de mi abuelo.
Nunca en toda mi vida he visto nada más grotesco que aquel hombre. Imaginaos una cabeza diminuta y pelada, con unas cejas enormes que colgaban hacia abajo, una nariz de aguilucho, bigotes inacabables y encanecidos, y una boca gruesa de la que sobresalía un chubuk de madera de cerezo.La cabecita había sido colocada con descuido sobre una carcasa extravagante y jorobada, recubierta por extraños atuendos, una chaqueta corta roja y unos vistosos pantalones bombachos azul cielo. La criatura caminaba extendiendo las piernas, arrastrando las zapatillas, mascullando con su chubuk metido en la boca, pero sin dejar de comportarse con la dignidad que caracteriza al auténtico armenio: ni una sola sonrisa, los ojos al acecho, y esforzándose en prestar tan poca atención a sus huéspedes como fuera posible.
Dentro de la morada del armenio no hacía viento, pero era igual de desagradable, recargada y deprimente que la pradera y el camino. Recuerdo que me senté sobre un cofre de color verde en una esquina de la sala, manchado de polvo y acalorado.Las paredes de madera sin pintar, los muebles y el entarimado recubierto de manchas ocres, apestaban a madera achicharrada por el sol. Donde quiera que mirase sólo había moscas y más moscas. Mi abuelo y el armenio hablaban en voz baja sobre las ovejas, los campos y los problemas del pastoreo...Era consciente de que sería necesaria al menos una hora para que el samovar estuviera listo, y de que mi abuelo se pasaría otra hora entera tomando el té, para después echarse la siesta durante dos o tres horas. Me pasaría un cuarto de día esperando, y lo que me aguardaba después era más calor, más polvo,más carreteras llenas de socavones. Escuchando las dos voces susurrantes empezó a parecerme que ya había visto hacía mucho al armenio, aquel armario lleno de cubiertos, las moscas y las ventanas sobre las que golpeaba el sol caliente, y que sólo desaparecerían en un futuro muy distante. Sentí un odio inmenso por la estepa, el sol y las moscas...Una mujer ucraniana que llevaba un chal puesto entró con una bandeja con los avíos del té, y después con el samovar. El armenio se dirigió con pasos cansinos hacia el vestíbulo y gritó:-¡Mashia!¡Entra y sirve el té! ¿Dónde está Mashia?
A continuación se escucharon unos pasos que se apresuraban, y una chica de unos dieciséis años entró en la sala.Llevaba puesto un vestido de algodón sin adornos y un chal blanco. Mientras lavaba los utensilios y servía el té permaneció de espaldas a mí, y todo cuanto observé fue que tenía la cintura estrecha y que iba descalza y que sus largos pantalones la cubrían hasta los talones.
El dueño de la casa me ofreció un poco de té. Mientras tomaba asiento dirigí la mirada hacia el rostro de la muchacha que sostenía el vaso en mi dirección, y de pronto me sentí como si una brisa fresca hubiera inundado mi alma, llevándose a su paso todas las impresiones del día, toda su pesadez, todo el polvo de la carretera. Los rasgos más encantadores que puedan ser imaginados componían el rostro más maravilloso que hubiera visto nunca, ya fuera soñando o despierto. Frente a mí se encontraba una joven , y fue este un hecho que acepté tan de súbito como se aceptan los fogonazos causados por los rayos en las tormentas.A pesar de que podía jurar que Masha, o Mashia, como la llamaba su padre con su acento armenio, era una auténtica belleza, demostrar el hecho de su hermosura sería otra cuestión.
A menudo las nubes se apelotonan sin orden ni concierto en el horizonte, y el sol que se pone las tiñe a ellas y al mismo cielo de todos los tonos posibles, púrpura, naranja, dorado, lila, o rosado sucio; una nube se parece a un monje, otra a un pez, una tercera a un turco con su turbante. Abrazando un tercio del cielo, el sol poniente brilla sobre la cruz de una iglesia y sobre las ventanas de la casa del terrateniente. Se refleja sobre el río y los estanques, se balancea sobre los árboles; lejos, muy lejos , una bandada de patos salvajes vuela atravesando el crepúsculo a su lugar de reposo nocturno...El muchacho que pastorea las vacas, el agrimensor que se dirige al molino en su carro, las damas y los caballeros que están dando un paseo vespertino, todos ellos miran la puesta de sol,, y todos la encuentran increíblemente hermosa. Pero nadie podría explicar donde reside esa belleza.
