"He decidido leer, de aquí en adelante, dos libros cada día -uno de poesía o literatura, el otro de filosofía o ciencia."
UN POETA GRIEGO
La prosa de hoy se puede alternar con un poeta que aun traducido - la crítica asegura que muy bien- da directo en la diana. Es el griego Yannis Ritsos ( 1909-1990), uno de los más grandes poetas europeos y los versos pertenecen a la obra Crisótemis, otro de los monólogos con resonancias de tragedia clásica, a que nos tiene acostumbrados y que traduce Selma Ancira para Acantilado.
En su crítica ,ABCculrural,dic 2011, Jaime Siles resume:
"...es por tanto una crónica, pero también una pieza teatral y, desde luego, un poliédrico poema".
CRISÓTEMIS
¿Qué ocurrió para que se acordara de mí? De mí no
se acuerda nadie. Nunca
nadie me ha prestado atención. No tengo queja.
A todo me avenía, y quizá fuera mejor así.
¿Sabe?, con el paso del tiempo,
todo por amargo o terrible que sea, nos da
la impresión de ser necesario,
útil, incluso bello. Hasta este tosco cerro que tenía
yo encima
era una compañía -casi un amparo- , me vestía con sus sombra.
Y así , desde mi insignificancia, estaba encantada
de ver y oír. Podía
soñar en libertad. Era hermoso, de verdad,
era, como vivir
al margen de la historia, en un espacio mío, intacto
e incondicional,
protegida y, sin embargo, presente.
Pasaba horas enteras observando
el agua estancada en el jarrón con los tallos
podridos
de unas flores olvidadas;- algo aterciopelado
y viscoso
quedaba en el jarrón, se extendía por la estancia, por
la casa toda.[...]
¿A qué pues otra intervención? Muy pronto
aprendí
que nunca nadie puede eludir nada.
Por las tardes
se derrama sobre la calle el aliento cálido de
las paredes de las casas;
la sombra de un enorme caballo se evapora a la luz
de la luna. Si esto no es
una respuesta, diría que no existe
la respuesta.
Grandes féretros pasaron por esta puerta- grandes
como barcos;
muertos con uniformes oficiales, con altos cascos,
cubiertos de banderas y de flores,
otros, desnudos, vestidos sólo con su palidez
y su desconcierto,
y una jovencita degollada, con un peplo blanco,
infinito; el aire
alzó muy alto el peplo, lo ató a una nube de primavera
y ahí lo dejó, ondeando solitario, lanzando de tanto
en tanto
destellos azules sobre el pórtico y la escalera.
Quizá los destellos
fuesen de las cometas que en el campo vecino
volaban
los chicos de su edad, porque los colores no hacían
más que cambiar; -yo los veía
en los muslos y en los pechos de una estatua
en el jardín. Aun así,
no eran sino las ondulaciones azuladas de ese peplo
blanco.
Se fueron. No quedó nada. Todo lo gastaron en aras
de su nombre
y no de sus personas (¿habremos hecho lo mismo?).
No se arrepintieron
Por otro lado siempre era tarde para arrepentirse.
No hacía falta. (sigue...)
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Yiaros,Leros,Samos, mayo de1967- julio de1970
Nota:
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