Yo no era el único que encontraba hermosa a la muchacha armenia. Mi abuelo, un anciano de ochenta años, duro, indiferente a las mujeres y a las bellezas de la naturaleza, la observó conmovido durante un minuto entero.
-¿Es esa tu hija, Avet Nazarich?-preguntó.
-Mi hija, es mi hija...-respondió nuestro anfitrión.
-Una joven muy agraciada -admitió mi abuelo.
Un artista habría llamado a la belleza de la muchacha armenia clásica y severa.Contemplar tales encantos significaba sentirse inundado, el cielo sabrá por qué razón con la convicción de que los rasgos armoniosos, el cabello, los ojos, la nariz, la boca, el cuello, el pecho y cada movimiento de su cuerpo juvenil, habían sido combinados por la naturaleza sin cometer el más mínimo error en un todo lleno de armonía, sin una sola nota discordante. en cierta forma se te antojaba que la mujer de la belleza más ideal debía poseer una nariz como la suya, recta pero ligeramente aquilina, los mismos enormes ojos oscuros, las mismas pestañas interminables, la misma forma lánguida de mirar; que su cabello negro y rizado y sus cejas constituían la combinación más idónea para la piel blanca y delicada de la frente y las mejillas, igual que los arroyos reverdecidos y silenciosos arroyos van juntos; su cuello blanco y su pecho juvenil no estaban desarrollados por entero, pero daban la impresión de que sólo un genio podría esculpirlos. Cuanto más mirabas más deseabas decir algo que fuera agradable en extremo, sincero y hermoso a la joven, algo que fuera tan bello como ella misma.
Al principio me sentí ofendido y desconcertado porque Masha no me hiciera caso, limitándose a bajar los ojos.Era como si algún aire especial, de orgullo y dicha, la mantuviera fuera de mi alcance y con celo la ocultara de mi mirada.
"Debe de ser porque estoy cubierto de polvo, porque estoy quemado por el sol, porque no soy más que un niño", pensé. Pero entonces me fui olvidando de forma gradual de mí mismo, entregándome por entero a la sensación de belleza.Ya no me acordaba de la monótona estepa ni del polvo, ya no era consciente del zumbido de las moscas, el té ya no tenía sabor para mí; sólo era consciente de la hermosa muchacha al otro lado de la mesa.
Mi apreciación de su belleza no dejaba de ser algo extraña. No era deseo, ni éxtasis ni placer lo que Masha despertaba en mi persona, sino más bien una melancolía opresiva pero agradable. Esta melancolía era indefinible y vaga como un sueño. De alguna forma me sentía apenado por mi mismo, por mi abuelo, por el armenio e incluso por la muchacha. Sentí como si los cuatro hubiéramos perdido para siempre algo de una importancia vital y necesario para nuestras vidas, algo que no volveríamos a recuperar nunca. Mi abuelo también parecía apesadumbrado. Ya no hablaba de las ovejas ni del pastoreo; permanecía en silencio,observando pensativo a Mashia.
Después del té el abuelo se echó su siesta y me senté en el porche. La casa, como todas las otras en Bajchi-Salaj, recibía el sol en toda su crudeza. No había árboles,ningún toldo, ninguna sombra, Conquistado por el cenizo y la malva, el enorme patio del armenio estaba lleno de vida y animación a pesar del intenso sofoco. Detrás de una de las pequeñas eras se escuchaba el ruido de un martilleo. Doce caballos agarrados por el pecho y formando un único radio alargado, trotaban alrededor de un pilar dispuesto en el centro exacto de la zona de trilla. Detrás de ellos marchaba un jojol vestido con una levita que le quedaba grande y unos amplios pantalones, usando su látigo y gritando como si pretendiera burlarse de los animales o exhibir su poder ante ellos:
-¡Ah! ¡Malditos!¡Ah!¡No tenéis vuelta y media! ¿Es que tenéis miedo?
Los caballos, bayos, grises, rojizos, sin entender por qué eran obligados a dar vueltas en el mismo sitio y aplastar la paja, se movían con dificultad, casi al límite de sus fuerzas y meneando las colas con un aire ofendido. El viento levantaba nubes enteras de polvo dorado y debajo de sus cascos y lo transportaba lejos más allá de la verja. Mujeres con rastrillos se afanaban cerca de las altas niaras, y los carros marchaban de un lado a otro. En un segundo patio más allá de las niaras, otra docena de caballos iguales a los primeros trotaban alrededor de otro pilar, y un jojol con un látigo idéntico al del primero se burlaba igualmente de ellos.
Los escalones sobre los que me encontraba sentado estaban calientes. La cola había empezado a desprenderse debido al calor en las junturas de madera de las pegajosas balaustradas y los marcos de las ventanas. En las líneas de sombra formadas por los escalones y las contraventanas se agrupaban diminutos escarabajos rojizos. El sol achicharraba mi cabeza, mi pecho y mi espalda, pero no le prestaba ninguna atención, ya que solo era consciente del ruido de pies descalzos sobre el entarimado del vestíbulo y las habitaciones que quedaban detrás de mí.Tras haber recogido los avíos del té, Mashia bajó corriendo las escaleras, alterando el aire a su paso, y voló como un pájaro hacia un cobertizo exterior y sucio que debía ser la cocina, de donde provenía el olor a cordero asado y el ruido de enojadas voces armenias. Desapareció más allá del umbral oscurecido, donde ocupó su lugar una vieja encorvada y de rostro enrojecido que llevaba puestos unos bombachos verdes, y regañaba a alguien con enfado. Entonces Mashia volvió a aparecer de repente en la puerta con el rostro ruborizado a causa del calor de la cocina, cargada con una enorme telera de pan negro sobre el hombro.
Meneándose con gracia bajo el peso del pan, atravesó al patio a toda prisa hacia la era, saltó sobre un cercado, aterrizó sobre una nube dorada de polvo, y desapareció tras los carros. El jojol a cargo de los caballos bajó su látigo, guardó silencio, y contempló los carros durante un minuto entero. Después, cuando la chica volvió a pasar corriendo rozando los caballos y saltó la cerca, la siguió con la mirada y gritó a los caballos con una voz altisonante y ofendida:
-¡A ver si os morís, criaturas del infierno!
Después de aquello continué oyendo sus pies descalzos sin parar y la contemplé corriendo de un lado a otro con un aire severo y preocupado. Ahora bajaba a toda prisa los escalones, pasándome de largo con una ráfaga de aire; ahora se dirigía hacia la cocina; ahora hacia la era; ahora saltaba por encima del cercado, y yo apenas podía mover mi cabeza lo suficientemente rápido para seguirla.
Cuanto más contemplaba a esa criatura encantadora, más melancólico me sentía. Sentía pena por mí mismo, por ella, y por el jojol que de modo fúnebre la contemplaba correr sobre las cascarillas en dirección a los carros. Sólo Dios sabe si la envidiaba por su belleza, si lamentaba que la chica no fuera mía ni lo sería nunca, que para ella yo no fuese nadie, o acaso intuía que su belleza singular no era más que un accidente y, como todo sobre esta Tierra, algo transitorio; o bien mi tristeza no era otra cosa que esa sensación peculiar que despierta en cualquier ser humano la contemplación de la verdadera belleza.
Las tres horas de espera se pasaron sin que me diera cuenta. Sentí que no había tenido el tiempo suficiente para que mis ojos se regocijaran en Masha cuando Karpo condujo al caballo hasta el río, lo bañó, y comenzó a engancharlo. El animal mojado resoplaba con placer y pateaba la lanza del carro. Karpo gritó al caballo:"¡Para atrás!". El abuelo se despertó, Mashia abrió la verja chirriante, y nosotros nos subimos al carruaje y salimos del patio en silencio, como si estuviéramos enfadados los unos con los otros. Cuando un par de horas más tarde Rostov y Najichevan aparecieron a la distancia, Karpo, que no había dicho nada durante todo aquel tiempo, se giró de repente y exclamó:
-¡Una chica espléndida, la hija del viejo armenio!
Y sin decir nada más aplicó el látigo al caballo.
***[...]Hay una segunda parte de texto, no hay que olvidar que se llama "Las Bellas"en plural, pero esta es esencial y completa en sí misma.
.
Cuentos completos (1887-1993), Páginas de espuma. El original se publicó el 21 de septiembre de 1888 en Tiempo nuevo firmado por "an. Chéjov". La traducción es de James y Marian Womack